domingo, 7 de diciembre de 2008

MAÑANA DE DOMINGO

Vengo de darme un paseo largo. Acababa de escribir en el diario que tendría que salir a pasear, después de llevar un buen rato trabajando, después de haberme levantado temprano, después de haber dormido de modo superficial, y he cumplido con mi propia sugerencia.
Ha amanecido casi azul el cielo, con las nubes, como un ejército, acechando y acercándose desde el poniente. Ahora ya están aquí encima. En poco tiempo desgranarán la carga que alojan, como quien arroja dulces desde lo alto.
El aire, antes de las diez de la mañana, era húmedo y fresco, revitalizador, como si se hubiera tornado experto fisioterapeuta que me diera un buen masaje para relajar mis pobres neuronas sobrecargadas.
El aire de Segovia estaba limpio, transparente, luminoso..., diríase que no había aire de tan puro que era. El dorado rayo del sol amarilleaba con más intensidad sobre las esféricas copas de los pinos que recibían su beso con fruición. La Catedral, la muralla, la torre de San Andrés, la Casa del Sol, el Alcázar y el roquedal se despezaban estirándose a su luz hialina.
El pavimento de la Cuesta de los Hoyos, los árboles, el césped, las torres, en fin todo lo que estaba más abajo del cielo, parecía recién tendido después de salir remozado y limpio de la madrugada. Me he cruzado con varias urracas que con sus andares de pingüino y con sus colores de pingüino, parecían patrullar el Pinarillo, la propia calzada y el Valle del Clamores. A medida que me aproximaba a ellas, un poco perezosamente, alzaban el vuelo, más bien corto, y se infiltraban en la densidad del Valle. Es curioso, de las cuatro o cinco o seis (¿quizá ocho?) que he visto, ninguna ha escogido el Pinarillo como destino de su oscuro aleteo sosegado.
Cundo la senda de adoquín y morrillos ha girado un poco a la derecha, la luz del sol (todavía brillaba el sol a esas horas, no como ahora que se ha ido a descansar, supongo) ha acariciado de otro modo el cuerpo de los árboles. También es posible que hasta ese instante no me haya fijado en el pequeño milagro repetido hasta el infinito. Sobre cada rama desnuda, sobre cada aguja verde de los pinos, abetos, cedros..., una lágrima transparente descansaba en un equilibrio imposible. Quizá no fueran exactamente gotas de agua, pues de lo contrario caerían hasta el suelo. Quizá fueran frágiles suspiros de rocío condensados en la humedad del amanecer. Pero a mí me han parecido lágrimas, mejor dicho, brillantes transparentes que el orto ha colocado, a modo de de joyas, sobre los infinitos dedos de la arboleda.
He llegado hasta la Fuencisla, donde el oscuro Eresma bajaba caudaloso y rápido, vital y carcajeante, ávido de desembocar en el padre Duero y acrecer sus aguas para nutrir, allá en Oporto, las aguas del Atlántico.
Vida, pues, por doquier. Vida que, en pleno otoño que claudica hacia el invierno de testuz blanca, no cesa de pujar con fuerza imparable.
Si son ciertos los augurios de los profetas, quizá en poco tiempo esto sea un recuerdo de un soñador, quizá quienes nos sigan no puedan disfrutar de una mañana como ésta, quizá sea el epílogo de esta especie que se ha convertido en caníbal de sí misma y de su entorno y de sus entrañas.
Tanta vida se nos da, se nos muestra, se nos regala y nosotros destrozamos su esencia, sin saber que con ello minamos nuestro futuro. El futuro no existe hasta que llegue, de acuerdo, pero si demolemos los cimientos del presente, no habrá opción de que pueda existir, puesto que ni siquiera llegará. El probable futurible se tornará un seguro imposible.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esperemos que cuando nosotros ya no estemos aquí, otros ojos puedan seguir viendo a otras inquietas urracas y que los dedos de la arboleda no sean víctimas de un robo y puedan seguir luciendo sus brillantes transparentes.

Anónimo dijo...

Resulta, Javier, que esta mañana, cuando me he levantado, se había colado una graciosa en el blog y he tenido que suprimir un comentario que remitía a un enlace que nada tiene que ver con esto.
En fin, que he debido de tocar en algún sitio, que ahora volveré a inhabilitar, porque resulta que con ese cacharrillo activado, soy yo el que autoriaza la publicación de los comentarios, vamos, una gaita.
Perdón, pues.