miércoles, 3 de diciembre de 2008

OTRA VEZ, LOS DE SIEMPRE

Ahora que comienza a caer la noche de este día húmedo y desapacible, no me queda más remedio que escribir esta entrada. No tenía pensado hacer otra en este día, pero un disparo en la sien es motivo suficiente para dejar constancia de la rabia y del dolor y de la fortaleza.
Cada día que pasa se les ve más el plumero: sólo pretenden vivir en las cavernas de la ignorancia, del odio y de la soledad, porque sólo así, su mentira (la que enseñan a sus hijos sin pudor) puede perdurar. Si pudieran, organizarían una hoguera de libros, como hizo la Inquisición, o Hitler, o Stalin, o Franco. En el fondo son todos lo mismo.
Su causa, que no es más que una excusa poco distinta de la que puedan tener los de cualquier mafia del mundo, está perdida. Lo saben y corren hacia delante huyendo de lo que les espera; lo malo es que en su loca carrera de descerebradas hienas, empuñan pistolas o lanzan granadas o ponen en marcha el mecanismo sanguinario de una ciega bomba fría y negra.
Hace unos meses leí la trilogía titulada Verdes Valles, rojas colinas una novela dura, comprometida y audaz que intenta explicar y dar las claves de la compleja y atormentada convivencia en Euskadi; una de esas claves intenta desvelar por qué cierto sector de mundo nacionalista vasco tomó el rumbo que le llevó a la violencia. Su autor, Ramiro Pinilla, gran escritor, premiado en su día con el Nadal, es un octogenario vasco muy criticado por el mundo del PNV y, sin embargo, desde esta Castilla en que leí su obra, no me pareció que estuviera tan lejos de algunos de los postulados que nos han traído esta infernal espiral que tantas tumbas ha llenado y tantos costurones ha dejado en muchos cuerpos y en muchas almas.
No es objeto de este cuadernillo el debate político; pero sí lo es de la vida. Y hoy se ha segado la de un empresario vasco, sólo porque su empresa tenía adjudicadas algunos tramos del TAV que uniría el País Vasco con Francia y con la Meseta.
Algo hay atávico, casi prehistórico en esta reacción. Ya pasó con la autovía de Leizarán, si no recuerdo mal. Está claro que ellos, los asesinos y sus mentores, son felices dentro de su exclusivismo, sin que haya ni una porción de novedad que entre en su territorio. Cualquier cosa que sirva para unir, para ampliar fronteras, para comunicar a distintos grupos de personas, para enriquecer desde la mezcla y la aportación mutua es tomado como una afrenta personal, como una intromisión, como una conquista. Probablemente son conscientes que abrirse al mundo les inhabilitaría para mantener sus postulados (y perdón por tan desmesurada licencia literaria). A más de uno, quizá, le gustaría vestir como los hombres de Neandhertal, puestos a preservar la autenticidad de una raza, la suya. Claro que a lo mejor algunos vascos, son anteriores y distintos de los hombres de Neandhertal. Mejor no preguntemos, por si acaso, quizá lleguen a la conclusión de que son, más que raza superior, especie superior.
Una familia y muchos amigos de Ignacio Uría Mendizábal lloran ahora mismo este sinsentido. Los asesinos serán capturados, sin duda. Pero, no creo que sea tan fácil apresar la locura sanguinaria y errática que mueve a estos mafiosos tan peligrosos como feroces. En el coro de la Basílica de Loyola falta desde hace unas horas una voz, la de este hombre precisamente, y a todos nos falta hoy un poco más de libertad.
Por eso, por esta sangre de esta tarde, por la que hace unos meses nos tocó más de cerca en Segovia, por las de Capbretón de hace un año, por la que se derramó en la T 4, por la de todas las víctimas, cualquier esfuerzo que se realice para acabar con esta infinita ristra de asesinatos es necesario, siempre y cuando no se claudique ante el oprobio.
Pero los esfuerzos políticos son, a la hora de la verdad, sólo una parte de la solución. Únicamente de nosotros, de nuestra buena voluntad, de nuestra ferviente alianza con la vida nacerá la paz que, sin duda, llegará, aunque todavía nos queden cadáveres que llorar y enterrar, quizás muchos más de los que nos gustaría soñar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues sí, otra vez los de siempre. Sin sentido alguno. Cogerán a los asesinos pero no lograremos sacar el veneno de su sangre.