domingo, 31 de mayo de 2009

LLUVIA EN MAYO

La palabra de cada día 2004
Diario de un opositor.
Mayo

El largo paseo de esta tarde ha sido un reencuentro con la lluvia. Una lluvia blanda, una lluvia mínima, pero al tiempo, y a ratos, densa, casi como niebla. Una lluvia primaveral que me ha caído encima con la suavidad de los besos y de las caricias. La temperatura, aunque no se pueda definir como primaveral, se acercaba a tal definición. Parece que el termómetro está luchando desesperadamente por alcanzar la cumbre de una montaña que se le resiste. Es como si se hubiera equivocado de cara, y hubiera afrontado el ascenso por la más impracticable. Todo llegará, espero. El aspersor en el que se ha tornado el cielo, ha bendecido esta tierra una vez más durante estos días. El verde de los campos refulge, más que brilla. La frescura de los árboles estalla a nuestra mirada. Quizá se retrasen algo más las flores, pero las humildes chiviritas alfombran con pedacitos de nieve y sol las praderas, los jardines, como si un invisible tapicero tejiera sueños lácticos en las horas más solitarias de la madrugada. Me he calado con la ingenuidad de un niño, y me he sentido bautizado, de algún modo misterioso. No me ha importado que el paraguas se me haya quedado colgado del picaporte de la puerta de la cocina. No me ha importado la leve humedad que ha llegado a penetrar la trenca que usaba. No me ha importado que las gotitas adheridas a mis gafas, convirtieran en poliédrica mi visión de las cosas. Me sentía bien caminando a ritmo alegre bajo la lluvia blanda, leve, pero densa.



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sábado, 30 de mayo de 2009

DESMIGO EL TIEMPO

* * *
Desmigo el tiempo entre mis pupilas,
aunque acepte su discurso monótono:
esa esfera de lineal y perpetuo movimiento ancestral.
Despedazo las piezas de su puzzle imparable.
Con la tenacidad con que los niños acarician los sueños,
desmigo sus eternas fracciones
inquebrantables a mi pesar:
segundos y
centésimas y
milésimas y
diezmilésimas y
millonésimas y
micras y…,
No logro que su respiración sin pausa encalle en mis ojos,
nunca…
Cada minúsculo átomo de su esencia es aún divisible
en eternas fracciones innombrables más
ínfimas, más diminutas aún,
y éstas se pueden dividir
todavía más,
más aún,
más…
...
No me ha usurpado la mente del filósofo antiguo,
no me ha usurpado el capricho de iluso alquimista,
no me ha usurpado un matemático enloquecido
no me ha usurpado la pesadilla de condenado a muerte...
...
Anhelo, sólo, que tu sonrisa no se pierda
o desaparezca o se esfumine
a lomos del ocaso
que nos acucia en el horizonte asaetedado de amapolas,
allí donde la tarde interrumpe sus bostezos carmesíes.
***


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viernes, 29 de mayo de 2009

LA CARA OCULTA DE LA LUNA. 1


Arilde encontró, dormido sobre el suelo, el diario de su hermana.
La tarde del final del verano era polvorienta, vibrátil de escamas plateadas y acuosa de reptiles extraviados. Al verlo, no pensó que el odio por Veridiana se difuminaría como se esfumina la sombra de los perros entre los dedos de la noche. Un odio que había labrado con tanto esfuerzo, no era posible que desapareciera, como si se evaporara.
Aquel odio había profundizado en su corazón a medida que su estatura se aupaba. Cada micra ganada a la cinta métrica, era una micra que revestía de rencor las entrañas de sus huesos.
Sin embargo, al concluir la lectura de las páginas caligrafiadas con cuidadosa letra y escritas con delicadas frases, los ojos de Arilde lloraban. Cualquiera que la contemplara, por ejemplo la inmóvil y enhiesta farola de la calle, con vocación de pomelo insípido, apagada a esas horas, sabía a ciencia cierta que el profuso llanto tenía un final remoto, de acantilado lejano, un final imposible...
Nunca se había imaginado que Veridiana, tan bella, tan inteligente, tan estudiosa, tan sonriente, tan agradable, en fin, la mujer con más éxito del Instituto, del barrio, de la calle, de la casa, la chica en la que todos se fijaban, la joven que con un solo aleteo de sus sedosas pestañas, más oscuras que la noche, enamoraba a un ejército de mineros o de piratas, de directores de banco o de pordioseros, de ministros o de toreros corneados, o sea a cualquier tipo de hombre que sufriera aquel sutil ataque, eficaz como un gancho de un peso pesado sobre el hígado de un peso mosca, en fin, que nunca hubiera creído que su hermana Veridiana era el caldo de cultivo más refinado que se había encontrado para el sufrimiento y el dolor.
Arilde recordó, entre esféricos bordes de lágrimas, que, desde hacía unos años, su hermana, a pesar de las expectativas que construyó en su corazón, cimientadas sobre envidia y construidas con odio, tenía novio, Fabián, joven de físico agradable, cómoda posición, futuro prometedor y conversación, sino cosmopolita, amena. No era deslumbrante en nada, pero el fulgor cegador, el brillo encandilador, lo ponía su hermana; él era el complemento, un fondo claro sobre el que resaltaba la luz femenil.
Arilde habría apostado doble contra sencillo que Veridiana acabaría por convertirse en objeto de placer para los hombres (para cualquier varón, sin excepción, pensaba en sus arrebatos de envidia más brutales y destructivos), una especie de prostituta universalmente deseada. Tal pronóstico lo realizaba cada vez que su físico se imponía ante su mirada. El cuerpo de su hermana tenía que resultar demoledor para cualquier observador imparcial; era tan perfecto como cualquier estatua clásica así que sería lo único que los demás considerarían de ella y, por tanto, lo único que ella explotaría de sí. Pero en los escasos momentos en que una mínima misericordia revoloteaba en sus sístoles, Arilde reconocía que ni en una sola ocasión su hermana dio muestras de que tal sucedería.
Los años se le pasaron a Arilde espiando a Veridiana, inhalando el aire que exhalaba. Cual huésped parásito, perdió el tiempo de su personal cultivo, de su individual crecimiento, para alimentarse de la vida de su hermana, pues de su sangre no podía; actuaba como si fuera la faceta oculta de Veridiana, el reverso indescifrable y repulsivo de la cara esplendente y bella.
Se convirtió en su espía oficial, en sombra corpórea y, paradójicamente, invisible, pues una de sus mejores cualidades era la silenciosa astucia ingrávida, casi aérea, de sus acciones. Así, sin que nadie lo sospechara, pues confundían su silencio con una rica vida interior, era la mejor conocedora de todos sus gustos, aficiones, horarios, entradas, salidas, llamadas de teléfono, cartas, perfumes, amigos, amigas, novios ocasionales, y demás intimidades que sólo pensarlas, provocarían rubor intenso en las mentes más abiertas.
Se olvidó por completo de sí, pero no era un olvido altruista o una donación de su existencia, sino que se trataba de ansia por succionar la esencia victoriosa de su hermana y hacerla suya; se olvidó de sí, porque no quería ser ella misma, sino que anhelaba ser la otra. Arilde respiraba en función del hálito de Veridiana. El mundo, pero sobre todo ella misma, tenía explicación porque su hermana existía. Tanto codició su fracaso que olvidó su propia vida, sus propios latidos, su propio cuidado.
A veces (algún vecino especialmente cáustico lo reseñaba a menudo), parecía imposible que fueran hermanas. Se necesitaba una profunda contemplación sosegada y lenta para obtener tenues o pálidas semejanzas entre ambas, ni un poso común en estructura ósea, o en ángulos faciales, o en color de ojos, o en tono de cabello, o en forma de caminar, o en gestos compartidos, sino a causa de la genética, al menos, de la convivencia. Ni siquiera, como ocurre entre muchos hermanos, se podía aducir que una se asemejase al padre y otra a la madre, pues, aunque Veridiana participaba de los ojos maternos y de su grácil movimiento, Arilde no portaba nada que se pudiera relacionar con la carga genética de los progenitores. Lo que en una era sonrisa casi perenne, en otra era fruncimiento constante del gesto, tanto que, a pesar de la juventud (quizá su único rasgo compartido), Arilde mostraba arrugas incipientes en su rostro cetrino; lo que en Veridiana era natural simpatía, en Arilde resultaba repulsión constante; la opaca luz de los ojos de Arilde era brillo chispeante en los verdes faros de su hermana. Arilde no era hermosa, ni siquiera guapa, ni tan siquiera mona, (sutil calificativo con que suelen zaherirse las mujeres), pero tampoco se la podría definir como fea o poco agraciada, (torpeza lingüística usada como disculpa por los hombres respecto de las mujeres que les resultan poco atractivas para sus primitivos gustos).
Veridiana, por el contrario, caminaba por la vida con pasos que levitaban un palmo por encima de problemas, murmuraciones, críticas, maledicencias; a pesar de tal distancia despegada, sus pupilas no alufraban contornos, o apariencias, más bien, escrutaba cuanto le rodeaba con mirada acariciadora y, paradójicamente, honda, un mirar envolvente, pero penetrante y aprehensivo, como si, al lanzar sus ojos, desplegase un potente microscopio que analizase exhaustivamente su más recóndito interior, pero no con afán de vampiro hambriento, sino con ánimo resuelto de rescatar lo mejor del otro, una condición limpiadora o redentora que admiraba a quienes escuchaban sus opiniones, pues ponderaba más las cualidades del observado, por ocultas o escondidas que estuvieran, que sus defectos, por evidentes o visibles que resultaran a cualquiera.
Así se determinó machaconamente aquellos dolorosos días, en murmurios apenas audibles pronunciados como si transmitieran contraseñas o secretos de estado. La enormidad del suceso alcanzó magnitud desproporcionada, tanto, que fue referido en los informativos televisivos de las cadenas nacionales. Sin embargo, en Euritmia, sorprendida como novia ultrajada, se tejió una inextricable red de mutismo que escondía bajo su denso manto vástagos de miedo e hijos de anonadamiento.
Ese silencio, carnívoro hambriento y sigiloso, se adueñó de las horas adensándolas, hinchiéndolas de pavor. Sólo dejó un rastro de su presencia, las escamas plateadas y vibrátiles de los reptiles ígneos que envolvieron las tardes sucias y húmedas.

jueves, 28 de mayo de 2009

LUNES DE MAYO EN BIUTZ

Imagen tomada del Diario Montañés.
Esta imagen está tomada en Melilla, no en Ceuta,
pero el caso y las formas son similares
Mañana del 25 de mayo de 2009. Paso fronterizo de Buitz, entre Ceuta y Marruecos...

R’himo se ha levantado temprano, antes de que los operarios del cielo instalaran el cubículo azul que destella luz, una luz que descubre todas las miserias. Mientras la noche avanza hacia su lecho oculto, el murmullo de las calles que se aproximan hasta Buitz crece como el rumor sordo del dolor que espera...
Empujones, miradas teñidas de cansancio que el sueño no ha reparado, olor a cuerpos cuyo aroma es el hambre desgarrada. Alguien tiene que abrir la barrera que separa la miseria del paraíso...
Policías a ambos lados controlan un paso estrecho, demasiado estrecho para seis mil o siete mil u ocho mil personas, la mayoría mujeres, que atesoran en la espalda la sensación fósil del dolor de ayer, del dolor de antes de ayer, del dolor de la semana pasada, del dolor del mes pasado... O quizá una lesión que nunca cure.
R'himo aplasta en su palma cerrada el billete gris de cinco euros que entregará al policía para que no pregunte, para que no empuje, para que no golpee..., salvo que la suerte decida sonreírle hoy... Ella, R'himo, se sabe afortunada en ese grupo, casi una diosa... Ella va a limpiar una casa española en el Paraíso... Ella no alojará en sus lumbares cuarenta y cinco kilos de pañales de celulosa, o cuarenta y cinco kilos de ropa o cuarenta y cinco kilos de cualquier mercancía que unos cuantos kilómetros al sur será vendido con el correspondiente incremento en su coste. No, ella no hará como Aisha o como Fátima o como tantas otras el periplo de ida y el calvario de vuelta con su cruz de cuarenta y cinco kilos arrumbándoles la espalda hasta convertirla en línea paralela del suelo polvoriento.
Ahora, mientras la mañana acaricia la curva de la tierra, R'himo contempla el rostro conocido de alguna de estas miles de mujeres. Sabe, pues se conocen desde la infancia, los años de cada cuerpo, y sin embargo en la mayoría de los rostros sólo descubre la decrepitud de la ancianidad anticipada y demoledora esas miradas que aparentan dos décadas más de lo que dirá su partida de nacimiento... Y ella, que también está castigada por una vida que se parece sólo vagamente a la vida, se sabe afortunada, la reina de la corte de los misterios...
Cuando R'himo regrese, cuando vuelva a cruzar el paso de Buitz, donde la frontera no es aduana, sino calle, lugar de paseo, aún alcanzará a contemplar muchas espaldas que se han tornado líneas paralelas del suelo; pero algo quizá ya haya oído...
Hacia el mediodía, en una de tantas avalanchas diarias que causan las prisas, los tropezones (ya que cada viaje son cinco euros grises y desgastados y sudorosos), dos cadáveres anónimos (como suele ocurrir con los cadáveres de los pobres y hambrientos) han engrosado la lista de cadáveres anónimos que mueren aplastados en este tránsito de mercancías, que no declaran, pues la ley de Marruecos estipula que todo aquello que un ser humano lleve encima no será declarado ante quien controle los pasos fronterizos... Quien legisló así, nunca pensó que Aisha o Fátima o las otras siete u ocho mil personas podrían ubicar sobre sus lumbares doloridas cuarenta y cinco kilogramos de tantas cosas una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... uno y otro día, uno y otro día, uno y otro día.
El lunes 25 de mayo, en el paso de Biutz dos cadáveres de mujeres han delatado nuestra hipocresía y nuestra vergüenza y nuestro cinismo. Una veintena de mujeres heridas, señalan con sus cuerpos quebrantados los eslabones de la injusticia, que empieza en una ciudad del Paraíso...
Noticias que se esconden, que tiemblan en el fondo de los periódicos, noticias que son como hierbas nonatas en las que casi nadie repara.
Por suerte, este rincón tiene corresponsales cuyos ojos se convierten en parte de nuestra mirada...



Y por si alguien cree que esto sólo sucede en el norte de África, donde se abren puertas hacia Europa, observad el trailer de esta película uruguaya: http://www.youtube.com/watch?v=6vC8UxZ_q48

miércoles, 27 de mayo de 2009

CALLES DE AMOR


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Recuerda ahora sus quince años. ¿O eran dieciséis...? El tiempo vuela como un cigüeña blanca y negra, sumergida en las brisas o en los temporales... Si entonces hubiera podido, habría convertido en misiles envenenados las palabras dirigidas a Dios. Si entonces hubiera podido, habría estrujado las rocas de las montañas y habría dado a beber su zumo esquirlas al destino que lo había enviado a ese sufrimiento que sajaba su corazón en mil cristales de fuego.
Quizá era el olor de la noche lo que le empujaba a ese recuerdo. Un aroma de cítricos etéreos que provenía de aquel nuevo abandono.
Tantas ausencias en su vida habían destruido la afilada punta de sus palabras que no eran flechas, sino blandas migajas de resignación que se revestían con el color mortecino de la grisalla.
Le miraban ojos juveniles y extrañamente adustos. Se daba cuenta, mientras su garganta recibía la dentellada de la esencia del enebro, que allí era un ornitorrinco verde en la entraña de un desierto de hielo. Pero no podía irse. Ahora no podía irse.
Cargaba todo el cansancio de los vacíos sobre los brazos desplomados, y dejaba que la melodía ensordecedora del local anestesiara el ritmo de un corazón que clamaba por un paño que enjugara tantas deserciones, tantos errores, tantos aldabonazos en puertas equivocados.
Aquella puñalada, la primera, la de sus quince años (¿o eran dieciséis...?), había aterrizado en su frente tantos años después como una mariposa con alas de puñales, para recordarle un dolor que el último abandono no le había producido.
Algo extraño...
Pero es que quizá le ocurría como sucede con las calles cuando llueve... Las primeras gotas pavimentan de lágrimas el asfalto, las siguientes caen sobre mojado.

martes, 26 de mayo de 2009

UNA EXPOSICIÓN

Foto tomada de El Adelantado de Segovia.
No sé cuántas veces más sucederá, pero hoy se pueden unir en este cuaderno virtual, los conceptos de Segovia, derechos humanos, prensa y gastronomía...(¿?).
Gracias a este artículo de El Adelantado de Segovia, publicado ayer 25 de mayo, he descubierto que en el Parador de Segovia se ha inaugurado una exposición que denomina "La crueldad sin sentido a través de miradas valientes".´
En estos días esta vieja ciudad se convierte en centro del periodismo, ya que se concede el Premio Cirilo Rodríguez destinado a los corresponsales en el extranjero de medios de comunicación españoles.
Cirilo Rodríguez fue un periodista segoviano, formado en Radio Segovia y que luego aterrizó en Radio Nacional de España, medio que le destinó a Nueva York como corresponsal y desde allí narró a toda España, por ejemplo, la llegada a la luna del primer hombre.
Como he dicho en muchas ocasiones, no entiendo nada o casi nada de periodismo, pero sí tengo la intuición de que la mayoría de los periodistas que son corresponsales en el extranjero suelen ser de una pasta especial. Sobre todo los que viven año tras año en lugares complicados. Saben que, de algún modo, son nuestros ojos y nuestros oídos y cuanto más democrática es la sociedad a la que representan más lejos deberían llegar, y creo que lo saben, y creo que lo hacen.
Aún no he visto la exposición, espero poder acercarme a contemplarla, hasta el próximo 15 de junio hay tiempo para ello.
Seguro que será un motivo de reflexión que nuestros ojos queden dinamitados por la contemplación de veintitantos motivos de vergüenza y, al mismo tiempo, queden impresionados por una de las visiones más espectaculares que esta ciudad ofrece a quien la contempla a cierta distancia. Quien eligió la ubicación del Parador de Segovia entendía perfectamente el tema del paisaje... Y Carta Mediterránea, organizadora de la exposición, demuestra que conoce perfectamente el paisaje del horror humano que nos trae para que nuestro corazón dé un paso hacia la solidaridad.

lunes, 25 de mayo de 2009

CUANDO LOS VERSOS TIENEN PRECIO

Foto tomada del El País digital
El Poeta en Velintonia, su casa, hacia 1977

Esta noticia de El País me ha dejado suspenso: hasta los versos, algunos versos, son fagocitados por el dinero, el cruel dinero que puede sacudir hasta los cimientos de la sensibilidad más exquisita.
Ahora no me importa la noticia en sí misma, ni siquiera la obra de Vicente Aleixandre. No es que no me importe, cómo no me va a importar si es uno de esos poetas a los que convendría estudiar a fondo.
Lo que aquí dejo aquí es la rabia que me ha producido la lectura del artículo. Me repugna el contenido de la noticia.
Ahora que lo he dicho me siento mejor, como liberado.
Me repugna, porque el estupor alcanza a parecerse al vómito negro.
Por alguna extraña circunstancia que se asemeja a su propia obra, un poeta de izquierdas y homosexual y débil enfermo crónico obtuvo todos los reconocimientos del franquismo y vivió con cierta placidez en la España que odiaba a las izquierdas a los homosexuales y a los enfermos crónicos por ser débiles, por ser una carga, por ser poco representativos del vigor hispano.
¿He dicho que por una extraña razón?
No, no es verdad. La razón es muy sencilla, a Aleixandre no le entendía nadie, salvo los iniciados en la poesía, en esa poesía suya tan hermética y al tiempo tan clara, mejor dicho, tan luminosa, como un diamante al amanecer. Tan luminosa que deslumbraba y deslumbra a quien se acerca a ella sin protección.
¿Si Vicente Aleixandre no hubiera sido galardonado con el Premio Nóbel en 1977, su archivo personal se hubiera tasado por los cinco millones de euros que la Diputación de Málaga estaba dispuesta a pagar? ¿Si Vicente Aleixandre no hubiera sido galardonado con el Nóbel en 1977 Velintonia se tasaría en una cantidad similar?
¿Esperaron sus versos a obtener el Premio Nóbel para florecer como una ola vertical en medio de Madrid? ¿Esperaron sus versos a lucir semejante oropel para gemir por la destrucción o el amor? ¿Esperaron sus versos a ese premio para ser fanal tras el que crecieron y crecerán tantos versos?
La poesía de Aleixandre nunca me atrajo lo suficiente. Como mucha poesía contemporánea, necesita de una lectura sosegada que se asemeja a la degustación morosa de un manjar exquisito. Meditación contemplativa. Me acuso ante vosotros de no haber tenido nunca esa paciencia. La lectura de un libro de poemas es algo así como un viaje lento por un paisaje complejo que no sabría explicar. Al contrario, siempre he sido más partidario de la otra poética que genéricamente podríamos llamar de la experiencia o del realismo, esa lectura que, sin embargo, es engañosa, porque nos conformamos, los lectores digo, con haber comprendido lo que el poeta parece que quiso decir.
Pero si Aleixandre hubiera escrito como lo hacía Alberti, por no cambiar de generación, y le hubieran dado el Nóbel, hubiera pasado lo mismo que está pasando ahora. De hecho ocurrió algo similar sin habérselo dado. Casualmente en 1977 muchos quisieron que se lo hubiera llevado el gaditano y no el sevillano. Se dice que aquel premio fue como un homenaje a la generación de la que formaron parte ambos.
Y sin embargo los versos de los poetas no nacieron para ese destino. Los versos del poeta atravesaron su corazón parra arribar a otras conciencias, para mostrar esa realidad que, incluso, no existe, ni siquiera sabemos si va a existir.
¿Acabaré sin dejar un racimillo con los versos del poeta...?
Sólo unos pocos de un poema de amor estremecedor titulado Se querían que forman parte de su libro La destrucción o el amor:
(...)
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
*
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca
*
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.
(...)

domingo, 24 de mayo de 2009

PERSECUCIÓN.

Imagen tomada de Internet
La Palabra de cada día.
Diario de un opositor. Primavera de 2004

Como suele decirse, cualquier parecido
con la realidad es pura coincidencia.

Aquella mañana me sentí como una cucaracha que ha sido descubierta y no encuentra la salida. Noté un escozor en el estómago que, sin duda, era el aldabonazo físico de la angustia que me obturaba los canales de pensamiento.
Estaban allí, los intuía.
Por mucho que girara la cabeza en todas las direcciones no les veía. Era una sensación terrible. Sabía que me acechaban, con sus fauces ensalivadas, relamiéndose de gusto por la presa que estaban a punto de hacer suya, sin embargo, ninguno de mis sentidos podía demostrar que los hubiera oído, u olfateado, o tocado, o visto, y mucho menos, claro, saboreado. Ni la piel, ni la lengua, ni las narices, ni los oídos, ni los ojos habían detectado su presencia. Pero estaban allí. Nadie, si es que lo hubiera intentado, me hubiera convencido de lo contrario.
Acababa de salir a la calle. El sol de primavera ya iba muy alto, a pesar de lo temprano de la hora, pero la temperatura era mucho más fresca que en los días anteriores. Los brazos desnudos añoraban las mangas de la camisa y de la americana, aunque hubiera sido la americana turquesa, la más fina que tenía. Sólo pensar en el agobio de ocho horas más tarde, hizo que desistiera de la primera idea que cruzó por mi cabeza: subir de nuevo a casa y cogerla.
Si lo hubiera hecho, quizá la cosa no se hubiera complicado del modo que lo hizo.
Al poco sentí unos pasos extraños, como ruborizados. A tales horas, unos pasos tan tímidos no son habituales. Más bien uno recibe el taconeo seguro de las mujeres, o el paso firme de los zapatos masculinos. Incluso quienes a esa temprana hora calzan zapatillas deportivas, meten ruido, pues corren con toda la energía de los principios. Algo se coló dentro de mi organismo y adiviné que podían ser ellos, de nuevo. Lo habían intentado varias veces, pero la suerte me había acompañado.
Me extrañó, y mucho, la hora escogida. Esa circunstancia era la única que colocaba una duda acerca de si eran ellos, o es que me estaba volviendo paranoico.
Euritmia latía a buen ritmo. Las calles estaban muy transitadas. La ciudad y sus habitantes olían a limpios, a recién estrenados, a novedad, a pureza, a ilusión, a que todo está por delante, el día, sus afanes, sus luchas, sus ambiciones y preocupaciones, la vida en definitiva. Normalmente esta es la sensación que me ocupa cada mañana cuando camino hacia el trabajo: todos hemos sido renovados durante la noche, y todo es posible.
En mi opinión, las horas nocturnas son un hermoso e inmenso confesionario iluminado con bombillas blancas, donde se perdonan todas las culpas de la víspera. La mañana es la inmersión, de nuevo, en la dicha, en la vida, es el bautismo que nos abre las puertas a la sociedad en la que ingresamos con los ánimos completamente renovados. Pero a los pocos minutos de aquélla, antes incluso de haber desembocado en la Paseo de las Olmas, un poco más arriba de la Comisaría, donde concluye la calle en que vivo, esos muelles pasos, casi inaudibles instalaron el pánico en mi estómago.
(Cuando intuyo peligro, creo que la sala de máquinas del alma está en el estómago. Ya sé que es un pensamiento poco poético y nada espiritual, y sí muy material, pero así lo percibo).
Fue de inmediato, como si hubiera apretado el interruptor de la luz, que pensé en que ellos volvían a por mí... De nuevo... Y a pesar de los riesgos que corrían, y a pesar de la hora poco habitual y nada recomendable para este tipo de actividades, supe que en esta ocasión no tendría la suerte a mi favor. Habían decidido dar el paso definitivo para acabar de conseguir lo que se habían propuesto de mí y lo conseguirían.
La única solución era avanzar, como los autómatas, de frente, en busca del horizonte al que nunca se llega. Pero el miedo, como si fuera una cadena de cien toneladas, lastraba mi velocidad. Llegué a pensar que la fuerza de la gravedad se había hecho más potente en la zona de la calle por donde arrastraba a duras penas mi persona. En vez de nueve con ocho metros por segundo, según decía Newton, creo, podrían ser once con dos metros por segundo, por ejemplo, o quince, qué más da. No hacía más que girar la cabeza a cada paso y no los veía.
Sin embargo estaban... Me seguían... No había duda...
En contraste con mi lento avance físico, mi cerebro quemaba azúcar, como si un volcán hubiera entrado en erupción allá dentro. Sobre la marcha, decidí cambiar el rumbo habitual. Intuí que tenían estudiados mis movimientos y que quizá, cuando llegara a la calle Bataneros, justo antes del punto en el que se acaba para confluir en forma de T con la calle Arcipreste de Hita, tendrían puesto un coche que me cerraría el paso.
La calle de los Bataneros es muy estrecha, muy corta, muy solitaria, muy empinada. La utilizo cada mañana para acortar distancias; pero en caso de persecución, si los perseguidores lo han previsto, es uno de los mejores puntos para capturar a la presa.
No sólo decidí cambiar el rumbo, sino que busqué las calles más transitadas. Lo de menos era llegar tarde a la oficina. Incluso decidí no presentarme en mi puesto de trabajo, para despistar más aún, y si pudiera, volvería a casa, después de un rodeo; pero eso era lo más arriesgado, supuse, pues en ese momento quizá actuaran jugándose el todo por el todo, y olvidando la cautela, la escasa que les quedaba a tenor de lo que sucedía, quiero decir, de la hora en que sucedía lo que yo pensaba que sucedía.
Mi duda era no saber, ni siquiera imaginar, cuánto aguantarían sin aclarar todas las cuentas conmigo. Habían sido dos años. ¿Ya habían llegado al límite? ¿Aún podían esperar más...?
La respuesta a esta pregunta era parte de la clave de todo el asunto.
Cualquier cosa, menos dejarme capturar. Si me atrapaban sería mi final.
Las cosas se habían complicado demasiado en los últimos dos años y medio, como para esperar de ellos un mínimo de clemencia.
No era el momento de hacer historia, bastante me atormentaba el suceso a diario, sino de tomar decisiones. Ellos seguían sospechando que el culpable había sido yo, y contra esa sospecha no habían valido conversaciones, ni sentencias judiciales, ni protección policial.
Nada.
Ellos me querían a mí. Les había destrozado la empresa con mis decisiones administrativas y tenía que pagar por ello.
Lo habían jurado ante testigos que me conocían (empezando por mi propio abogado) y en ello gastarían todas sus fuerzas, aunque fueran las últimas que les quedaban
La pérdida de contratos millonarios. La multa del juez. La publicidad negativa de toda la prensa que se echó sobre ellos, como buitres ávidos de carroña que aún palpita.
Pasaron a ser una empresa en quiebra en menos de seis meses, cuando habían sido la empresa modelo para los nuevos jóvenes empresarios euritmitenses, y para los más veteranos, cuando les habían llovido premios por todas partes. En apenas cuatro o cinco años, tuvieron sucursales en todas las provincias de la Comunidad Autónoma y en las capitales más importantes del Estado.
Pero aparecí, descubrí el pastel y lo denuncié. Nada que todo buen funcionario de Hacienda no deba hacer. Se supo que todo había sido un castillo de arena construido sobre un lecho de agua. Estaban a punto de lograrlo, un par de años más y casi seguro que lo hubieran conseguido; pero llegué a tiempo. Mi único trabajo fue levantar la tapadera que cubría las cocinas pestilentes de la empresa. Lo demás no lo hice yo. Pero ellos no me lo perdonaron nunca. Los hermanos del Pino (Román y Zósimo) casi acabaron en la cárcel, solo su mucho dinero les permitió contratar los servicios del mejor bufete de abogados del país, y por ello evitaron la prisión.
Una lástima, no merecían otra cosa.
Desde entonces estoy vendido. Sé que un día me pillarán desprevenido. He de vivir con este pánico, pero no puedo dejar mi puesto. En otra ciudad que no conociera, sería peor, porque estaría a su merced. Y no dudo de que irían al fin del mundo a por mí.
Casi no salgo a la calle, casi nunca estoy solo; pero aún así hay momentos en que es inevitable. Esta mañana es uno de ellos.
Casi seguro que estén allí, pero dudo que entre tanta gente se atrevan a algo, quizá les he chafado el plan, otra vez...
¿Hasta cuándo?

sábado, 23 de mayo de 2009

CONCIERTOS PARA VIOLÍN

Imagen tomada de Internet


Nueva versión del poema incluido en mi libro inédito Eterna luz sonora

Languidece esta tarde preñada de rubíes y amatistas, de labios que se incrustan en la sede del ocaso... Quietud del cosmos que aplaude la floración de las pieles que hierven y revientan.
Se cierne el tiempo en el quicial que sangra, que se desgrana en sones de mil sonrisas que susurran: deseos de anudarse sobre el amado: ser del ser, ser fusión sin fendas.
Cuando la manecilla de la arena desprende su último latido, la mirada del amante comprende que la noche se cubre de crespones que ululan pestilencias de abandono.
¿Por qué saliste huyendo de mi lado? ¿Por qué tu ausencia me persigue ahora? ¿No ves, amor, mis lágrimas perdidas? ¿Cómo resisto esta estocada, amado?
Miro a la cárcava abisal intacta y ya no veo sino tu falta, amor, de mi costado. Anhelo, busco, lloro, grito, ansío, que tu presencia, amado, me ilumine y por respuesta nada, nadie, ausencia, el silencio infinito de la cárcava sin fondo.
En la espesura busco tu mirada, o su recuerdo, el eco de tus ojos; la densa sombra engulle mis deseos y me devuelve este vacío de alfanje afilado por rocas insensibles.
Anhelo el fuego ardiente de tus iris, y tu caricia cálida en mi cuerpo, toda tu piel que se hace dedos tibios. Y te persigo, busco aquellas huellas por ver si encuentro, al menos, tu recuerdo, tu aroma envuelto en un recodo verde.
Del oriente la dama rosa llega, son sus hermosas voces bellos cantos, alegres sones al futuro abiertos, mas mi embotada mente aún no comprende el elevado alcance de tal vuelo, la nueva que me acercan presurosos.
Entiendo vuestras voces, sé el mensaje, pero la noche neuronal impide que vuestra risa de cristales taje cual pétalos de nieve este dolor...
Amanece y la luz desgarra el velo. Arranco, corro, vuelo, soy cual viento en pos de su latido, tras mi amado.
Se abre el camino tras vuestra canción, sé que está a vuestro lado, estoy seguro... Arranco, corro, vuelo, soy cual viento tras el amado, en pos de su latido.

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viernes, 22 de mayo de 2009

MENSAJE PARA JOYCE. y 6


*
Al abrir la puerta del piso, sintió cómo la soledad le caía encima, con la contundencia del martillo sobre el yunque. Soledad revestida de silencio, melancolía, y pensamientos alborotados. Con más parsimonia de lo que se quiso reconocer, volvió a la habitación donde tenía el ordenador. Habían pasado muy pocos minutos: bajar, saludar a Beatriz, extraer de la máquina expendedora la cajetilla de tabaco que no necesitaba y subir.
La frase continuaba detenida en el mismo punto de la pantalla, asomada al mundo real.
Te necesito, Joyce. Ven, si no mi vida no tendrá ningún sentido. Sabes dónde estoy.
Pero no sabía a quién podría dar él sentido, ni, obviamente, tampoco sabía dónde se encontraba aquel ser tan necesitado. En el fondo, ni siquiera sabía si su existencia tan anodina le daba sentido a sí mismo.
Se dispuso a cortar la comunicación. Con apagar el ordenador era suficiente. No tenía ánimos para chatear con el grupo. Quizá leyera un libro, quizá siguiera escuchando el mismo concierto de Beethoven, o quizá se narcotizase el cerebro frente al televisor, o ¿por qué no un paseo bajo la lluvia?
Sin embargo un impulso irracional le llevó a contestar el mensaje, como si sus dedos fueran entes dotados de autonomía o pensamiento propio.
Me gustaría ayudarte, pero, ¿quién eres?, ¿dónde estás?...Estaba a punto de cortar la comunicación, pero lo mismo eres un ángel que viene a salvarme y pierdo la posibilidad de redimirme.
Desganado, mandó la frase y esperó.
¿Por qué has tardado tanto en responder?
La respuesta fue rápida como el eco, y no le pareció la mejor de las posibles. Se sintió acusado, enfadado, ofendido. Casi apagó el ordenador. Bueno estaba lo bueno, pero que encima le regañasen a uno en su propia casa, un desconocido que necesitaba ayuda. Era demasiado. Pero en la pantalla se dibujó otra hilacha blanca compuesta de palabras.
Te ha costado llegar hasta aquí, quizá haya tempestad en el Adriático, ¿o es el Egeo...? Soy tan mala en Geografía.
La nueva frase le sonó a disculpa que incluía, cual carga de profundidad, una dosis de familiaridad y cercanía que le desconcertaba y que añoraba vagamente. Por así decir, sintió el antañón aroma de un guiso de la infancia. Era evidente que hacía referencia a Ulises... Pero había más. Había dos pistas. La tempestad y su calificación en geografía.
Joyce se sintió llenó de energía y optimismo. Sabía que se trataba de una mujer, en eso había acertado. Además, sólo había una persona que él conociera que tuviera a gala ser mala en Geografía. Aquella frase la identificaba casi como si le hubieran presentado el DNI.
Pero no se lo creyó. No podía ser...
...¿O sí?
Era la segunda vez, en poco tiempo, que los ojos de Blanca aparecían ante él. Inopinadamente, aquella noche había llegado a sus mientes el recuerdo de su ex, justo cuando alguien pedía ayuda. Pero Blanca odiaba la informática... y a Abelardo... Claro que, Penélope, podía pedir ayuda a Joyce.
No era descabellado. Era lógico, incluso.
Al fin y al cabo, no se dijo que el viaje fuera sólo de ida. Es más, quedaron abiertas todas las puertas, porque nadie más ocupaba sus corazones. El viaje de Ulises era un retorno casi eterno.
¿El mensaje era la presentación ante el revisor del billete de vuelta? Tecleó nervioso.
¿Penélope?, ¿Blanca?
La respuesta fue inmediata, como el reflejo de la imagen ante un espejo.
Por fin... Estoy harta de tejerte un jersey sin que vengas a probártelo... Alguien llama a la puerta de la casa de Penélope, piensan que Ulises murió... ¿Ha muerto Ulises?
Sintió el recuerdo del leve suspiro de su sonrisa. Las travesuras de la red, al fin y al cabo.
El cursor tabaleaba monótono y rítmico sobre la línea sin escribir, como monótona y rítmica la lluvia tabaleaba con insistencia, quería entrar en la casa fracturando los cristales con sus besos de hielo presentido, en medio de la noche fría.
Más acogedora que nunca, Ítaca se divisa en lontananza, flotando en medio del infinito..., como sumergida en un adagio hermoso, el mismo que decoró la habitación al principio de la noche.

jueves, 21 de mayo de 2009

POLLO A LA CARTA

Imagen tomada de internet
Nos quejamos por nuestros problemas, que son árboles que tapan el bosque, muchas veces arbolitos, a penas pimpollos, pero aún así nos quejamos. La jeremiada, la protesta, el inconformismo están en lo hondo del corazón humano.
Si se busca el lado positivo de esta actitud, quizá en ella se encuentre la fuerza motriz que ha impulsado al género humano hacia mayores cotas de bienestar, avances médicos y científicos, avances tecnológicos (este cuadernillo cibernético, así como los millones que pueblan la intangible red, son un buen ejemplo de lo que digo), etcétera, etcétera.

También existe lo contrario: un automatismo en el pensamiento y en el modo de vida rutinario que nos conduce a la ceguera, porque, como se dice por estas tierras, no hay peor ciego que quien no quiere ver.
Esa capacidad positiva que nos lleva hacia la mejora, también se anquilosa en el quejido insulso por problemas de trascendencia relativa, pues todo depende de los términos que usemos en la comparación. Cuando el mundo se ha convertido en algo tan global, donde la inmediatez nos permite saber el último capricho de la millonaria excéntrica, también se debería dar cabida a otras informaciones que nos condujeran a otras situaciones que son tan reales, pero mucho más dramáticas, que el úlitmo capricho de la millonaria excéntrica.

¿A dónde voy?
A donde me lleva un vídeo que ha subido a su blog nuestra amiga Beatriz Ruiz. Solidaridad y paz se titula esta bitácora creada para hacerse eco de las noticias de sociedad, no precisamente de la sociedad excéntrica del famoseo y petardeo.
¿Alguien se ha preguntado qué ocurre con esa comida que dejamos en el plato, esas sobras que a nosotros nos repugnan, pues estamos ahítos...?

Quizá en nuestra civilizadísima Europa no ocurra lo que ahora veréis, pero quizá sea peor que no suceda lo que nos cuenta este cortometraje que se presentó y ganó por lo que he deducido (quizá Beatriz nos lo explique mejor), un certamen titulado algo así como Certamen de Cine en Verde, todas ellas relacionadas con el medio ambiente.

He dudado si enlazarlo desde aquí o no, pero he decidido hacerlo, porque hay situaciones a las que uno no debe ser ajeno, me parece. A pesar de su crudeza. Y entiendo que haya alguien que no se decida a poner sus ojos sobre estas imágenes, por otra parte rodadas con belleza, ritmo, exquisitez y mucha calidad.
No me enrollo más, es mejor que lo veáis, creo que no llega a siete minutos. Aviso nuevamente, para que no os asustéis: aunque no se trate de una película de terror, es terrible, pero real

miércoles, 20 de mayo de 2009

PASEO

Foto tomada de Internet.
En Segovia cuando decimos la Alameda, decimos la Alameda del Parral, y siempre me ha gustado pasear por la Alameda, sobre todo cuando hace buen tiempo. Ahora lo hace, ya sonríen los termómetros, ya se les quita el gesto adusto del invierno, ese gesto de policía que regula el tráfico a la hora de más atasco y soporta el ceño de los conductores que tienen prisa. Todos tienen prisa. Toda la prisa del mundo.
Paseo bajo un túnel verde con arquivoltas sobre las que se apoyan vidrieras de clorofila que filtran la luz y la convierten en niña de largas trenzas cuyo nombre no puede ser diferente a Esmeralda.
Del cielo caen copos de tibia nieve, que juegan con la brisa quieta, como si fuera un columpio. El polen de los álamos no tiene prisa por ser alfombra del suelo.
Los pájaros juguetean al escondite, pero lo hacen como la sección de viento de una orquesta poderosa.
El Eresma, revestido de bronce, todavía baja abundoso. Es nuestro río, aunque tiene vocación de riachuelo, pero ahí está desde el principo de los tiempos, infatigable en su camino hacia el Padre Duero.
La Alameda siempre ha sido en mi interior como un grandísimo templo, donde el silencio reviste cualquier ruido, porque su melodía es más poderosa que cualquier otro sonido, que acaba por ser derrotado. Si no anocheciera tan temprano en mitad del otoño, me gustaría darme un baño de oro por sus paseos de tierra.
Así que me conformo con dármelo de esmeraldas durante la primavera y el verano. Y me imagino que camino al paso que me marca alguna música hermosa...

martes, 19 de mayo de 2009

CUENTOS DEL INFIERNO

Está a punto de cambiar el dígito de la jornada, y aún no he empezado a escribir la entrada correspondiente. Y no, no es por falta de ideas, ni por cansancio, ni por pereza, ni porque haya estado con otra cosa, ni porque me preocupe nada especialmente (bueno por ahí empiezo a exagerar). En realidad se trata de todo lo contrario.
En realidad se trata de que tengo demasiadas cosas en la cabeza, pero ninguna me convence del todo, o me parece apropiada del todo para el blog.
Seré preciso, me gustaría ser sublime sin interrupción, como diría Baudelaire, o, por seguir con algo más actual y cercano a algunos de los contertulios y visitantes del blog, me encantaría ser patafísico (ver en Wikipedia) sin posible redención, algo así diría nuestro amigo de la Capital Federal. Creo que su poema visual de hace unas horas, escrito, parece ser, con el poeta español Hermes Roca, es un ejemplo maravilloso de lo que digo, y que, sin embargo no soy capaz de explicar.
Mis sentimientos son claros, son puros; pero es imposible que los alcance, por mucho que me empeñe, la realidad me lo impide, salvo que se hagan todas estas cosas al mismo tiempo y durante toda la vida: apagar la televisión, no poner la radio, no leer la prensa, no entrar en internet, no salir a la calle, casi, iba a decir, no tener memoria...
Siempre hay algo que trastabilla el estado de ánimo, ese deseo de utopía.
Aclaro conceptos a toda velocidad para que alguno no me sitúe a la vera de los que han perdido la razón. No es que pretenda huir de la realidad, sino todo lo contrario, me gustaría que la realidad fuera distinta, es decir, que la realidad huyera de sí misma y se convirtiese en otra cosa. (Creo que lo he empeorado, pero ahora sí he dicho lo que pretendo: cambiar la realidad. Claro que como diría nuestro ya añorado Benedetti, no se ha visto que con un poema cambie el mundo).
Nos gustaría que el cuento de hadas que nos contaron de niños fuera real. Y no sólo no lo es, sino que muchas veces parece que la vida lo escribe al revés, por hacer daño, más que nada: el Príncipe se hace sapo, el Lobo se come a Caperucita y no aparece el Cazador, Blancanieves no es despertada, como su amiga la Bella Durmiente, tampoco le sirve el zapato de cristal a Cenicienta, o peor aún, se rompe en mil pedazos por culpa de un mal criado, justo cuando el Príncipe se lo iba a probar... O es que no hubo nunca príncipe, porque era un sapo disfrazado...
Diréis ¿qué le ha pasado a este escribidor esta noche? ¿Dónde quedan sus sueños utópicos que nos vendía no hace muchos días...? ¿Se le han acabado las vitaminas...?
No, no es eso.
Mantendré contra viento y marea que hay soluciones para todo, que todo túnel tiene salida a la luz. De esa esperanza espero que nunca nadie me apee, pero hay noches en se leen algunas cosas que dejan el ánimo reducido a una papilla mal digerida.
Por favor, si no lo habéis leído, leed este artículo de El País del domingo. Hoy no he tenido tiempo de nada, pero creo que continúa la serie...
¿Ya...?
Ahora decidme, ¿no era el Príncipe un sapo borracho que ni siquiera tenía ganas de probarle el zapato de cristal a Cenicienta...? En realidad nunca hubo zapato de cristal, sólo una burda imitación de plástico.
Siempre se ha comparado Pretty woman, con Cenicienta, aunque la influencia de Madame Bovary es evidente. Por tanto no conviene que explique mucho más a lo que me refiere...
¿Sabéis que es lo que más me ha desgarrado el corazón del artículo...?:
La gran mayoría de los clientes, ni siquiera se preguntan por los motivos que han traído a Cenicienta a este infierno que es mucho peor que el infierno del que vienen; ni mucho menos sí hacen lo que hacen por su propia voluntad.
Ya sabéis que no creo en la moralina, pero quién negará la evidencia: si esta lacra continúa del modo en que lo hace, se debe a su rentabilidad económica.
De todos modos, como quiero ser tozudamente optimista, porque creo en que los cuentos pueden acabar bien, me he decantado por este final:



lunes, 18 de mayo de 2009

BENEDETTI

imagen tomada de Google
Acaba de morir Mario Benedetti. En vez de escribir sus datos biográficos, prefiero que vayáis a la Wikipedia, todos tardamos menos. Alguien ya ha puesto lo de su muerte. Menos de una hora después de que se haya producido... Algunas veces tanta inmediatez asusta. Es como si alguno estuviera esperando a que sucediera.
Esto es una crónica de urgencia.
Estaba preparando otra cosa, que saldrá mañana, o a lo mejor ya no sale, pero siento un poco periodista, como esos periodistas del cierre de las ediciones que siempre intentaban sacar algún minuto a los de las imprentas.
No, no temáis, no pienso escribir una tesis sobre él, ni siquiera pienso dejar un poema. Otros, con más conocimiento de causa, más sapiencia y mejor péñola harán las críticas, semblanzas y alabanzas oportunas.
Os contaré sólo una cosa.
Si habéis visto, y lo doy por hecho, pues sois perspicaces, en la columna de la derecha puse este texto:
cada mirada
elige su paisaje
y lo interroga
(Mario Benedetti. Haiku 61).
Sólo os quería contar cómo llegué a él, o como llegó a mí, porque algunas veces, las cosas más importantes suceden sin que uno las busque.
La culpa es de Marián, bendita culpa claro, ya que ella, con motivo del día de Reyes me regaló un calendario que se titula Mario Benedetti, calendario de imágenes poéticas.
Cada día, pues, lo comienzo con unos pocos versos de este uruguayo que nos acaba de dejar. Son versos unos días tristes, otros juguetones, otros felices otros inquisitivos... Son versos, como fogonazos, que hacen saborear la capacidad suya de mirar a lo más hondo de la vida... Son versos claros como su sonrisa, esa que hoy ocupará todos los rotativos.
No seguiré. Hoy no os interrumpo más, o poco más.
No soy experto, como otros.
Pero antes de que me digáis adiós, apunto los versos, casi una premonición, que han figurado en este almanaque durante el día 17 de mayo de 2009, día su fallecimiento:
oasis o desierto
enigma o mito abierto
poesía es memoria a la deriva
Hoy no escribo más, mejor leamos, léamosle a él, al menos escuchémosle.

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domingo, 17 de mayo de 2009

AQUEL SÁBADO SONORO

Portada de Aquel sábado Lluvioso, diseño de Mariano Carabias
La palabra de cada día.
Diario de un opositor. Abril 2004
Me han facilitado la versión que la Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE) ha hecho de Aquel sábado lluvioso.
Me ha emocionado.
No es una segunda edición, ni una traducción, pero es diferente; algo que se me escapa. Desde que entregué el ejemplar a la imprenta, siento que es un hijo que ha llegado a la madurez y dispone de vida propia, como si le hubieran crecido alas invisibles, como si se hubiera emancipado.
Gracias a un conocido, que tiene una hermana ciega, llegó el libro a su poder. Parece ser que tanto le gustó lo que le leyeron, que intentó que la CBC (Centro Bibliográfico y Cultural de la ONCE) lo grabara, y así pasara a formar parte de su bibliografía, o discoteca, o mejor dicho, fonoteca.
Todo se hizo sin yo saberlo, claro. Cosas de la confianza, supongo. Y para qué engañarme, no me ha importado un ápice. Al contrario, me llena de orgullo el que la novela ilusione lo bastante a una invidente, como para que la estime digna de ser grabada para que otros, como ella, que no pueden leer, escuchen su contenido.
Cuando me informaron, la cosa estaba hecha.
Y me emocionó, repito.
Sentí que era un paso más en mi lenta y alicorta carrera literaria. Y, además, pensé que si podía ayudar a alguien, pues mejor que mejor.
Como contrapartida, cuando me contaron el tema, pedí que, si no era muy dificultoso, me hiciesen llegar una copia de la edición sonora, lo llamaré así, de la novela.
Han pasado muchos meses, incluso una muy grave enfermedad de este ex compañero y conocido mediante el que se ha hecho todo. Por fin hace un mes, más o menos, me dijeron que estaba mi copia, y que no tardarían en pasarla....
Pero existía una pega. (Pensé que la cosa no podía ser tan sencilla, como casi siempre). El problema es que los ciegos utilizan unas cintas de casetes de cuatro pistas. '¿Y..?' me dije, porque me quedé como si me hubieran dicho que en el Polo Norte habitan pingüinos verdes. Quiero decir, que no he llegado a alcanzar la importancia del detalle de las cuatro pistas. Hasta que me lo han aclarado: esas cintas no se pueden reproducir en un casete normal, sino que es necesario un aparato especial que sólo deben tener los ciegos. Opción: que algún invidente amigo me lo dejara, o que fuera a la delegación de la ONCE a ver si me podían prestar alguno para escuchar la grabación.
He hecho esto último.
Ha sido muy sencillo convencer al Director, o Presidente, o como sea que se llame el cargo que ostenta con quien he hablado. Me ha prestado el suyo particular, y encima muy agradecido porque haya facilitado desinteresadamente el libro para que lo grabaran. Lo que ocurre es que me siento apurado, porque, a ellos les hace falta. Así que se lo devolveré de inmediato, aunque no escuche completa la grabación.
He sondeado a esta persona por la posibilidad de grabación de la novela en un sistema convencional (cinta normal o CD) para mi uso, y parece que la cosa es complicada, porque la reproducción ilegal de estas copias está muy perseguida, son exclusivas para invidentes, y por ello las realizan en este sistema.
Pero a lo que importa. He escuchado los primeros cuatro capítulos. Ha sido una experiencia fabulosa.
Leen todo lo que está escrito, desde el Depósito Legal, el IBSN, los textos de la contraportada, todo. Absolutamente todo. Pilar Arranz tiene voz de locutora de radio de antaño. Una dicción perfecta. Cada fonema suena con su fuerza, dando a cada uno la misma importancia. No hay ningún sonido que se relaje. No se trata, desde luego, del habla más coloquial, en el que hay sonidos que se empequeñecen, o algunos, desaparecen. La voz de Pilar Arranz cumple la misma misión que la imprenta: que el sonido suene completo, como queda escrito su trazo entero en el papel (salvo errata, o intencionalidad del autor). Pero no sólo la vocalización perfecta de cada palabra, también la prosodia. El castellano en su boca suena hermoso. Quizá un poco lento, pero es necesario entender que quien escucha por vez primera el relato que escribí, tiene que hacerlo con atención y con calma. Y necesita comprender desde el primer momento lo que allí está pasando.
De todas maneras, el aparato que me han dejado tiene distintas posibilidades de velocidad, y se puede acelerar el ritmo de lectura. Sin llegar a dramatizar, o al menos no exceso, Pilar Arranz le da el sentido adecuado a las frases. De alguna manera, también su tono de voz, en cada personaje, se va centrando y es una forma de transmitir cosas que desde luego están el texto, pero quizá pululen más por el contexto. Y ella, ha sido capaz de entrar en ellos, aunque sea de modo incipiente.
Lo que más me ha llamado la atención ha sido lo de los pies de página. Ya me habían advertido de que estaban también leídos. Eso es lo que más me atemorizaba. Pero ni siquiera eso queda mal. Cuando acaban una frase, si al final de ella aparece la nota, se oye: “Nota.”, luego dicen su número, leen el contenido, y cuando acaban, se escucha: “Fin de la nota”. Y pasan al texto. Tal cual como si se estuviera leyendo. (...) Ha habido más detalles que sorprenden y enternecen. (...)
Ha sido emocionante escuchar la lectura de mi obra. He comprobado que funciona, incluso mejor que la edición escrita, porque Pilar Arranz lo lee muy bien. Es verdad que tiene alguna errata sonora (por ejemplo, un ‘arrollaba’, cuando debiera ser ‘arrullaba’, respecto de la mirada de la madre de Jesús), pero no son muchas, ni siquiera determinantes.
He escuchado los capítulos que al lector normal se le hacen más cuesta arriba, quizá porque no sea conocedor de la materia, acaso, porque no todos los personajes son conocidos, porque se explican muchas cosas para que se entienda en su justo sentido, porque hay muchas más notas a pie de página que en el resto de la obra, porque están escritas de un modo más recargado, del que me fui liberando a medida que escribía y que no pude o no quise corregir en su momento. Pues bien, todas estas pegas, en el texto leído en voz alta no lo hacen ni plúmbeo ni farragoso ni complicado de seguir. Quizá resulte redicho en algunos de sus pasajes. Quizá la adjetivación demasiado profusa en alguna frase haga que su lectura se trastabille más. Pero, lo digo con total sinceridad, en la versión escrita que he leído parece más farragosa, que escuchado con la cadenciosa y hermosa voz de Pilar Arranz, que si no es locutora de Radio Nacional, quizá lo haya sido en sus tiempos.
En fin, hermosa experiencia de la que estoy profundamente agradecido.
*
Y por petición popular añadimos este vídeo. Al mismo tiempo que sirva de homenaje póstumo a Luciano Municio que fue la persona que hizo posible todo esto que he contado. En la redacción del diario de 2004 omitía los nombres propios de los conocidos, por si acaso. Y anoche, cuando corregí la entrada no me di cuenta de este error, que espero dejar subsanado ahora.

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sábado, 16 de mayo de 2009

VERSOS COMO CARNE




Quisiera que mis versos fueran carne,
como labios
que besen cada herida de los pobres,
que besen tantas llagas que se pudren;
como labios
que besen las miradas solitarias,
o las manos que tiemblan de un anciano;
como labios,
que besen en los besos que son llama,
o sobre los deseos inflamados...


Quisiera que mis versos fueran carne,
como dedos
que rasguen injusticias y mentiras,
condenas ilegales de inocentes;
como dedos
que aplasten los cañones asesinos
de flores y de risas y de razas;
como dedos
que consuelen esclavos indefensos,
que denuncien negreros perfumados.


Quisiera que mis versos fueran carne,
como juguetes
que los niños convierten en idilios,
en risas que alborotan funerales;
como juguetes
que adornen con colores tanto miedo,
que impregnen de recuerdos el pasado;
como juguetes
que dancen libres en la noche oculta,
y más hermosos cuanto más usados.


Quisiera que mis versos fueran carne,
como ríos
que salpiquen de luz el vientre oscuro,
que alberguen sueños como pez en vuelo;
como ríos
que remonten los montes de las penas
que sean cauce para vuestros sueños.
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viernes, 15 de mayo de 2009

MENSAJE PARA JOYCE. 5

Era una posibilidad y no podía dejar escaparla. Debía bajar hasta el bar. Antes de hacerlo, echó un vistazo a la pantalla del ordenador, por si acaso. El último mensaje seguía inalterado.
Te necesito, Joyce. Ven, si no mi vida no tendrá ningún sentido. Sabes dónde estoy.
*
Era humosa la atmósfera del bar, como siempre. Su cigarrillo contribuyó a aumentar la irrespirable densidad del aire, opalinos jirones de gasa ingrávida.
Había animación juvenil y desenfedada.
Beatriz se movía con agilidad de ninfa traslúcida tras la barra. Despachaba o acariciaba cervezas, cubalibres, copas, refrescos, vinos. Su sonrisa alumbraba el área del local donde se encontraba, parecía una linterna que señalaba su presencia. También como cada día, sus brazos hermosamente torneados, musculosos y morenos se mostraban desnudos. Eran brazos apetecibles.
Beatriz era una joven estudiante universitaria que se ayudaba a pagar los gastos de la carrera con este trabajo. Abelardo la conoció porque iba al bar a tomarse una cerveza antes de cenar. Tras varios meses de visita diaria, una noche que el local estaba prácticamente vacío, y por intervención femenina, entablaron conversación. Supo que estudiaba Filología Inglesa. Este dato le impulsó, como un empujón, a hablarle de su ídolo. Ella le miró sorprendida. Abelardo supuso que la sorpresa venía motivada porque entre los cálculos de la chica no entraba el que un ser tan callado, serio y taciturno le gustara James Joyce.
Dos semanas después, las conversaciones eran largas y entretenidas, como ríos caudalosos. Aunque la clientela aumentase, ella se las componía con diligencia para que ningún parroquiano la acusara de desanteción, y mantenían su charla de media hora. Poco a poco, Joyce sintió que tal intercambio era reparador, más bien liberador para su ánimo. Había días en que, desde bastante antes de que llegara el momento de bajar al bar, sólo pensaba en ella, y sentía el leve roce de alas de mariposa en su vientre. Incluso, si no había mucho público, de vez en cuando, Beatriz le invitaba. Él devolvía la invitación, con lo que la estancia se prolongaba. La primera vez que sucedió, Abelardo se ruborizó como un adolescente. Cuando comprendió que ella se había percatado, el rubor se multiplicó. Su corazón se encariñó de la joven. Pero Joyce era gato escaldado. Salía de una separación, en la que nunca estuvo muy de acuerdo.
Hasta que Beatriz apareció en su vida (si es que la joven camarera era alguien en su vida), sólo había sido hombre de una mujer.
Desde muy joven, se enamoró de Blanca. Fue una relación larga y sin excesiva pasión, como una ancha planicie anodina, sin cumbres en su trato, ni siquiera pequeños oteros. Claro que, como contrapartida positiva, tampoco existieron declives. El largo noviazgo concluyó en lo evidente para todos, la boda. La vida continuó tranquila, pero más que remanso era la antesala de la muerte. Sin gritos, sin discusiones, lánguidamente, como se marchitan las flores, como una larga puesta de sol del estío, falleció el matrimonio. Se juraron amor eterno, pero lo más probable es que no se amaran. Aunque en tal circunstancia no había tacha moral, o afán de engaño. Simplemente habían confundido el amor con el cálido aroma de la compañía... Consunción por aburrimiento sería el diagnóstico más certero. Sobre todo, por aburrimiento de ella, él hubiera seguido junto a la mujer siempre; pero Blanca no soportaba la forma de ser del hombre, tan callada, tan aburrida, tan plana, tan taciturna, tan ensimismada. Aunque ella siempre lo negó, Abelardo sospechaba que detrás de aquella separación había otro amor. Lo cierto es que nunca se lo reprochó. Era muy comprensivo y, al mismo tiempo, y eso no lo sabía nadie, muy crítico consigo mismo. Probablemente Abelardo Botícher era la persona que más odiaba a Abelardo Botícher.
Cuando entró en el bar, supo que había tenido una vana ilusión. El mensaje no se lo envío Beatriz. Tras aquella barra no había ordenador. Él conocía que ella trabajaba de ocho de la tarde a doce de la noche. Se lo comentó la propia chica: un contrato temporal de media jornada. La joven le miró extrañada, pues no era la hora de Abelardo. Sonrió, Sólo vengo a por tabaco. Ella se encogió de hombros. Ya le había despedido antes de que él se hubiera acercado a la máquina expendedora.

jueves, 14 de mayo de 2009

EXPERIENCIA COMPARTIDA

Los correos electrónicos sirven para muchísimas cosas, como bien sabe cualquier persona que tenga su propia cuenta de correo.
Últimamente los utilizo para que la amistad y el conocimiento de grandes personas aumente y enriquezca mi visión del mundo y de la vida. También suplen al correo convencional, y gracias a ellos recupero la costumbre epistolar.
No me extenderé, ni elaboraré una teoría inmersa en moralina sobre el uso y abuso de los correos, porque quiero que disfrutéis con lo que espera ahí abajo.
Dura menos de siete minutos, y se trata de una experiencia que luego, en la medida que deseéis, se comentará, en público o en privado.
Creo que merece la pena.
Seis minutos y cuarenta y ocho segundos.
Sólo.
... Ah, se me olvidaba. El hallazgo no es tal, ni siquiera es mío, sino que se trata de un regalo que me envió mi prima Cris, hace un par de días.
Ella utiliza el correo electrónico como quien usa los besos y los abrazos y las sonrisas, y al mismo tiempo como quien se siente eslabón de la infinita cadena de la solidaridad en muchas cosas: naturaleza, salud, pobreza, violencia... Así que agradecedle a ella. En caso de que el vídeo no funcionara, que todo puede ser, presionad aquí.
***

miércoles, 13 de mayo de 2009

EVENCIO

El Grito. Edvard Munch.
Imagen tomada de internet
Hoy le he visto por la calle vestido con su traje Príncipe de Gales. El mismo que se pone hace años cuando está bien. Por la cintura anda más bien justo, y en los bajos de las perneras cuelgan diminutos hilillos que indican lo raído del género. Iba sin afeitar.
¿De cuánto...?
Pss, cuatro... cinco días.
Malo. Eso es malo. Seguro que mañana se pone el jersey marrón oscuro.
Seguro.
¿Y qué hacía?
Miraba las matrículas de los coches que estaban parados ante el semáforo.
Bueno, tampoco es tan grave.
Espera, espera, es que se ponía delante del coche, sin mirar al conductor, sólo se fijaba en la placa... A punto de atropellarle, pero ni se inmutaba.
¿Y no le decían nada? ¿Nadie tocaba el claxon?
Qué va. Miraban como si tuvieran delante a un inspector de hacienda.
Pero el semáforo cambiaría de color.
Claro, y se apartaba algo, lo justo. Se la anduvo jugando, a todos les miraba la matrícula, como si buscara algo.
¡Pobre...! ¿Y estuvo mucho tiempo así...?
No sé, unos minutos. Cuando se cansó se dirigió hacia donde yo estaba.
Ya estamos.
Sí... Bueno, ya sabes, lo de siempre. Si hubiera sido otro, le habría pasado lo mismo. No tiene mayor importancia. Todos le conocemos. Antes de llegar a mí, volvió la cabeza a un lado y a otro. Cuando estuvo seguro de que no había nadie cerca, se detuvo a mi lado y me susurró, mirando al suelo: criminal, asesino, secuestrador. Y se largó, de prisa, ya sabes con las manos en los bolsillos.
Fijo que mañana se pone el jersey marrón oscuro.
Fijo
Y se dedicará a apuntar cosas en la libreta.
Casi seguro.
Creo que en esta semana lo volverán a ingresar.
Como mucho a la siguiente. Pobre Evencio

martes, 12 de mayo de 2009

SEGUNDOS QUE PESAN

Relojes blandos de Salvador Dalí.
Imagen de Google
La noche se hizo cálculo de probabilidades en su mirada. No tenía mucho tiempo. Apenas unos minutos. Por tanto, cada segundo adquiría una especial consistencia, una densidad de mineral compacto. Si tomaba el bolígrafo y lo acercaba al papel, sabía que no había marcha atrás, y no volvería a aquella habitación. Si esperaba a que ella cruzara el umbral azul de la entrada, nunca más habría opción a la duda que le había acuciado durante aquella jornada. Entretanto, en otra parte de la ciudad, unas lágrimas esperaban el turno de cruzar unas mejillas tensas de de dolor y espera.