miércoles, 31 de marzo de 2010

ESCUCHAN MIS DEDOS




Escuchan mis dedos los susurros de tu piel, imanes para mis manos, limaduras de viento preñados de semillas de vida. Cada poro es una llamada sinuosa convocando a la existencia en esta primavera que germina tan despacio. Cada uno de tus latidos me emplaza estremeciendo la raíz de mis sueños y es imparable esta urdimbre de caricias que recorren tu geografía lunar. Se cimbrea el tiempo y no traspasa el alambique inexpugnable de este espacio. Temerosos, no se quiebre un milagro, los instantes se miran, detienen su discurso y arrían su paso acodados sobre el umbral de nuestras geografías. Mientras, las estrellas incineran el cielo de la noche…

lunes, 29 de marzo de 2010

CONTINÚA EL CLAMOR




Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo
van por la tenebrosa vía de los juzgados
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan

(Miguel Hernández. Las cárceles. “El hombre acecha”)


Continúa el clamor, Miguel, en nuestra madre España, que de nuevo es acechada por viejos vampiros sedientos de olvido. Ahora que redobla el tambor de la pasión, y en las calles la primavera se hace niña peinada con trenzas de azahares, la tierra sigue soportando los huesos anónimos de cadáveres sin nombres, como ángeles extenuados y famélicos.
Escarbamos aún la tierra con nuestras manos, atravesando con dentelladas secas y calientes cada terrón teñido en sangre, en busca de la osamenta de aquellos que se amaron en fuego y hambre para hacernos fuego y pasión que late en fiebre de caricias. No amordazarán el bramido de este mar que se abre de parte a parte de la mirada.
Cuando hace sesenta y ocho años en la cárcel de Alicante, paraste, Miguel, tu respirar, cuando gritaste en la pared:

"Adios hermanos, camaradas, amigos: despedidme del sol y de los trigos",

cuando la enfermedad dobló tu mirada de acero y nácar, cuando tu cuerpo, como el toro, dobló para siempre y humilló la cerviz atravesado por ese rayo que no cesa, quizá atesoraras un vendaval de rabia, a pesar de la tuberculosis y del olvido. Quizá soñaste con un horizonte de romeros y olivos, de encinas y pinos, de hayas y alcornoques, donde las manos de todos los hijos de esta madre tierra España se engarzaran en el sueño de un futuro compartido, de un futuro sin más trincheras que hirieran su vientre maternal.
Y sueño contigo, Miguel, semejante sementera.
Quisieron perdón y cuando el rocío acarició su sien con el perdón, también quisieron el olvido. Y el olvido, Miguel, es la muerte. Y la muerte no se olvida.
Porque los vivos necesitamos la memoria y el nombre de los muertos, pues para la libertad sangro, lucho, pervivo.

Por alguna razón, siempre que pienso en Miguel Hernández, me viene a la cabeza esta música. Sé que a muchos os parecerá más apropiado cualquiera de los poemas versionados por Joan Manuel Serrat. Y tendréis razón. Pero no puedo evitar volver a incluir esta música de otro ilustre republicano que murió en el exilio: Salvador Bacarisse.




viernes, 26 de marzo de 2010

LA CARTA. Parte décima.



1ªparte 2ª parte 3ªparte 4ª parte 5ª parte 6ª parte

7ª parte 8ª parte 9ª parte

La decisión de Luis fue como una prórroga para Laura Enciso. Con el paso de los años, lo más agudo de la enfermedad había pasado y ella había tomado la suficiente perspectiva sobre sí misma, como para ser consciente de que se había salvado de despeñarse por el precipicio de la locura gracias a la presencia de su hijo en casa.
A pesar de las noches en vela, a pesar de los quejidos que se arrastraban como cadenas de fantasmas por la casa, a pesar de su avejentamiento prematuro, a pesar de que el dolor, quizá no muy agudo, pero sí hondo, se había convertido en una parte constitutiva de su ser, contar con la presencia del hijo en su casa, había sido una boya firme sobre la que había permanecido a flote su razón, había sido la ventana que había impedido que su existencia se hubiera clausurado al exterior y se hubiera tornado vida de ataúd o, peor aún, vida de sarcófago en un manicomio.
Una vez seco, Luis miró el reloj que había dejado sobre la cama. No le apetecía acudir a la cita con los compañeros de la oficina. Habían quedado para tomar unas copas y para lo que surgiera. Como siempre, él había respondido a la invitación con un vago gesto que tanto podría interpretarse como que acudiría, como que no sabía si acudiría o como que no acudiría. Era un ademán polisémico, por así decir, que mezclaba un encogimiento de hombros, con un leve movimiento de arriba abajo en su cabeza y una mirada dubitativa.
Desde que Nélida había sido destinada a la fiscalía de Euritmia, no eran infrecuentes esas salidas de viernes por la tarde, como si de nuevo fueran estudiantes. Nélida era soltera y se aburría en la ciudad, donde todavía no tenía conocidos, salvo los compañeros de la Fiscalía. La distancia entre Euritmia y su casa en Alicante era lo suficientemente amplia como para que no fuera hasta allí todos los fines de semana, ni siquiera cada dos fines de semana. Así que por norma, con la excusa de que ella no pasara sola las primeras horas del descanso semanal, solían quedar cada viernes. Pero él no acudía siempre. Aunque una vez al mes solía hacer un esfuerzo y aparecía. Tampoco le interesaba seguir siendo la persona más rara de la Fiscalía, aunque la mayoría de los compañeros, así le consideraban. Su modo de ser introvertido no se había modificado en exceso con el paso de los años. Ni su gusto por el silencio. Ni la dificultad para las risas. Ni el tembleque que le recorría el alma, cada vez que tenía que enfrentarse en soledad a una mujer que le atrajera, aunque fuera mínimamente…
Tampoco había cambiado su afición por el estudio. Esta afición, precisamente le había llevado hasta donde estaba. Cuando comenzó la carrera, una vez obtenida la correspondiente beca que le llenó de orgullo a él y del mismo sentimiento, pero regado por lágrimas, a su madre, y que fue otro espaldarazo para continuara ahondando en su metódico modo de vida, pronto comenzó a destacar.
Al cruzar por vez primera las puertas que daban acceso a la Colegio Universitario de Derecho de la ciudad, que formaba parte de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, pensó que entraba en el lugar de sus sueños, donde el saber y el estudio camparían por sus respetos, pensó que se encontraría, por fin, con docenas y docenas de jóvenes que como él mismo gozaban con el estudio e incluso aspiraban a la investigación… El sueño le duró escasos minutos. En cuanto vio muchas caras conocidas del instituto que se correspondían a intelectos poco habituados al esfuerzo, comprendió que aquello no sería más que una extensión del bachillerato.
Acertó.
De hecho, en pocos días, ni siquiera en una semana, todo el Colegio Universitario, incluso el último curso, incluso parte del claustro, le conocía como Empollón. Aunque la sombra de Eladio no llegaba hasta allí, y pronto fue un turbio recuerdo de su infancia y de su adolescencia, que sólo tantos años después había resucitado en forma de carta, todavía perduró aquel insulto que se había convertido, finalmente, en uno de los apelativos por los que era conocido en buena parte de la ciudad, casi como su apodo: Luis Prieto Enciso, el Empollón. Pensaba que si alguna vez le diera por formar parte de una banda de delincuentes, en los carteles publicados por la policía con la efigie, nombre y alias de los criminales aparecería tal alias, tras su nombre. Y también pensaba lo casi opuesto, que una hipotética placa que se clavara en el portal donde tuviera el correspondiente despacho profesional, a continuación de su nombre, y antes del flamante ABOGADO, tendría que incluir el mote para que sus clientes euritmitenses supieran a quién se dirigían. Durante el primer curso no hubo forma de romper ese sambenito que le acompañaba con más contumacia que su propia sombra.
A su pesar volvió a sonreír. Sólo cubierto por el albornoz regresó al salón y volvió a tomar la carta. Repasó su contenido, pero se detuvo, nuevamente en el mismo escollo. La palabra odio le golpeó con contundencia.
No la esperaba. Y en esta segunda relectura volvió a sorprenderle, a golpearle, como si una mano invisible hubiera arrojado una pedrada desde un punto lejano. Por suerte no le habían acertado.
A pesar de los muchos años transcurridos, ahí seguía latiendo como una alimaña indestructible cuya única misión era el afán de destrucción sin lógica o causa conocida. Cuando abrió el sobre, estaba seguro de que por fin sabría la razón de ese odio unívoco. Ahora que ya conocía el motivo, estaba todavía más sorprendido. Porque él, Luis Prieto, nunca había odiado a Eladio. Le había temido y nunca le había entendido, pero era incapaz de odiarlo.
En realidad sólo se odiaba a sí mismo, y no tenía muy claro que ése fuese el nombre preciso para los sentimientos que albergaba sobre su persona. Aunque se había atenuado bastante, la sensación de culpa por lo sucedido aquella tarde siempre le había acompañado, y le había producido una terrible impresión de inseguridad en la mayoría de situaciones vitales, excepto las relacionadas con el estudio.
De nuevo la carta estaba sobre la mesa. Su relectura estaba siendo demasiado dura, casi como el alegato final de un juicio en el que se le juzgaba a él mismo. Tuvo miedo de ser reo, de que aquella carta condujera a un veredicto inapelable de culpabilidad, cuya condena fuese terrible, acaso definitiva.
El contenido de aquellos renglones, como grajos enfurecidos, sin embargo no acallaba las imágenes que como una película retrospectiva ocupaban su mente. A medida que fueron avanzando los cursos, la presencia de Eladio se fue esfuminando hasta casi hacerse imperceptible. De vez en cuando se leía alguna noticia en la prensa local que avisaba sobre los avances de la empresa. Pronto su ex-compañero pasó a dirigir la fábrica, y bajo su mandato, ésta creció convirtiéndose en una de las más boyantes de la ciudad. Diversificó su actividad, aunque nunca abandonó el sector de la alimentación, y cada nueva iniciativa suponía un éxito empresarial.
Cuando encontró trabajo en Madrid, para Luis aquellas noticias se convirtieron en ecos que le llegaban muy de vez en cuando. Sucedió en el último año de la carrera. Su profesor especialista en Derecho Penal, le habló de que en un despacho de un amigo suyo les hacía falta un pasante, y había pensado en él como el mejor posible, y además, le facilitaría el acceso al mundo laboral. Era hora ya de que dejase el mundo un tanto ficticio de la facultad y pasase a la realidad de la vida.
— Te interesa licenciarte en la Complutense, no en este Colegio. No es lo mejor para tu currículum que aparezca el nombre de este centro —. Concluyó su profesor con total convicción
Este comentario fue determinante. Suponía que a su madre le podría hacer daño su ausencia, pero sabía a ciencia cierta que los titulados en su ciudad tenían más dificultades en encontrar un buen trabajo. En el mundo del derecho no era precisamente el centro mejor valorado.
Cuando le habló a su madre sobre el asunto, hubo en su corazón un sobresalto parecido al vértigo. Pero durante los años en que él se formó como especialista en Derecho, ella se había preparado para ese momento. Se lo había impuesto como tarea. Había aprovechado bien la prórroga que le concedió la vida cuando su hijo decidió los estudios que seguiría.
Por fin se sabía fuerte para afrontar lo que le quedara de vida, viviendo día y noche con el fantasma de aquel amor que se le había truncado antes de tiempo. Creía, y acertó, que ya podría soportar la ausencia sin caer por la sima de la locura. Había conseguido durante ese tiempo, convivir con sus recuerdos, como quien convive con alguna enfermedad crónica.
En aquellos años había regresado a la vieja Parroquia de Todos los Santos. El nuevo párroco era un hombre afable, de edad difusa pero no indefinible, entre los cincuenta y muchos y los setenta y pocos, algo místico, debido a su aspecto macilento, enteco y espigado y al color grisáceo de su mirada, con manos que crecían sobre una arquitectura de huesos finos y largos, dedos diseñados para haber pulsado el secreto de un piano o de un violín. Sabía escuchar a las personas, quizá por ello pronto se hizo un hueco en el corazón de sus feligreses. Los comentarios sobre esta cualidad acrecieron por el barrio como el caudal de los ríos durante la primavera y aquel sonido llegó hasta el corazón de Laura Enciso. Ella se dio cuenta pronto y decidió acudir a él a las pocas semanas de su llegada a Euritmia.
Empezó por una confesión.
El sacerdote, don Lucas, comprendió que en aquella mujer, más que pecado, se había enquistado el boceto de una enfermedad, y decidió que allí tenía una tarea. En realidad utilizó el confesionario como un gabinete psicológico. Cuando Laura Enciso comprendió que más que perdonarle los pecados, le estaba rescatando de una dolencia, decidió que no era necesario que hablaran de un modo tan incómodo para ella, tanto tiempo arrodillada; así que se institucionalizó un café los miércoles, después de la comida.
Las malas lenguas pronto se lanzaron a escribir una novela escabrosa de tintes romántico-eróticos, pero iban desencaminadas. Como ella decía a quien le quería escuchar, el amor que le unió a Luis Prieto era indisoluble, y trascendía la leve frontera de la muerte.

miércoles, 24 de marzo de 2010

CIGARRILLOS DE AGUA


Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

Se levantó de la silla, con la velocidad de una rama torturada. Mientras se cerraba el equipo, echó un vistazo al reloj digital, habían pasado dos horas y cincuenta y tres minutos desde que enchufó el ordenador. Le dolía la espalda. Los ojos le escocían un poco, como si tuviera algo de vinagre dentro de ellos. Le apetecía un cigarrillo, pero no intentó sacarlo de la cajetilla, a ella no le gustaba que fumara y todavía estaba despierta. Aunque saliera a la terraza, se daría cuenta. ¿Por qué no inventan cigarrillos que dejen aroma de agua en la lengua y sabor de lluvia en el aire?, se dijo. ¿Por qué no dejo de escribir y me dedico a fabricar cigarrillos de agua?, se dijo. Mientras pensaba si abandonaba su inexistente carrera literaria y se convertía en industrial tabaquero, decidió beberse un vaso de agua que regase los surcos áridos de su lengua y de su garganta, como si lo fumara. Al entrar en la habitación, ella le sonrió, con el sueño descabalgando veloz sobre sus párpados. ¿Has escrito algo?, preguntó con la voz indecisa de una azucena cansada.
Él se encogió de hombros. Al hacerlo, el lado izquierdo del cuello sintió el dolor agudo de la vieja contractura que habitaba como un okupa al que ni la policía antidisturbios puede desalojar. Miró sus ojos y denegó con la cabeza… Nada, no había escrito nada, ni una sola línea.
Ella cerró los ojos, apagó la luz. Él se durmió, convencido de su fracaso y soñando con fabricar cigarrillos de agua, y no oyó la precipitación de sus lágrimas silenciosas.
Un verso se deslizó en mitad de la madrugada, pero nadie lo atrapó.

lunes, 22 de marzo de 2010

LA PRIMAVERA ENTRÓ ENTRE VERSOS

La Alhóndiga. Edificio de uso cultural del Ayuntamiento
y donde al final se celebró el acto
Foto tomada del blog de Norberto


A las seis y media de la tarde del sábado 20 de marzo, hora española, la Primavera llamó con sus nudillos de niña tímida y de cristal a la puerta del hemisferio norte de este planeta. Para ser sinceros, al menos al sur de Castilla, su llegada vino precedida por cierta confusión meteorológica. La retaguardia del invierno defiende con gallardía sus posiciones, y a pesar de que la temperatura fue relativamente cálida, el viento y la grisura de un cielo cargadísimo, como con el ceño fruncido desde poco después del amanecer, no eran precisamente los mejores mensajeros de su llegada.
Las calles de Segovia se hilvanaban con ríos de personas que pasaban sus horas de asueto. La mayoría, como sucede en jornadas de puente festivo, suelen proceder de Madrid, pero muchos de ellos se habían acercado desde lugares bien lejanos porque ayer domingo se celebraba en esta ciudad su media maratón que contó con una participación de más de tres mil quinientas personas
Pero de entre esa cantidad de visitantes, había un puñado que a esas horas de la tarde del sábado no pensábamos en recorrer veintiún kilómetros a la velocidad del viento. Digo que hacia las cinco y media de la tarde un grupo de poetas, que disfrazan su esencia en otros menesteres menos gravosos para el alma, hacían caso a la UNESCO y celebraban el Día Internacional de la Poesía. Como ya se ha dicho en este lugar, en la entrada correspondiente al día 17 de marzo (ubicada un par de pisos por debajo de ésta), todo se debió a la iniciativa, el trabajo, el esfuerzo y la ilusión de Norberto García Hernanz.
Durante la comida que compartimos previamente y después del propio acto, varios de los colaboradores con esta iniciativa coincidimos en tal apreciación (Jesús Pastor, Ion Mikel Benito, Emiliano de Lucas, José García Velázquez, Juan Hedo, Santiago López Navia, Julia Gallo, Fulgencio Martínez...). Supongo que si hubiera podido hablar o comentar con el resto de poetas, la opinión hubier sido, unánime.
Se trata de una idea sencilla y precisamente en su sencillez radica su éxito. Y en la determinación ilusionada, repito, del organizador. Sobre este asunto, tomo prestadas las palabras que él mismo anotó a modo de prólogo en el librito conmemorativo:

“La frontera entre lo complicado y lo sencillo es a veces, más tenue de lo que pensamos y puede hacerse inexistente, dando paso a una simbiosis en la que lo aparentemente inaccesible produce vacíos, que las ideas, abandonando la latencia, vienen a rellenar.
(…)
De igual modo, cuando se lleva a cabo un encuentro como éste habitualmente de carácter minoritario, existe incertidumbre sobre, quienes acudirán entre los convocados y cómo se llevará a efecto la puesta en escena del acontecimiento. En el trance, lo difícil y lo fácil vuelve a encontrarse, pero de igual manera, con ilusión, todas esas incógnitas quedan resueltas y con aparente sencillez nos vemos, de repente, reunidos un día como este, para mostrar la energía que el ímpetu interior que recibimos de las musas nos transmite”

Pues bien, ahora se puede decir que esa sencillez y esa dificultad se concitaron el sábado y se resolvieron del mismo modo, revistiéndonos de ilusión. Acudimos la mayoría y la mayoría decidimos que todos estábamos allí por una sola causa: reivindicar la poesía como testigo de la vida, de la esperanza, de algo que comienza.
Este era el tema propuesto por Norberto para nuestras colaboraciones, y a él nos ceñimos, porque bien merece el esfuerzo la vida de ser cantada por algunos de sus poetas.
Y según me cuentan quienes estuvieron y no tienen que ver con el gremio, no resultó tedioso. La variedad de estilos, la diversidad de voces, la pluralidad de argumentos para reflexionar sobre el tema propuesto, la inclusión de varios intermedios musicales, fueron suficiente para hacer de las dos horas que estuvimos en la sala de actos de la Alhóndiga, dos horas de alimento para la sensibilidad, de homenaje, en fin, a la poesía.
De eso se trataba, y ahí es donde, me parece, radica el acierto de la idea y su puesta en práctica: lo importante es la poesía, no los poemas, lo importante es la poesía, no los poetas.
Cada uno de nosotros nos vemos atrapados en un momento determinado por una forma de inspiración, por un modo de escribir, y será mejor, o será peor, se ajustará a un estilo, a una tendencia o a su contraria, pero todo ello será poesía, y era de lo que se trataba, dejar una aproximación pálida a toda su pluralidad inasible e inabarcable. Cada poeta, por así decir, somos una gotita de agua del eterno caudal de la Poesía que es parte sustancial del ser humano, aunque muchos seres humanos no lo sepan o no lo quieran saber…

* * *

Para más información sobre el acto, este es el enlace con el blog que Norberto creó al efecto: http://poesiaensegovia.blogspot.com/ Aquí encontraréis toda la información e incluso la lectura de los poemas. Aún no están todos se irán subiendo a medida que Norberto pueda hacerlo. En cuanto esté mi lectura, también la traeré a este rincón.

* * *

Y este es el poema con el que colaboré. Poema que, como es sabido, vio la luz en este blog y por tanto, de alguna manera, se debe a todos sus lectores

Un vendaval de vida me recorre

Un vendaval de vida me recorre
arropado en su túnica de nácar.

Mientras contemplo andanadas de sueños galopando
sobre el cerro de mi noche,
vivo a lomos del carrusel de hilos invisibles
que me aúpan sobre risas de unicornios de cristal
espoleados ángeles de antorchas.
Ahora, cuando los cascabeles de los días
cimbrean su cintura
y se acodan sobre mis pupilas tatuadas de amaneceres,
percibo nuevas brisas sobre mi mirada:
dedos de brasas, lenguas de amapolas.

Ubicado en la mediatriz de una frase
(suposición aleatoria, metáfora arriesgada),
contemplo las cunas de los paréntesiscomo horizontes de sonrisas…
En medio de ambas distancias
unas manos de perfiles torneados con marfil tibio
moldean mi resuello,
sobre ellas mezo mi entereza
que cabalga hacia la cumbre de la sangre
y a ellas me encomiendo.

Nada más.

Acaso, repito,
un vendaval de vida me recorre
arropado en su túnica de nácar,
una brisa acaricia mi mirada
una brisa preñada en mil auroras:
dedos de brasas, lenguas de amapolas,
y el mar que nos acoge…

Y así es como lo recogió el vídeo escondido que nos grabó a todos.






Como no estoy seguro de que se escuche el objeto anterior, aquí dejo también el enlace a esta versión de La Primavera de Vivaldi No sé que os parecerá, pero a mí se me figura que cuando el Cura Rojo pensó en ella, se aproximaba bastante a la versión que aquí ejecuta Stefano Montanari

viernes, 19 de marzo de 2010

LA CARTA. Parte novena.



1ªparte 2ª parte 3ªparte 4ª parte 5ª parte 6ª parte

7ª parte 8ª parte


Después de aquella cita concluida en fiasco y casi ultraje, durante unas semanas no le resultó fácil continuar en clase como si no hubiera sucedido nada. Notaba que las miradas de los compañeros acentuaban las burlas sobre él. Tenía la certeza de que la pequeña aventura era de dominio público, debido al interés desmedido que Eladio ponía en mofarse en público de su persona, afán que acrecía cuando los espectadores eran los propios alumnos.
Otra vez fue la dedicación al estudio lo que le salvó de aquel nuevo revés que, por otra parte, tuvo el efecto contraproducente de volverle aún más callado y retraído. Su capacidad de concentración ante los libros aumentó exactamente en la misma proporción en que se le veía menos integrado en el grupo. Huía, siempre que le era posible, de cualquier actividad extraescolar, salvo aquellas que tuvieran que ver directísimamente con la parte académica.
Que Eladio odiaba a Luis era un hecho. Que Luis no soportaba a Eladio era una consecuencia lógica de lo anterior; pero lo que peor llevaba Luis no era el odio en sí mismo, sino desconocer las razones que lo habían desatado y que le convertían en diana apetecible para cualquier pulla del heredero de La Florida.
Eladio presumía a manos llenas de la bonanza económica de la fábrica de su padre y aplicaba el éxito empresarial paterno para obtener ventajas individuales, sobre todo las extraescolares. Nunca fue buen alumno, ni se encontró materia académica en que su nombre descollara o, al menos figurara en el grupo de los que sobresalían bien por la actitud, bien por la aptitud, bien por los resultados. No desarrolló un expediente brillante, incluso Luis sabía que estuvo próximo a ser lamentable, justo al final del COU.
Eladio era el ingrediente de todas las salsas, excepto de las que tenían que ver con los estudios. Esa mayoría silenciosa que siempre se mantiene al margen de cualquier acontecimiento, opinaba, si el hijo del industrial no escuchaba, que la razón del odio hacia el Empollón (el mote ya no se cayó de ninguna boca durante el bachillerato y el COU), se debía a que Luis superaba a Eladio en los estudios. Sin embargo, otros, un poco más observadores o reflexivos, no estaban de acuerdo en tal apreciación, pues no sólo Luis era mejor que Eladio en resultados académicos, sino que casi todos los compañeros le superaban en casi todas las asignaturas y frente a ellos no mostraba animosidad alguna.
Eladio había heredado de su padre la madera de emprendedor, la capacidad de iniciativa y en cuanto podía, lideraba cualquier ocurrencia que resultara del agrado de la mayoría, y tampoco le importaba poner dinero para que cualquier proyecto saliera adelante. Es más, se diría que lo hacía con gusto, que encontraba en ese gesto un placer especial. Ese gusto por la ostentación que a muchos lleva a la ruina. De ese modo nada o casi nada se le resistía. Daba la impresión de que todo lo que se propusiera acabaría por conseguirlo.
Cuando se acababa el COU, Eladio anunció que no se presentaría a la temida y odiada Selectividad. Para dirigir la empresa de su padre, que era el futuro que le esperaba en un plazo prudente (salvo intervención nunca prevista ni deseada de la muerte), no le hacía falta obtener ningún título, así que para él la época del suplicio estudiantil concluía cuando acabase COU. Muchos, incluyendo Luis, pensaron que el aprobado final de Eladio fue un regalo del claustro de profesores al enterarse de que no continuaría estudiando. Otros, peor pensados y sin pruebas palpables, salvo el rumor de un rumor, añadieron que hubo varios sobres con muchos billetes en su interior dentro de unos cuantos buzones de las viviendas de los profesores. En el sobre, además del dinero, descansaba una tarjeta de visita donde se leía el nombre del padre de la criatura.
¿Simples habladurías de envidiosos o calumniadores profesionales?
El dato de la tarjeta de visita no pasó desapercibido a Luis que llegó a la conclusión de que si alguien conocía semejante detalle, es porque había recibido noticias fidedignas sobre la cuestión. Era difícil sospechar que la imaginación juvenil edificase una historia ficticia incorporando un dato que le otorgaba tanta verosimilitud. Si se aportaba tal detalle, es que la cartulina existía. Y si ésta existía, existiría el dinero.
Acabada la Selectividad, en silencio, y sin que su madre se enterase de nada, se dedicó a investigar. Preguntó primero a quien había escuchado decir lo de la tarjeta, quien le remitió a otro joven que, a su vez, había oído la historia de labios de otro cuyo padre tenía un bar donde solía tomar café un profesor del instituto. Según la versión del compañero de quien partió el rumor, este profesor, una de las últimas tardes del curso, cuando a penas quedaban por corregir un par de exámenes, acudió al bar junto a otros compañeros. Como suele ocurrir entre profesores, continuaron hablando sobre su trabajo, las calificaciones, los alumnos, hasta que uno, como quien se libera de un fardo muy pesado, contó lo del sobre, los billetes y la tarjeta de visita. Según le comentó este compañero a Luis, su padre le dijo que el resto de colegas del profesor se miró en silencio. Después de un largo rato, otro confirmó lo mismo, detalle por detalle: el sobre, su color, el número de billetes, la tarjeta de visita. Por fin, y de uno en uno, todos admitieron haberse encontrado dentro del buzón de su casa con el mismo regalo que ninguno rechazó. La conclusión era obvia. El padre de Eladio había disparado por elevación, y para evitar problemas pagó a todos los profesores el aprobado de su hijo, sin entrar en disquisiciones acerca de las probabilidades reales que su vástago tenía para alcanzar el anhelado cinco. Quizá usó la misma vara de medir, porque intuyó que su unigénito suspendería casi todas las asignaturas, o porque desconocía qué materias podría aprobar, o para evitar que alguno de los no pagados por él tuviera la tentación de indignarse en exceso y hacer pública la compra del resto de voluntades. Con que sólo uno fuera capaz de denunciarlo, se descubriría que todos estaban untados. Jugaba con la debilidad y la ambición humanas y, como tantas veces sucede, el juego le salió bien.
Después de aquella conversación, Luis decidió que estudiaría Derecho. Aunque más bien habría que decir que la noticia de semejantes hechos fue el empujón que le hacía falta para hacer efectiva la pretensión. Desde que empezó el curso, sabía que tenía que afrontar la elección que determinaría su futuro profesional.
Había pensado que su tránsito por las aulas concluiría después de junio, pues la situación económica de su casa no era la más adecuada para embarcarse en una carrera universitaria, pero una conversación con su madre le hizo cambiar de opinión. En esta ocasión fue Laura Enciso quien preguntó como quien ara la tierra.
— ¿Luis, has pensado ya qué vas a estudiar cuando acabes COU?
Él levantó la mirada de sus apuntes de filosofía y escrutó el rostro de su madre entre agradecido y sorprendido. No le atraía demasiado el mundo laboral, pues pensaba con absoluta sinceridad que su verdadera vocación era estar entre libros. Ojalá hubiera existido la profesión de estudiante, ganarse la vida aprendiendo, atesorando cada día un conocimiento nuevo que le ayudara a comprender mejor el mundo, los seres humanos y sus circunstancias. Pero sabía que tal sueño era imposible. Había barajado diversas opciones, trabajos que no exigían especialización y que le permitiesen pagarse los estudios universitarios a través de la UNED. En realidad no había nada concreto en su pensamiento. Durante el verano se dedicaría a ello.
— La verdad es que había pensado dejar de estudiar. — Siguió con la mirada la evolución del gesto materno y continuó con su explicación. — Me parece que no podemos afrontar los gastos de una carrera.
Ella le miró con una ternura un poco antigua que Luis casi no recordaba. Una ternura que le conducía a los tiempos felices de antaño, tan antiguos que le parecían prehistóricos.
— Hijo, con unas notas como las tuyas, y en nuestra situación, seguro que tienes derecho a alguna beca.
Mientras se secaba, casi con furia, todavía envuelto en el vapor de agua que adensaba la atmósfera del baño, recordó que aquella frase fue como si le hubieran abierto un horizonte. No se le había ocurrido tal posibilidad. Su ceguera respecto de las cosas del mundo era de tal magnitud que no había caído en la cuenta de lo obvio.
A partir de ese momento comenzó a barajar varias hipótesis, todas relacionadas con el mundo de los libros, de las letras, del conocimiento, casi seguro de que acabaría en el mundo de la docencia. Pero en todas ellas la posibilidad de estudiar Derecho estaba presente. En su ánimo se movían, como en un desfile de modelos, opciones tan dispares como la filosofía, la filología, la historia, el derecho… Y así anduvo durante todo el curso.
Hasta que aquella anécdota de lo sucedido con Eladio, se tornó en llave que abrió la puerta. Se dio cuenta, quizá de modo romántico, que sólo desde el ejercicio del Derecho, podría luchar contra las injusticias y contra las ilegalidades. Era algo vago, inconcreto, como una masa amorfa que aún no era capaz de definir, pero percibía que estaba en su interior. Se sabía hombre ajeno a la acción, que sus virtudes pasaban por el silencio y el estudio, y además sabía que no convivía bien con las arbitrariedades, los abusos, la imposición de la voluntad a través de su compra o por el uso de la fuerza…
Eran años complicados en el país. Años de efervescencia política. El asesinato de aquellos abogados laboralistas en Madrid le impactó. El intento de golpe de estado de febrero anterior también le había revuelto algo inconcreto en su interior.
Cuando, después de unos meses, le dijo a su madre que estudiaría Derecho, ésta respiró aliviada. Luis no sabía que Laura Enciso tenía miedo a perderle también a él, y el estudio de esa carrera le permitía tenerlo cerca, puesto que podía cursarse en Euritmia. Desde que ambos supieron que su hermano Gabriel había optado por la Formación Profesional en la rama agropecuaria para seguir con la explotación vacuna que tenía el abuelo en el pueblo, eran conscientes que sólo le verían de vez en cuando, con motivo de alguna visita. Ella siempre había pensado que la separación de su hijo menor, nunca sería definitiva del todo, pero a esas alturas de 1982, comenzó a temer quedarse en completa soledad.


miércoles, 17 de marzo de 2010

POESÍA EN SEGOVIA GRACIAS A NORBERTO GARCÍA


Como es sabido por los lectores y amigos de este espacio, el sábado próximo, veinte de marzo, se celebra en esta ciudad de Segovia (al igual que en otras) el día Internacional de la Poesía en el que intervendremos treinta y seis poetas en un recital que se celebrará al aire libre en el Jardín de los Poetas de esta ciudad.
(Antes de continuar una pequeña digresión para agradecer a Beatriz Ruiz y María Sangüesa que en sus respectivos espacios hayan publicado entrañables entradas dando publicidad al recital).
Pero hoy no quería hablar del asunto en sí mismo, sino de quien lo hace posible.
Como suele decirse, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. A veces da la impresión de que las cosas ocurren solas. Y no es verdad. Siempre hay una persona, o un grupo de ellas, que están detrás de los acontecimientos y mucho más cuando estos tienen el fin de ofrecerse al público, en este caso los amantes de la poesía.
Cualquiera sabe, o puede saber, que coordinar el trabajo de más de treinta personas no es nada sencillo.
Desde hace varios meses Norberto García Herranz es el alma de este acto. Él difundió en este blog creado al efecto la idea, él ha seleccionado a los elegidos, quienes le enviamos un par de poemas y ha escogido uno, ha obtenido los permisos y el patrocionio de algunas instituciones para el recital, ha impulsado la celebración de una comida de fraternidad, se ha encargado de que la presencia de músicos que nos acompañarán amenice el acto, ha buscado el modo de que se filme el recital, ha ideado el cartel, ha editado un libro conmemorativo con la inclusión de los poemas que allí recitaremos, e incluso ha escrito la letra y la música de una canción de una canción que nos recordará el acto.
Sólo la inquietud llevada a la práctica de un hombre es capaz de que ciertos asuntos salgan adelante. A veces no nos damos cuenta y pensamos que las cosas salen adelante, porque se deseen, con chasquear un par de dedos como suele decirse. Y no, no es así. Todo proyecto (y más cuando es colectivo) requiere de un esfuerzo que en no pocas ocasiones es un quebradero de cabeza, aunque también resulte placentero.
Por todo ello, por haberme escogido entre los que celebraremos con versos este día, necesitaba escribir y publicar estas palabras.
Norberto, sirvan estas íneas como preludio al abrazo que nos daremos el próximo sábado.

INFORMACIÓN DE ÚLTIMA HORA:

El amigo Norberto me remite este correo que, previa autorización suya paso a publicar:
Teniendo en cuenta que el tiempo se anuncia lluvioso para el día 20, os recuerdo que está previsto, caso de ser ciertos los pronósticos, realizar el Acto en la ALHÓNDIGA, lugar que está localizado muy próximo a la CALLE REAL. (...) Los que vayáis a la comida no tenéis problema porque allí se informará. Los demás podéis acercaros por la Plaza Mayor sobre las 16 horas o me llamáis y os indico.
Por otra parte, el día nos dirá lo que hacemos. Si veis que hace bueno: ¡Al Jardín! y si llueve...pues a la Alhóndiga. Un abrazo y ya estamos casi viéndonos. http://poesiaensegovia.blogspot.com/

lunes, 15 de marzo de 2010

TRIBULACIONES DE UN ESCRIBIDOR DESESPERANZADO


Miro a los campos de Castilla, anchos de cereal aún por nacer y planos de sudor antiguo. Miro nuestras tierras inundadas por un invierno largo, un invierno de humedales y neveros, un invierno de botas altas sobre las piernas para no enfangarse, si hubiera piernas que se pudieran embarrar… Miro el vuelo de las aves que todavía se preguntan por qué el frío no se va ya de una buena vez. Miro el semblante mudo de los árboles, tan desnudos como el horizonte. Miro esta Castilla que se muere en el abandono, que se pudre en la soledad, que se retuerce en la búsqueda que una sombra que evite que se calcine el último de sus hijos ante el sol abrasador.
Miro a los campos de Castilla desparramados en la soledad de un yermo gris que a duras penas se alza sobre un pasado que demasiados siglos lleva siendo la historia de una agonía incesante…

Pero al fondo, más al fondo mis ojos distinguen el futuro que se acerca. Un futuro preñado de esperanza. Después de que suceda lo que se avecina entre fanfarrias, oropeles y timbales, llegará la prosperidad y en nuestros campos crecerán los niños como golondrinas, y los hombres y mujeres llegarán cansados, y a la vez pletóricos, de un trabajo que les impulsa a amar.
Ya se otea desde el horizonte, ya se columbra en la distancia... Los campos de Castilla se alzan, preparados para ese porvenir que sonríe como el sol de la primavera.
Ya llega, ya está aquí… Un cementerio nuclear...

Verán ustedes, como complemento a estas letras del escribidor, me gustaría que leyesen las últimas líneas de una noticia publicada en el Diario Vasco y que a su vez ha difundido Solidaridad y Paz, la bitácora nuestra amiga Beatriz Ruiz:
"Los profesionales iraquíes llevaron a cabo un estudio conjunto con médicos de la Universidad de Washington que concluye que los casos de leucemia infantil se han duplicado en los últimos quince años. Publicado en el American Journal of Public Health, la investigación señala que «la naturaleza cancerígena de la exposición a la guerra es difícil en las situaciones caóticas que caracterizan a los conflictos bélicos. Basora es una región sacudida por los incendios de los pozos petrolíferos, las armas químicas y las municiones de uranio empobrecido".
Desde aquí se lee la noticia al completo.

Si alguien no termina de ver la relación entre ambos textos, quizá convendría que reflexionase de nuevo…

viernes, 12 de marzo de 2010

LA CARTA. Parte octava

A Miguel Delibes,
maestro a quien nunca me aproximaré. In memoriam

Al menos en apariencia, su madre se había equivocado en esta ocasión. Cuando Luis acabó de hablar con la chica y colgó el teléfono, una luz nueva brillaba en su mirada, algo diferente refulgía en su semblante: la luz del triunfo.
La conversación había sido breve, pero suficiente, según lo que se vislumbraba de los resultados obtenidos.
— Suficiente para empezar a sufrir otra vez— se dijo el ayudante del fiscal mientras salía de la ducha.
El agua caliente, casi abrasadora, mezclada con agua a temperatura de hielo no había servido para evitar que sus pensamientos dejaran de fluir. No le quedaba más remedio que afrontar los hechos como se presentaban. Aquella carta había venido hasta él y su sola llegada había abierto una espita de recuerdos como una catarata imparable. Allí no habría habido fontanero que hubiera podido taponar aquella fuga de recuerdos en la forma de alud que amenazaban con aplastarlo.
Hubiera dado buena parte de su sueldo de ayudante del fiscal por un cigarrillo.
Hacía un par de años que lo había dejado desde que, precisamente, por los días en que quedó por primera y última vez con Azucena, había fumado su primer pitillo. Un Bisonte sin boquilla que le había pasado un compañero apiadado por su soledad y que terminó con un mareo brutal que debiera haberle llevado a repudiar para siempre el tabaco, pero que lo único que consiguió fue infundirle más deseos por fumar. Si los demás fumaban, si los demás no sufrían el puñetazo del humo sobre la claridad de los pensamientos y la estabilidad de su estómago, ¿por qué él sí? En eso, recuerda que se dijo con firmeza entonces, no pensaba ser diferente del resto de sus compañeros. Ya tenía bastante con su fama, incluso con sus hechos.
La cita se concertó un par de días más tarde. Al día siguiente Azucena tenía algo que hacer. Quedaron en que después de las clases vespertinas, él acudiría a casa de ella, pero no irían juntos. Azucena le advirtió que su madre le había dado permiso con la condición de que estar todo el tiempo delante y que la clase fuese en el salón. Él aceptó pronunciando un sí inaudible, tan inaudible que ni el filo de los dientes fue consciente del paso del aire de la sílaba por su quicio. No había pensado en nada, de hecho había pensado que la chica se enfadaría con él, así que aquellas condiciones le parecieron lógicas.
Dos días más tarde, cuando salió de clase, como tenía tiempo, se dirigió a su casa, descargó la cartera del peso innecesario, merendó y volvió a salir ante la atónita mirada de su madre que sólo acertó a decir
— Ten cuidado, hijo mío.
No entendió la nueva melodía que se abría en el tono de voz de la madre, pensó que ella se refería, como siempre, a los asuntos relacionados con el fatal accidente de la infancia, no atisbó el nacimiento de un nuevo tema; pero aunque hubiera descubierto ese alumbramiento no le habría hecho caso. Ya no tenía unos pocos años. Ya era un joven. Y un joven enamorado, es decir, el rey del universo. Así que salió ufano y dispuesto a llegar puntual a la cita a casa de Azucena. Cosa que nunca sucedió.
Ya en la calle, no se dio cuenta de que a pocos metros de él, pero a suficiente distancia, era seguido por Eladio, Miguel, conocido por Cacharros, porque su padre tenía un comercio donde se vendían piezas de loza, y por Cristóbal, llamado Ciempiés, ya que en él se aunaba una extraña habilidad para jugar al fútbol usando con igual facilidad ambos pies, y porque se apellidaba Ciempozuelos, por parte materna. Pero él estaba ocupado en otros sonidos, no precisamente los que le llegaban por detrás de su espalda. Iba enfrascado en los latidos persistentes y alocados de su corazón, ¿cómo fijarse en las pisadas y las risas que ascendían hacia la barriada del Ángel tras él?
Entre los cipreses del frondoso Parque, a unos doscientos metros de la calle Chopera, divisó a Azucena que parecía acercarse a su encuentro. Luis no se esperaba semejante visión y pensó que su mente padecía una alucinación, o un espejismo provocado por el deseo. Cuando estuvo seguro de que era ella, su corazón inició un galope más desenfrenado aún, pero algo se rompió en su interior. Ella pasó de largo, ni le saludó siquiera, como si su figura se hubiera tornado transparente, como si Luis Enciso fuera un elemento más del aire invisible. Azucena, unos veinte pasos más abajo, fue a caer en los brazos de Eladio y tal gesto fue aplaudido por las risas escandalosas de Cacharros y Ciempiés.
— ¿Creías que ella te haría caso alguna vez, Empollón?
De nuevo la timidez, lejos de ser un lastre que le frenara, se convirtió en un buen aliado, el mejor. Volvió sus pasos hacia donde estaba el cuarteto que se reía en sus narices de su supuesta credulidad y se acercó a ellos, conteniendo la avalancha de sentimientos que le acuciaban: la vergüenza, la rabia, la tristeza, la impotencia, la venganza… Y otra vez Eladio en el centro de la burla.
— Simplemente pensé que le vendría bien una ayuda y se la he ofrecido desinteresadamente. — Antes de continuar, miró con rabia a Eladio—. Otros no actúan del mismo modo. Siempre buscan algo inconfesable. —Seguía sin separar la mirada de su compañero, a pesar del destino de sus palabras—. Azucena, ten cuidado con ellos.
Se escuchaba a si mismo y no creía lo que acababa de decir. Aquello sonaba a declaración de guerra en toda regla. Los otros cuatro se dieron cuenta. Ciempiés y Cacharros callaron como si les hubieran cortado la garganta, Azucena miró sorprendida a Luis y Eladio le devolvió la mirada con la misma intensidad que estaba recibiendo la del huérfano del empleado de su padre. Respiró hondo y cuando habló, sus palabras lentas y claras sonaron como cadenas heladas sobre el pavimento de la madrugada.
— Empollón, vete a tomar por culo… No me hagas hablar que sé mucho más de lo que te imaginas, así que más te vale estarte calladito. Y cuidado, mucho cuidado con quién quieres hablar. Primero pregunta por mí, y ya veré yo si te doy permiso. Yo decido con quién, cuándo y cómo puedes ligar. ¿Entendido?
Cuando aterrizó en sus oídos la frase, ‘No me hagas hablar que sé mucho más de lo que te imaginas’, Luis no pudo evitar un pensamiento extraño, algo así como una pedrada arrojada desde la infancia y que había concluido su vuelo en ese instante, en mitad del umbrío parque del Ángel. De inmediato recordó la pelota de colores, de inmediato pensó en el accidente, y de inmediato rememoró el perfil de Eladio niño medio oculto en el portal de su casa mientras la pelota cruzaba la calle y Luisito salía corriendo tras ella hasta que aquel bulto blanco…
Sintió un leve vahído que supo controlar ante aquellos cuatro, pero no encontró respuesta a la bravuconada de Eladio. De nuevo quedó por debajo de él, como un pelele entre sus manos.
Cuando regresó a su casa, a Laura Enciso no hacía falta que le explicara absolutamente nada, puesto que el escaso tiempo que había tardado en volver indicaba que algo había salido mal. Y a juzgar por las trazas que se dibujaban en el rostro del hijo, había ido peor que mal. Tuvo el acierto de no hablar, de no enturbiar los pensamientos borrascosos de Luis y prefirió que discurriera algo de tiempo. Cuando se presentó en su habitación con una infusión de tila bien caliente, tampoco dijo nada, la dejó en la mesita y esperó a que fuera él quien hablara.
— ¿Mamá, tú sabes por qué Eladio me odia?
El nombre de aquella criatura era como nombrar el mal en aquella casa. Sin embargo, cuando llegaban las conversaciones importantes a Luis sólo se le ocurrían hacer preguntas que ocasionaban tremendas inundaciones en el rostro de su madre. Daba igual que tuviera ocho, doce o quince años. Eladio era el nombre del hijo del jefe de su Luis, y hacerle presente en la conversación era traer al recuerdo los mejores años de su vida, esos instantes que parecían tan lejanos (habían pasado casi ocho años desde su muerte). Pero es que, además, desde aquel infausto día, Eladio era el nombre del enemigo de su hijo, alguien que odiaba sin causa y aquello aumentaba la desolación en aquel hogar. Pero es que en este caso, aunque empezaba a intuirlo, no entendía por qué Eladio había aparecido en esta cita de su hijo con una chica. Se lo imaginaba vagamente, pero no podía creerlo…
— ¿Es que te has tropezado con él?
Le contó lo que había pasado, obviando la expresión grosera, y ella quedó, como él, de una pieza. De inmediato su corazón revivió aquella maldita tarde, y su mente llegó a conclusiones similares a las que había llegado su hijo. Y llegó a pensar algo terrible, algo que se negó a sí misma muchas veces, pero que estuvo a punto de volver a reavivar los peores momentos de los años anteriores.
Si Eladio decía eso, pensó, es que quizá vio cómo Luis, Luisito, se echaba sobre el coche de su padre inconscientemente, lo que pasa es que después del golpe no se acordaba muy bien de lo que había ocurrido.
O sí se acordaba y no quería decirlo.
Pero fue capaz de repudiarse a sí misma semejante pensamiento tan odioso, y llegó a la conclusión que llegaba siempre
— Eladio te odia porque no actúas como un criado a su servicio, que es como él quisiera que te comportaras con él, como tu padre se comportaba con el suyo.
— Pero él a mí no me paga, y su padre sí pagaba a papá.
Y su madre sonrió. En eso tenía razón. El padre de Eladio no le pagaba un mal sueldo a Luis, quizá por las horas extraordinarias, quizá por aquellos sábados por la tarde, a pesar de que más de una vez llegaba sin fuerzas ni para amarla, el sueldo era bueno.

jueves, 11 de marzo de 2010

URGENTE: DELIBES MUY GRAVE


Imagen tomada de Internet


Quizá todo el mundo lo sepa ya, pero la noticia me parece lo suficientemente importante como para romper el ritmo de este rinconcillo de la blogosfera. Me entero por la Bitácora de Alena Collar del agravamiento en el estado de salud de uno de los más grandes escritores en español en el siglo XX.

Mis palabras serán inútiles y pálidas, Alena lo ha hecho mucho mejor que yo lo haría en veinte años.

Desde aquí se accede a su artículo no dejéis de hacerlo.


miércoles, 10 de marzo de 2010

CAPITAL EUROPEA DE LA CULTURA: SUEÑO SEGOVIANO


Foto tomada de Alenarte Revista que encabeza este mismo artículo


De todos es archisabido a estas alturas, que España ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea. Con este motivo, Daniel Canogar ha sido encargado por el Gobierno español de organizar la intervención llamada Travesías instalada en el atrio del edificio Justus Lipsius del Consejo de Europa.
Daniel Canogar nacido en 1964, es madrileño y en la actualidad imparte clases en la IE Universidad de Segovia, dentro de la escuela de Arquitectura, donde pone en contacto a sus alumnos con la creación contemporánea.
Esta intervención consiste en la instalación de una pantalla de LEDS escultórica que traza en el aire una forma ondulante y toma la apariencia de un enrevesado camino suspendido. En la pantalla se pueden ver imágenes de multitud de personas andando. Las imágenes funcionan como un espejo del constante flujo de personas que atraviesan el atrio. Los trabajadores, políticos, técnicos y visitantes del Consejo de Europa son los que dan vida al edificio y, en consecuencia, al proyecto europeo.
Como también es sabido por muchos, Segovia, además de otras ciudades españolas, aspira a ser nombrada capital europea de la cultura para el año 2016. Se lleva trabajando mucho tiempo en la idea, y desde luego, algo parecido a la ilusión colectiva prende entre los segovianos. Quizá, y desde la lejanía, parezca una apuesta arriesgada y más si se compara con algunas de las otras ciudades que también aspiran a representar a España en Europa en el ámbito de la cultura, pero desde la proximidad quizá no sea una propuesta utópica.
Desconozco cómo se están llevando las cosas en otras urbes, lo que sí sé es que en ésta el trabajo es abnegado y se está abordando desde dos ideas fundamentales que algunas veces parecen contrapuestas, pero en este caso se complementan a la perfección, como si fueran una mano y un guante.
Lo primero que conviene es destacar la idea fuerza, el motor fundamental que consigue movilizar todas las energías. Hablo de la ciudadanía. Quiero decir que esta candidatura apoya toda su potencia y toda su energía, la que sea, en la ilusión y en la participación de los ciudadanos. Desde la elección del logotipo que nos identifica, hasta el voluntariado, desde las aportaciones, hasta las Noches de Luna Llena, así como otras actividades que se expanden a lo largo del calendario de la ciudad, todo se debe a la multitudinaria aportación y participación de las mujeres y hombres que vivimos en estas tierras y que hemos tomado y vamos tomando como nuestra esta iniciativa.
Pero no le faltaba razón a quien está trabajando a diario en este proyecto, cuando decidió que nuestra candidatura debía salir de nuestras fronteras, porque es lejos de ellas, a la postre, donde se decidirá definitivamente.
Europa es muy grande, aunque sea muy pequeña. Llegar a todos los rincones es difícil cuando uno es un ser anónimo que se ilusiona por algo, que toma conciencia del valor de un proyecto que se gesta despacio para alcanzar una solidez de acero indestructible, pero que, al mismo tiempo y a diario, tiene que acudir a una oficina, a un colegio, a un bar, al instituto o a un taller para realizar el trabajo que le permite obtener los recursos necesarios para vivir. Suponiendo que la lacra del paro no le tenga sumido en un desasosiego casi invencible.
Por suerte esta ciudad tiene personas de indudable prestigio internacional (algunas nacidas en estas tierras y otras en lugares bien alejados de nuestros horizontes) que se han comprometido en difundir desde la atalaya de su influencia nuestra candidatura. La lista, hasta ahora, se compone de los siguientes nombres: José Antonio Abreu, Ángel Corella, Ana Zamora, Rosa María Calaf, Carlos Muñoz de Pablos, el Premio internacional de Periodismo Cirilo Rodríguez, Pedro Delgado, Eva Hache, Espido Freire, Jaime Chavarri, Nuevo Mester de Juglaría, Ouka Leele, Titiriteros del mundo participantes de Titirimundi y Daniel Canogar, nombrado embajador de la candidatura de Segovia a la capitalidad europea 2016 el pasado día dos de febrero, tal y como se puede leer en esta noticia del Adelantado de Segovia.

Muchas de las personas citadas más arriba son conocidas por la mayoría de los lectores, quizá otros no tanto, para saber algo más sobre ellos se puede consultar esta dirección .
Ya que este artículo lo comencé hablando del último embajador nombrado, Daniel Canogar, no me resisto a concluir con algunas de sus palabras al respecto, precisamente las que aparecen en la anterior dirección de internet y que se pueden leer al completo tras pinchar sobre su fotografía y que me parece resumen a la perfección una de las esencias en las que se basa el proyecto de esta candidatura y que desde el primer momento se ha blandido como estandarte: “Segovia es un magnífico experimento cultural que debe servir de modelo para una Europa que siempre se debate entre el peso histórico de su pasado y un deseo de seguir en la vanguardia de la cultura contemporánea”
Para más información:
Web de Canogar

lunes, 8 de marzo de 2010

EL VIAJE


Al alejarme de la carretera, no pensé que aquello me fuera a suceder a mí.

La noche era helada, a pesar de que el invierno, supuestamente, estaba a punto de pegar el portazo de despedida. De hecho, todos los medios de comunicación, a instancias de la Dirección General de Tráfico, aconsejaban que no se viajara sin las cadenas a mano, sin mantas, con el móvil cargado, con el depósito lleno. En realidad aconsejaban que no se viajara. Todos quietecitos en casa. Pero yo tenía que viajar. No había ninguna posibilidad de evitar el viaje. Ni tampoco podía llegar a mi destino de modo distinto al de montarme en un vehículo particular y adentrarme por esas carreteras tortuosas y estrechas, tan poco transitadas como los versos de los poetas.
Lo que olvidaron los de la Dirección General de Tráfico, los medios de comunicación y mi mala cabeza fue recomendar que se viajara con la vejiga convenientemente vaciada.
Así que en ese punto concreto de la carretera tuve que parar.
No tenía más remedio.
Era innegociable.
Llevaba veinte kilómetros buscando una gasolinera, una estación de servicio, un bar abierto en un pueblo… Parecía que estaba en el fin del mundo… Mejor dicho entre la nada y el fin del mundo.
Señalicé la maniobra. Dejé encendidas las luces de posición y los cuatro intermitentes funcionando y me alejé unos metros.
No escuché ningún ruido. Ningún coche. Ningún motor. Ninguna puerta. Ningún paso. Ni las estrellas dijeron nada.
Una vez aliviado retorné al lugar.
Al abrir la portezuela es cuando lo vi. Se iluminó el habitáculo y allí estaba.
Aquel cadáver no había viajado conmigo.
¿Qué juez creería esta historia?

viernes, 5 de marzo de 2010

LA CARTA. Parte séptima.



Laura Enciso, a diferencia de sus compañeros de clase, se dio perfecta cuenta del cambio en su hijo. Por un lado se alegraba de que el amor viniera a sacarle del ataúd en el que se había convertido su vida, a lo que ella misma no había sido ajena. Pero, también le asustaba que su hijo sufriera del modo en que ella lo hacía, tras la muerte del que fuera el amor de su vida.
Algunas veces, para los hijos es complicado, quizá por pudor mental, imaginar que sus padres se amaron del mismo modo apasionado en que ellos sienten esa fuerza imparable de la naturaleza. Que los hijos imaginen entre sus padres el mismo tipo de abrazo que ellos desean vivir, es algo que no suele cabalgar por los pensamientos de ninguno, pero es tan real como la misma existencia de la especie, o como la existencia de la fragancia de las rosas, aunque sea algo que nos parezca más propio de los poetas que de los jardineros.
Laura Enciso había amado sin fisuras a Luis Prieto. Había amado su corazón, su mente y su cuerpo con total apasionamiento y dedicación desde que se conocieron, unos cuatro años antes de casarse, o sea unos catorce años antes de morir. Y esto lo sabía todo el mundo, e incluso el ayudante del fiscal, cuando era un adolescente, llegó a sospecharlo del modo decoroso con el que los hijos imaginan las relaciones de sus padres.
Cada vez que Luis recordaba las fechas, se daba cuenta que la relación de sus padres, incluidos los cuatro años de noviazgo, fue una relación breve en el tiempo. Desde esa perspectiva, y teniendo en cuenta lo repentino y trágico del suceso, nunca fue extraño que su madre tras el accidente se convirtiera en una especie de cadáver que lamentablemente cargaba con un organismo del que se quería desprender a toda costa para volver junto a su marido, allá donde él estuviera.
En la vida de Laura Enciso no había habido otro amor que el de Luis Prieto. Ambos se conocieron en 1958 con veintidós años, y nunca más dejaron de amarse, hasta que en 1972, con treinta y seis años ella enviudó. Sin embargo este dato, incontestable en su biografía oficial, no es cierto en su biografía sentimental, puesto que hasta el día de su muerte, muchos años después, ella siguió amándole sin grietas ni olvido, como si hubiera continuado casada con él. Todavía tuvo que soportar treinta y cuatro años de soledad y sufrimiento, pero lo hizo sin que casi nadie supiera otra cosa, salvo ese amor que parecía imposible.
Ella no entendía muy bien muchas cosas que acontecían a su alrededor, pero sobre todo no comprendía que las parejas que se habían unido bajo la premisa del amor acabaran por romperse como un plato se hace añicos. Por más que le explicaran, por más que le contaran un caso u otro u otro, ella siempre terminaba por menear la cabeza y por pensar que aquello, entonces, no había sido amor verdadero. Laura Enciso no había sido lectora de poetas, ni de ninguna otra clase de escritor, pero nunca le había hecho falta semejante esfuerzo para saber que el amor, o es eterno o no es amor. Nunca hubiera comprendido que el amor se desgasta por tanto usarlo, ni habría entendido que las personas evolucionan hasta dejar de amar a quien habían amado, ni menos aún hubiera comprendido que el hombre o la mujer pueden encontrar o incluso toparse en su vida con otra persona que les haga cambiar de horizonte el latido de sus corazones.
Admitía que había errores, que había personas que se ofuscaban por otras y llegaban a la vida en común pensando que se amaban, cuando en realidad lo que les unía era otro sentimiento más frágil y por tanto mudable y caduco. También admitía que hubiera matrimonios cuyo sostén no era el del amor precisamente, sino otros intereses que nada tenían que ver con aquél. Una cosa eran sus hondas creencias, y otra bien distinta que fuese ciega o sorda y no hubiera sabido de muchos casos que habían llegado al altar o a la presencia ante el juez con la sola pretensión de consolidar una fortuna o una hacienda.
Por eso, y a pesar de la aparente contradicción respecto de sus convicciones, nunca se opuso al divorcio, por el contrario, había sido siempre una defensora incondicional de su puesta en marcha. Cuando aquel ministro tan simpático hizo todo lo posible por su legalización en España, discutió con el cura de la parroquia quien llegó a amenazarla con una excomunión inmediata, cosa que ella resolvió con un desplante muy criticado por algunas comadres de la parroquia, por la que no volvió a pisar, hasta la muerte del párroco.
Lo que ella discutía y lo que no le supieron entender, no era la indisolubilidad del matrimonio; lo que ella discutía era la indisolubilidad del amor.
Cuando Laura Enciso intuyó que su hijo sentía algo especial por una compañera de su clase, se le encendieron todas las luces de alarma. Por propia experiencia sabía que el amor era el motor más potente de la existencia, pero también sabía que, si se rompía a causa de la muerte, se tornaba el sentimiento más cruel y destructivo.
Y no quería que su hijo sufriera más.
Por alguna razón que Luis no adivinó entonces, su madre se dedicó a advertirle contra del amor, mejor dicho, en contra de que él se enamorase, no fuera a sucederle lo mismo que a ella le había sucedido. Pero aquellas advertencias eran como prédicas en un desierto sólo abarrotado por arena y sol. Luis tenía la conciencia de que su vida cobraba sentido, pero sobre todo era vida si pensaba que Azucena le hacía caso y se fijaba en él.

La primera y única batalla que Luis dio por conseguir que ella se diera cuenta de su existencia, fue ofrecerle su ayuda para estudiar. Intuía que tal cosa no era la mejor arma para conquistar a una mujer, pero era la única de la que conocía su manejo con más precisión que el resto de sus compañeros. Para la mayoría de ellos era un arma de última generación, un arma secreta. Pretendía demostrarle a Azucena que una cosa es ser estudioso y aprovechar el tiempo y otra bien distinta es ser empollón. O eso pensaba él.
Para tener la oportunidad tuvo que esperar a las primeras calificaciones de aquel curso, allá por diciembre. En realidad tuvo que esperar a la vuelta de las vacaciones navideñas para ofrecerse como ayuda. Tuvo tiempo durante las dos semanas de receso de prepararse un buen discurso convincente, que a sus oídos sonaba bien, muy bien, tanto que se decía que si él no hubiera sido un buen estudiante, escuchando semejante alegato, se convertiría en uno de ellos.
Pero a la vuelta de las vacaciones, nunca encontraba el momento adecuado para dirigirse a Azucena. O ella nunca estaba sola, o a él le daba un ataque de timidez desaforado, como si un huracán de temor le explotara en el corazón. Todavía pasaron otro par de semanas más hasta que en un recreo, de forma casual, ambos se cruzaron sin ninguna otra compañía. Sin mirarle a la cara, Luis se atrevió a murmurar.
— Si quieres, te puedo ayudar con alguna de las asignaturas que te resulten más difíciles. La que tú quieras… Sin condiciones.
Ella lo escrutó de arriba abajo con una mezcla de incredulidad, burla, desprecio e interés. En realidad pensó que no le vendría mal que el chico más listo de la clase, a pesar de lo que sobre él opinara Eladio, le echara una mano en lengua y en matemáticas; pero al mismo tiempo supuso lo que los demás dirían si se enteraban de que Luis la ayudaba. Azucena temblaba sólo con barruntar que podría dejar de ser la chica más popular del Instituto, y acercarse al Empollón era comenzar a perder semejante estatus. Y lo último que pensó, como una ráfaga difusa y cálida, fue que a lo mejor el Empollón se había fijado en ella. Sonrió y a pesar de todo, la primera idea es la que prevaleció.
— Si me das un número de teléfono, hablamos.
Por desgracia ninguno de los dos llevaba en ese momento ni papel ni bolígrafo encima (a nadie se le ocurre llevar los útiles de trabajo durante su tiempo libre), y ya no hubo manera de encontrarse a solas.

Pero a él, sin duda con más recursos de lo que la mayoría suponía, se le ocurrió mirar en la guía. Su nombre completo era Azucena Pimentel Sanz. Sabía que vivía por la zona del barrio del Ángel (a pesar de sus ínfulas de chica bien, como tantos de los alumnos del instituto había nacido y vivía donde vivía), y no creía que hubiera muchos Pimentel en la guía de teléfonos de Euritmia. Es decir, poseía datos más que suficientes para que su búsqueda tuviera éxito. Acertó. Sólo había un Pimentel cuya dirección, además, pertenecía a la calle Chopera que estaba en aquel barrio de la ciudad. Anotó con esmero el teléfono y dudó todavía sobre si hacer la llamada o no.
Durante muchas horas había analizado con todo lujo de detalles el fugaz encuentro del recreo y llegó a la conclusión de que ella no toleraría de muy buena gana que él llevase la iniciativa, por eso había sido ella la que le había pedido a él el teléfono; pero, por otra parte, intuía que Azucena necesitaba, más pronto que tarde, la ayuda en alguna asignatura en concreto. Él pensó en las matemáticas únicamente. Pero le hubiera dado lo mismo que le hubiera pedido ayuda en dibujo técnico o en gimnasia. Él habría acudido a cualquier cita con ella en cualquier parte, y si ésta hubiera sido fuera del universo, quizá hubiera sido mucho mejor.
Entre el ansia abrasadora que le empujaba, y la intuición de que su ayuda sería recibida como un remedio necesario, marcó aquel número de teléfono que había memorizado al tiempo que lo escribía, a pesar de lo cual fue seleccionando cada dígito como si copiase una obra de arte, fijándose en cada detalle.
— Buenas tardes — murmuró — soy Luis Prieto, ¿está Azucena?

Laura Enciso, enfrascada en su eterna labor de ganchillo de hilo color crudo, no dejaba de prestar atención a las palabras de su hijo mayor.
Sentía el peligro, como los barómetros notan la llegada de la borrasca.

miércoles, 3 de marzo de 2010

TRIBULACIONES DE UN ESCRIBIDOR CON ANDANCIO*


Verán ustedes, desde el comienzo del fin de semana pasado, un andancio de proporciones no muy grandes me tiene un poco distraído y algo cansado. Lo peor son las noches. La tos, más bien del tipo perruno, me impide el descanso más o menos sosegado, y claro, tal cosa repercute sobre el resto del día que se extiende como una lengua de sueño cuyo final no se distingue, porque al llegar nuevamente la hora del descanso, del supuesto descanso, al ponerme en horizontal sobre el lecho, los pulmones comienzan su particular danza, como si en realidad fueran una factoría de fabricación de mariposillas, y claro, alguien tendría que controlar los procesos de producción, porque uno no está para semejante cantidad de animalillos volanderos.
En este proceso, además, hay otro problema, las mariposillas éstas acaban por escaparse de un modo poco sigiloso y poco silencioso. La sobreabundancia hace que se apelotonen en los alvéolos, se empujen y sean incapaces de guardar un mínimo orden. Al final, terminan por emprender su viaje como si estuvieran en medio de un sprint del Tour de Francia o de la Vuelta a España. Ahí vale todo, y se terminan por enganchar unas con otras, mientras ascienden garganta arriba produciendo un roce molesto para los oídos, al que llamamos tos.
Por parte de la unidad central se han enviado diversos tipos de coordinadores de producción para que alguien detenga este exceso de celo en el trabajo. Pero no parece que los métodos usados hasta la fecha estén logrando los efectos deseados por parte de la dirección. A pesar de las medidas drásticas tomadas en conexión con el supervisor externo de los procesos productivos de la fábrica de mariposas, o sea el médico de cabecera (ahora llamado médico de familia), la sublevación parece que puede triunfar, por más que se emplean todos los métodos negociadores, e incluso coercitivos, de los que se dispone.
Lo peor de todo esto es que hay otra unidad central que está siendo afectada por esta revolución, y eso es lo que más me preocupa.
Al menos espero que se cumpla el viejo dicho de que un constipado se cura en ocho días sin medicación y en una semana con aspirinas.
Y les repito a ustedes que los medios usados han sido todos lo imaginables.
Quizá es que las mariposas pretendan construir algún verso de luz.
____________
Andancio: Enfermedad epidémica leve.

lunes, 1 de marzo de 2010

ORLANDO ZAPATA


¿Son todas las muertes la misma muerte?
¿Se puede escuchar el último latido de un corazón y adentrarse en su último pensamiento? ¿Se puede elegir ese instante postrer en el que dejamos de ser vida tal y como la conocemos?
¿Qué rondaría en lo más hondo y más humano de Orlando Zapata, cuando el hambre cerró para siempre su respirar? ¿Por qué un peón de albañil llega hasta aquí?
Aquí ha habido un juego sucio, de malditos caníbales de carne humana. Las palabras han vuelto a convertirse en proxenetas que prostituyen las ideas. En Cuba no puede haber presos de conciencia, luego no hay presos de conciencia, luego cuando exista algún preso de conciencia es en realidad un preso común, los presos comunes no tienen derecho a ser tratados como presos de conciencia, etcétera, etcétera, etcétera.
Un día, dos días, tres días… No como. No bebo. No como. No bebo. Ochenta y dos días, ochenta y tres días, ochenta y cuatro días, ochenta y… no va más. Fin de de trayecto.

No hay nada más aterrador que un sueño convertido en pesadilla.
No hay nada más terrorífico que un sistema que nació para liberar a un pueblo, acabe siendo su carcelero.
Cuando un sistema está por encima de las conciencias, ha dejado de ser humano.
A mí no me sirve, porque sólo me sirve lo verdaderamente humano.

Quiero que esta música de Bach sirva como llanto esperanzado a la memoria de Orlando Zapata.