viernes, 30 de julio de 2010

Intuición


Intuyó que si abría el ordenador, una flor pretérita destaparía su perfume y le rasgaría el corazón. Temió la felicidad. Pensó: esperaré un día…., dos..., tres... Al llegar al cuarto, su pensamiento se encrespó disparándole sin aviso...


— ¿Morirá de hambre?
Suspendió la cuenta, sorprendido.
— De hambre, no... ¿De aburrimiento? ¿Quizá caduque...?
Acaso un eco respondió:
— Siempre estará ahí.


Suspiró resignado. Llegó a la bandeja de entrada del correo. No le dio tiempo a taparse el rostro. Saltaron las letras y el latido de su corazón se aceleró tanto, que temió lo peor. Entonces comprobó que la felicidad no mata.

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miércoles, 28 de julio de 2010

En la cima del monte.




La cima del monte acaricia las orlas de granito de las nubes,
y sus ojos brillan en la laguna de aguas frías.
El aire de la mañana es estatua sin perfil,
y las piedras contemplan su carne en el azogue sin aliento.
La transparencia es campana de cristal
protegida en un espacio cimentado por sillares y silencios,
y se eleva hasta las bóvedas sobre notas de diamantes,
y ondea en vigas de armonía y luz.
Aquí, el brillo de la nieve, su latido de espejos,
entibia mi espíritu, vacía el ser de sus dolencias.
Percibo que me fundo en sus entrañas,
que me hago uno en su unidad eterna,
que soy nota de silencio,
buceador de sus secretos.


El frenesí de la ciudad llaga mis latidos
y el corazón se me retuerce sobre la pulpa del hastío
y busca la paz con la avidez de un niño.
Voltearé hacia mi venero oculto mis ojos agrietados por la suciedad,
entrañaré la mirada de estrellas rebrincando entre sus dedos,
busco esa luz que se me esconde y tiembla como pábilo que expira.
Cierro los ojos y contemplo mi abismo.
Necesito un silencio que me engulla en ritmos detenidos casi,
para encontrar el verdadero pulso de mi entraña.


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lunes, 26 de julio de 2010

Caricias sin piel.

Imagen tomada de internet.


La tarde se convirtió en una cordillera inaccesible. A pesar del calor del verano, en su corazón sentía que transitaba por lo más intrincado del invierno. El riachuelo de la ciudad cantaba sin convicción, cada vez más sediento, a pesar de las intensas lluvias de la primavera. Pero todo daba igual. También daba igual el canto de los jilgueros o de los mirlos. Ni la intensidad de la luz, que otras veces le reconciliaba con el universo, importaba. Todo daba igual, desde aquella mañana sabía que sus caricias no tendrían piel donde posarse.

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viernes, 23 de julio de 2010

Quinientas Mariposas

Banco de imágenes gratuitas


Miró detrás de sí mismo, como por costumbre, sin fijarse en exceso, casi por descuido.


Descubrió palabras que colgaban de su pensamiento, como las uvas de la parra. Vio ideas que se amontonaban en su cerebro y la mayoría acababan sumiéndose por algún desagüe del cerebro. Vio proyectos que crecían como la ilusión y la hierba. Vio alguna pierna que intentaba zancadillear su ánimo, y lo más que logró fue trastabillarlo y un rasguño indeleble en el alma. Vio que las sonrisas son escasas, como las piedras preciosas, y se sintió millonario pues a él le habían tocado muchas. Sintió la comprensión y la amistad como el aire que respira cotidianamente. Y no le importo el cansancio.


Quizá no es lo que había buscado exactamente al principio, pero comprendió que esto estaba mejor aún. Pero comprendió con más sorpresa aún que las mariposas, a pesar de todo, tienen larga vida, quinientas entradas más tarde.

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miércoles, 21 de julio de 2010

Iagoba Fanlo recrea a Bach.

Iagoba Fanlo en la primera parte del concierto.
Foto Antonio Tanarro. nortecastilla.es

Se acercaba la una de la madrugada del lunes al martes, en realidad, pues, martes veinte de julio. La ciudad todavía respiraba como un animal ahíto tras un desmesurado festín. En este caso demasiado sol durante el día, un sol como de horno, demasiado calor. Es muy extraño que en Segovia el termómetro a tales horas no se hubiera descolgado y aún permaneciese a veintiséis grados centígrados…

Pero a un grupo de privilegiado, no muy escaso, tal cosa no nos importó nada. Alguno sospechábamos que ese calor aplastante y quieto, tenía que ver con la subida de la emoción de nuestros corazones que había llegado a atizar las brasas de la madrugada…

Durante más de tres horas, habíamos estado escuchando a Iagoba Fanlo interpretando las seis suites para violonchelo de Johan Sebastian Bach.
Y por suerte, no soy crítico musical y, por tanto, no tengo que opinar sobre cuestiones técnicas o históricas ni de la obra ni del intérprete. Ni siquiera tengo que disimular mi entusiasmo. Ni tengo que ser objetivo. Ni estoy limitado por un número determinado de líneas, donde condensar lo visto, lo oído, lo sentido..., lo vivido. Uno es público, para más señas público enamorado de esta obra del Cantor de Santo Tomás de Leipzig, compuesta durante el primer tercio del siglo XVIII y recuperada, casualmente en Barcelona, y elevada al trono de la música, gracias a la decisiva determinación de Pau Casals. Uno, pues, sólo tiene la obligación moral de dejarse elevar hacia la belleza, de dejarse llevar por el contenido que se le quiera dar a esa escritura musical tan prodigiosa.

Cada una de estas piezas, en sí misma, supone un esfuerzo notable para un intérprete, las seis juntas son un reto. Un reto que podría ser comparable con otros hitos que quizá sean más reconocibles por el público en general. No pretendo comparar, por eso no añado más al respecto, simplemente subrayo que es difícil encontrar otro concierto en que se hayan interpretado las seis suites, todas juntas, y sin una partitura donde la memoria y el corazón del donostiarra pudiera apoyarse a modo de muleta donde sujetarse... Era un trapecista en triple giro mortal sin red.
No es la música del alemán una música sencilla, o fácil al uso. Como en toda la obra bachiana, hay un aire de trascendencia en cada uno de sus compases que no puede quedar ajena a nadie. Y menos ajena, cuanto más pasa el tiempo, y mucho más, cuanto más nos alejamos de la circunstancia concreta que motivó la escritura de cada una de las composiciones. Ahora nos da igual si las escribió pensando en tal virtuoso de la viola de gamba, o si fue una demanda de la propia corte de Cöthen. Incluso nos da igual la polémica musicológica sobre las posbiles anotaciones de Ana Magdalena, su segunda esposa, buena conocedora de la música, pues era soprano, como es bien sabido.
En su concepción básica, una suite no es más (ni menos) que una composición musical donde se van enlazando diferentes tipos de danzas más o menos rápidas (allemande, gigas, zarabandas, gavotes, courrent, etcétera), pero a  mi modo de ver en el caso que nos ocupa, este aspecto formal le preocupó a Bach lo justo, algo así como un vehículo de expresión conocido para explayar lo que su sentimiento y su emoción le inspiraban.
Se dice, y con razón, que esta música roza lo abstracto, yo hablaría más bien de lo inmaterial, pero eso es otro debate. En sí misma es purísima belleza llena de matices y que no se conforma con lo mínimo, sino que afronta cada uno de los detalles con ánimo de no dejar ni un cabo suelto en su modo de expresar, como si quisiera dejar agotado el asunto, como si quisiera revisar hasta el último matiz del sentimiento o el pensamiento que le empuja a la escritura de semejantes partituras...

La magia de un concierto es que se trata de algo irrepetible. Las partituras y las obras citadas están ahí, y existen múltiples grabaciones, empezando por las de Casals, a las que podemos acudir siempre que queramos. Pero lo de la noche del lunes al martes es algo que sólo ha quedado para las trescientas o cuatrocientas personas que llenábamos el aforo del templo donde se desarrolló el concierto. Incluso aunque mañana mismo, Iagoba Fanlo vuelva a afrontar semejante reto, será completamente disitnto a lo que nos regaló. Las seis suites para chello de Bach, durante unas horas, en realidad, ya no fueron del germano, sino de Iagoba Fanlo.
Ahí estaba su rostro concentrado siendo cauce de los sentimientos que le producía la música que, como arcilla invisible, moldeaba con sus dedos ágiles, casi con vida independiente cada uno de los cinco de su mano izquierda que corrían por el largo traste de su instrumento musical, un venerable violonchello casi contemporáneo a la escritura de la obra que interpretaba, construido en Barcelona, según nos explicó antes de comenzar la segunda parte del concierto. Su mano derecha sostenía el arco con la tensión justa que permitía que su constante paso por las cuerdas fuera una caricia perenne. Y el resto de su cuerpo es como si no existiera, como si sólo fuera el soporte del rostro y los dos brazos.
La fantástica sonoridad de las bóvedas románicas de la antigua Iglesia de San Juan de los Caballeros o Iglesia de los Zuloaga (pues en ella Daniel Zuloaga instaló su taller cerámico en los albores del siglo pasado), desnudas de cualquier otro adorno, impedían que las notas se escaparan o se amontonaran en los oídos. Las notas, los acordes, el ritmo, el tempo, que son las células por las que transita el pensamiento del músico, tenía cada una su propio espacio, su propio lugar en el mundo. Un instante brevísimo, si se quiere, un instante fugaz, pero un instante único e irrepetible.
Sólo al principio del concierto, cuando aún la luz del día besaba las mejillas de la noche, el chillido de los vencejos del exterior me mantuvo ligeramente hilado al mundo. Desde que la noche se convirtió en serena oscuridad, nada, nadie, podía enturbiar o romper esa magia. A pesar de estar rodeado de tantas personas, nada ni nadie me distraía, porque nada ni nadie se distraía de la anteción que nos provocaba contemplar atónitos, cómo brotaba la melodía de la conjunción precisa y casi mágica que va de la memoria a los dedos que pulsan con precisión de geometría pura el lugar exacto de la cuerda para que, como una niña feliz, saltara a la nave del templo cada una de las notas empujándonos a la interiorización de la gratitud, del dolor, de la espiritualidad, del amor, de la amistad, del sufrimiento, de la traición, de la enfermedad, de la compañía, de la belleza..., que sobre todas estas cosas, y más aún, a mi modo de ver, habla Bach en sus melodías.
Y a medida que avanzaron las interpretaciones, avanzó el cansancio. Lo cual es normal, y es lógico, pero como en otras manifestaciones humanas ocurre, también avanzó la emotividad, y avanzó el desnudamiento de lo superfluo, si es que algo de superfluo hubo en algún momento. Es como si su cuerpo, su mente, su corazón, sólo estuvieran al servicio de la música, como si él fuera la encarnadura de la música pensada hace unos trescienos años por Johan Sebastian Bach.

Al acabar el concierto, busqué y encontré al intérprete. Le quería felicitar en persona. Además le quería regalar unos poemas de mi autoría inspirados por la música que acababa de recrear. Como es de suponer, no fui el único en acercarme. Al grupillo que allí estuvimos (con alguna notable presencia entre los contertulios) nos atendió exhausto y sonriente. Su enteco cuerpo y su mirada ardiente emanaban satisfacción por el deber cumplido, cansancio por el esfuerzo, y afabilidad y cercanía en el trato. Se ponderó, sobre todo, la memoria, su memoria. Esa capacidad para atesorar la prolijas y extentísimas partituras. Lo más curioso es que no le daba importancia, es más, se la restaba, como si aquello no tuviera valor, o fuera algo habitual u obligatorio. Pero a mí me admiraba más aún, la resistencia interna para afrontar la interpretación íntegra de las seis suites en un sólo concierto. Según se dijo en aquel grupillo no se conocían muchos casos semejantes, pero de la autenticidad de tal afirmación no puedo dar testimonio fidedigno...
Le entregué lo que quería, me estrechó la mano agradecido (esa misma mano que había sostenido el arco que había sido caricia de las cuerdas de su violonchelo) y me volví a casa... El despertador, inexorablmente, iba a sonar a las siete menos diez de la mañana, y no precismente me regalaría los oídos con ninguno de los preludios para violonchelo de Johan Sebastian Bach, interpretados por Iagoba Fanlo...

Por si queréis ampliar los datos de este concierto, os enlazo aquí la crítica que Rafael Aznar ha escrito para el Adelantado de Segovia, y la que Luis Hidalgo ha realizado para el Norte de Castilla. En ambas encontraréis la información más ajustada a lo que debe ser una reseña sobre un concierto.



lunes, 19 de julio de 2010

Festival Internacional de Música de Segovia.

Cartel Oficial de la muestra. Tomado de Internet

Desde hace treinta y cinco años esta ciudad organiza y celebra su Festival Internacional que nació al hilo del certamen más veterano, La Semana de Música de Cámara, que este año celebra su cuadragésimo primera edición.

Como su nombre señala, La Semana de Música de Cámara hace referencia a un certamen de espacios pequeños, de música con pocos instrumentos. Algo íntimo y que rima con especial belleza en una ciudad recoleta y reducida. Y que probablemente le ha salvado de la ira de los tiempos que corren.

Y como si algo faltara, como último fruto de ambas, hace quince años nació el Festival Joven.



viernes, 16 de julio de 2010

El Premio Cirilo Rodríguez y la Prensa democrática

Imagen de un vídeo editado por la Asociación de la Prensa de Segovia,
en la que aparece Cirilo Rodríguez en Nueva York

Cuando escribo estas líneas, la Asociación de la Prensa de Segovia acaba de fallar el premio de la vigésimo sexta edición del Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales o enviados de medios españoles en el extranjero. La galardonada ha sido Soledad Gallego-Díaz corresponsal de El País en Buenos Aires.
Con motivo de esta edición del galardón la citada asociación, coordinada por el periodista Aurelio Martín, director de El Adelantado de Segovia, ha editado el libro Seguiremos informando. En él, además del prólogo introducción escrito por Pedro Altares, poco antes de su muerte, se encuentran, empezando por Manuel Leguineche y concluyendo en Joaquín Ibartz, los perfiles de los ganadores de las primeras veinticinco ediciones de este premio, todos ellos profesionales de reconocidísimo prestigio consolidado en su profesionalidad fuera de toda duda, así como un texto publicado en sus diversos medios de comunicación
He escuchado a Aurelio Martín en una entrevista radiofónica realizada en la Cadena SER que el trabajo de los corresponsales o enviados especiales en el extranjero es absolutamente vital para que comprendamos mejor la situación que se produce más allá de nuestras fronteras. Y esta frase me ha hecho reflexionar.
De alguna manera estos periodistas son nuestros ojos, allí donde no llegamos. Pero son algo más, algo más profundo. Porque con nuestra mirada, llevan nuestro modo de entender la vida, y, por tanto, al contarnos lo que sucede lejos nos explican aquello que no podemos entender.
Hoy en día, que nadie ni nada está libre de restricciones, parece que las empresas editoras de los medios de prensa, recortarán fundamentalmente de los dineros destinados a personas enviadas al extranjero. Se piensa que con la globalización de la información es suficiente para acceder a la información. Uno no es periodista, pero sin serlo, entiendo que no es así…, que no es así del todo, al menos.
Intentaré explicarme.
Que no nos faltarán las noticias es evidente. Como antaño no faltaban los teletipos de las agencias de informativas, suministradores de la semilla de la información, la pura médula nerviosa, el contenido esquemático de lo sucedido. Pero con ese mero dato, en muchos casos, nos faltará algo sustancial, la explicación de esa noticia, las razones más hondas de tal o cual suceso, el contexto, por así decir, que nos proporciona una visión más ajustada a lo que allá suceda.
Al leer, ver u oír informaciones que se producen en nuestro entorno más próximo y conocido, quizá no sea necesaria mucha explicación. Solemos conocer a los protagonistas, las relaciones entre los distintos actores de una noticia, los antecedentes, e incluso podemos jugar a crear nuestras propias hipótesis basadas en otros datos, en otras fuentes, quizá en informaciones previas que, de algún modo y sin ayuda ajena podemos hilvanar, aún a riesgo de equivocarnos… Pero todo ello queda fuera de nuestro alcance cuanto más desconocido es un país (por las razones que sean) para nosotros. Y por muy culta que sea una persona es imposible tener todos los datos de todos los lugares. En estos casos leer, ver, escuchar la información pura y dura, la noticia desnuda, no es suficiente para comprenderla del todo. Podremos almacenar el dato, pero no lo terminaremos de comprender. Cuanta más trascendencia tenga la noticia, es menester más información sobre el contexto en el que se produce para que la comprensión sea mejor.
Es en este instante cuando la cercanía y la capacidad de comunicar de estos hombres y mujeres es trascendental para nosotros.
Pondré un ejemplo muy próximo en el tiempo, para ilustrar a lo que me refiero. Este mismo año, el desastre del terremoto de Haití nos ha sido trasladado de cientos de modos, pero creo que trabajos como los realizados por Fran Sevilla (RTVE) o Nicolás Castellano (Cadena SER), por citar a dos de los que más he seguido, han sido fundamentales para que aprehendiéramos con un poco más de precisión, el horror de los haitianos que, dicho sea de paso, aún no ha concluido. Con los datos de los cientos de miles de muertos, sólo habríamos alcanzado a comprender una magnitud, con sus explicaciones se nos ha escalofriado el corazón.
En la memoria de mi adolescencia o mi juventud, me quedan nombres míticos de periodistas españoles en el extranjero como Manu Leguineche (en cualquiera de sus múltiples guerras), Diego Carcedo (inseparable de la revolución de los Claveles portuguesa); pero también en épocas más recientes, las fotografías impactantes de Gervasio Sánchez, las crónicas de Rosa María Calaf allá en el oriente más alejado, los textos de Enric González, o las crónicas radiofónicas de Javier del Pino, me han ayudado a comprender un poquito mejor acontecimientos que de otro modo con el hueso del dato se me habrían escapado para siempre.
Es decir, gracias a sus explicaciones (a veces con una sola frase), mi conocimiento del mundo ha sido algo más completo o más preciso, y eso, sin duda, me ayuda a entender mejor algunas cosas, aunque sea para criticarlas, aunque sea para estar en completo desacuerdo, aunque sea para rebelarme interiormente por situaciones de injusticia.
He citado en último lugar a Javier del Pino, no por casualidad. Como este periodista, Cirilo Rodríguez dedicó su vida a la radio. Su voz, que he tenido oportunidad de escuchar en viejas grabaciones, pues yo era aún muy niño cuando él estaba en Estados Unidos, comenzó a cabalgar por las ondas desde los viejos estudios de Radio Segovia. De allí, pasó a Radio Nacional de España que lo envió como corresponsal a USA. Y fue su voz emocionada, y convencida de que era un momento histórico el que transmitía para España, la que narró la llegada del ser humano a la luna. Quizá en la mayoría de las mentes quede la voz de Jesús Hermida, que hizo lo mismo para Televisión Española, pero es probable que una cantidad no pequeña de ciudadanos asistieran en directo a aquel acontecimiento a través de las frases preñadas de emoción de este periodista tan querido en esta tierra.
En honor a él y a su trabajo, en reconocimiento a la labor de los periodistas que realizan su trabajo como enviados o corresponsales en el extranjero se instituyó este premio, que se acaba de fallar. Quizá la labor de Cirilo Rodríguez, tan conocido y tan querido en Segovia, consiguió que la mayoría de periodistas segovianos comprenda lo vital que resulta la función del corresponsal en el extranjero, quizá por ello, es por lo que he traído esta reflexión a esta página.
Si tienen oportunidad, no se lo pierdan. Seguiremos informando es un buen compendio de momentos claves en la reciente historia del periodismo en el extranjero hecho por españoles. No estaría de más que cuidáramos a nuestra mirada que se instala más allá de nuestras fronteras.

Portada del libro Seguiremos informando


miércoles, 14 de julio de 2010

Tribulaciones de un escribidor de celebración.

Supongo que para ustedes habrá sido bien sencillo adivinar las razones por las cuales este escribidor ha faltado a su cita habitual de los lunes. Quizá hubiera tenido que situar un cartel o una foto que dijera, más o menos: "Cerrado por celebración colectiva hasta el próximo miércoles". O algo así.
Pero no se me ha ocurrido hasta estos momentos en que me pongo a escribir con la sana intención de recuperar nuevamente el ritmo.
Sé que la mayoría de los habituales de estas líneas andarán ya un poco saturados de tantas referencias al Mundial de Fútbol; sé que muchos de ustedes el domingo sonrieron al ver la copa entre las manos de nuestros chicos, pero más por el alivio que les produjo pensar: por fin ha acabado. Por tanto, presumo que para muchos de ustedes la celebración desaforada del lunes en Madrid repercutida a todos los rincones del país por casi todas las televisiones (que no son pocas) y muchas radios, fue como una puntilla innecesaria.
Sin embargo, a mi modesto entender, a España le hacía falta una dosis de unidad en la fiesta. Una dosis de autoestima. Un punto en común para la celebración colectiva. Demasiadas divisiones, demasiadas tensiones, demasiadas tristezas, demasiadas dificultades. Y si el fútbol ha sido la excusa, pues bienvenida sea. Más de uno hablará de opio; pero pediría que no se olvide que el ser humano tiene una dimensión especialmente desarrollada para la celebración y todo lo que ello conlleva.

Después del partido de cuartos de final contra Paraguay, a preguntas de los periodistas Del Bosque dijo que aún no había llegado la hora de hacer balance, sino que era tiempo de soñar. Y esas palabras fueron una profecía a la que me he agarrado con total seguridad. Y creo que la mayoría de la afición se apuntó al sueño y el sueño se hizo realidad…
El caso es que este escribidor se ha mecido en los brazos del tumulto ocasionado por la fiesta que ha provocado el sueño hecho realidad, dejando que la emoción resbalara por su piel en forma de vellos erizados, lagrimillas imparables y latidos de corazón que parecían tambores de fiesta…

Quizá podría escribir una crónica-relato sobre todo este mes (hace cuatro años ya lo hice y me nació un libro inédito, claro, del que dejé un fragmento hace unas semanas), o simplemente sobre el último partido, o una especie de comentario general… Pero creo que no es necesario incidir más en lo que todos sabemos, hemos visto y oído casi con profusión. Igual que es malo no celebrar con alegría los éxitos, es perverso pasarse. Prefiero, pues, como colofón a todos estos días, anotar esas pequeñas cosas que me han parecido importantes y que quizá no lo sean. O sí. Nunca se sabe.

Por suerte para el fútbol y para la vida en general ha ganado España. Si lo hubieran hecho Alemania o Uruguay también hubiera servido para lo que diré en este párrafo; incluso uno, en su ingenuidad, hasta el segundo cuarenta y dos del partido del domingo, había colocado en ese mismo grupo a Holanda. Craso error. La propuesta de estas selecciones tiene como cimiento del triunfo los siguientes materiales: trabajo colectivo, beneficio del grupo por encima del éxito personal, respeto al adversario, humildad en el quehacer, sacrificio, constancia, tesón, respeto a las esencias de este juego, fe y aprovechamiento de las virtudes personales para obtener el éxito colectivo. Dicho por derecho: cuanto más se trabaje por el éxito del grupo, mejor se alcanza el éxito personal. Con demasiada frecuencia se olvida que este deporte es de equipo. Como la mayoría de las cosas de esta vida. Esta propuesta se engendró, nació, creció y maduró en La Masía, nombre de la cantera del FC Barcelona. Es normal pues, que la columna vertebral de esta selección sea la de la cantera de este equipo (Puyol, Piqué, Busquets, Xavi, Iniesta, Valdés, Pedrito, Cesc y Reina). Como el lunes por la tarde comentaba el filósofo José Antonio Marina en CNN plus, a diferencia de otras, se trata de una propuesta pedagógica, y es una suerte que haya triunfado frente a las propuestas mercantilistas de las que otros hacen gala.

Por suerte para el fútbol y para la vida ha ganado España, porque estos chavales y su entrenador no sólo han pensado en sí mismos, sino que su mente y su corazón, sobre todo su corazón, no han olvidado lo más cotidiano. La celebración del gol que otorgó el campeonato, consistió en  que el manchego de Fuentealbilla, el más pituso del equipo (como le define el diario argentino Página 12), se desnudó de la camiseta de la selección y mostró al mundo sobre qué latidos se alzaba la zamarra nacional en ese partido, la final de un campeonato del Mundo. El recuerdo al amigo muerto, ahora hace un año, más o menos. Otro futbolista, Dani Jarque, que militaba en el Español y que falleció en Italia por un problema cardiaco. Si en el minuto ocho de partido, el portero holandés no hubiera hecho unas de sus dos grandes paradas de toda la noche, hubiéramos contemplado algo similar en la camiseta de Sergio Ramos, el purasangre sevillano de Camas, esta vez aludiendo a su amigo, también futbolista, Antonio Puerta, cuya muerte, contemplada casi en directo, nos sobrecogió a todos hace un par de años. El mismo seleccionador dedicó la victoria de la semifinal contra Alemania el pasado 7 julio, san Fermín, a la memoria de su hermano Fermín, fallecido a causa de cáncer cuando tenía cuarenta y tres años. David Villa, mientras celebraba la vuelta de honor de los vencedores lucía una bufanda azul del club que le formó como futbolista siendo guaje de verdad, allá en Tuilla, Langreo, Asturias. Gerar Piqué, en cuanto llegó la selección al hotel de Madrid, lo primero que hizo fue hablar con la policía para que dejaran pasar a tres amigos suyos que no tenían autorización para estar en dicho lugar. Horas después, en el Palacio Real, y ante los reyes, el seleccionador dijo que este triunfo era de toda la familia del fútbol español desde el club más modesto hasta el más grande. En el Palacio de la Moncloa, ante el Presidente del Gobierno, Álvaro del Bosque, hijo del entrenador, con síndrome de Down. Este chaval fue aplaudido por toda la selección mientras le entregaban por unos instantes la copa del mundo que besó y alzó emulando la misma felicidad que sintió Iker Casillas al elevarla al cielo de Sudáfrica ante millones de espectadores en todo el planeta, esos mismos espectadores que le habíamos visto llorar (él que tiene esa apariencia fría y a veces distante) por la emoción después de que Iniesta, por fin, marcara el gol.

Por suerte para el fútbol y para la vida, ganó España, porque su propuesta futbolística pasó por la creatividad, por intentar, (conseguiéndolo a ráfagas) un juego vistoso y divertido, enlazado y atractivo, y no quererlo convertir en un tostón de patadón y tentetieso. No sólo queremos ganar, había dicho del Bosque, queremos hacerlo buscando y mostrando unos valores. No se trata de ganar a cualquier precio. Para eso ya estaban los holandeses. Ellos que fueron los inventores de esta versión del juego que ahora practican España y Alemania y que practicaron en su día Francia y Brasil, por ejemplo, prefirieron convertirse en tahúres sólo interesados en la victoria, aunque ésta fuera conseguida trasgrediendo la legalidad. Tuvieron como aliado imprescindible al árbitro inglés, quien ya había dado un concierto de pito en el partido España contra Suiza, y que también traicionó la tradición de los árbitros británicos.

Por suerte para el fútbol, la vida y los guionistas de cine, ganó el fútbol, pues el campeonato concluyó con un beso entre el capitán y la periodista, después de que ni el uno ni la otra hubieran sido respetados en su condición de profesionales de sus respectivos oficios ni en su condición de novios enamorados por más de uno. Este escribidor espera que este final feliz, al más puro estilo de una comedia romántica, sea capaz de terminar de acallar las bocas de los que disfrutan pensando que ser joven y estar enamorado significa no ser un buen profesional. Porque quien dice que la presencia de la novia en la banda puede desconcentrar al portero duda de la profesionalidad de ambos o de la fuerza del amor. Y esa entrevista truncada o concluida con un beso de cine, después de las lágrimas de emoción de quien ha evitado al menos tres veces en este Mundial que eliminaran a España del torneo, quizá sea un buen resumen de todo lo que ha ocurrido en el Mundial  y de lo que es esta selección: un grupo repleto de humanidad, naturalidad, espontaneidad por lo que ha conectado con la mayoría de las personas…

Como en otros deportes, también, y por fin, entre los futbolistas españoles no se ven egos insufribles, sino imágenes de jóvenes más ajustadas a la propia realidad que vivimos cada día. Y desde esa realidad hemos contemplado con una sonrisa que el éxito es posible, que se pueden hacer realidad los sueños si se trabaja y se persiste en el empeño.

viernes, 9 de julio de 2010

Tras la ducha

Autorretrato de Picasso. Imagen tomada de Internet


Después de la ducha matinal, su cara acudió al espejo. Le gustaba afeitarse entonces. Sin que el agua hubiera despertado todas sus neuronas, para su cerebro era imposible seguir la sucesión de órdenes: abre los ojos, mira, enjabona, rasura. No se dio cuenta, pues el aroma del café recién hecho y el suave murmullo de la canción que ella tatareaba distrajeron su atención. Fue al pasar el jabón cuando lo descubrió: aquel no era su rostro.


Cuando ella le dijo que el desayuno estaba listo, le llamó por otro nombre, el verdadero nombre de aquella cara, no el suyo.


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miércoles, 7 de julio de 2010

Arquitectura, fe, oración y sueño

Como mariposas al alba en mi recuerdo donde se oxidan las melodías, revolotean tus sones:
pináculos de catedrales, éxtasis de místicos, arcanos de la música:
arquitectura, fe, oración y sueño.


Como sonrisas del horizonte resuenan las súplicas de las estrellas,
líquidas alabanzas surcan el tiempo o el infinito o el cosmos,
o inflaman de anhelo por lo eterno el vuelo de los ángeles,
cuya melodía moldeaste del adobe de tu plegaria concertante.


Como terciopelo de viento arropa el violonchelo
un susurro de yerba al pétalo ardiente de la estrella
o un crujido de universo a los sueños de los vientres
o una lágrima de Dios sobre el rostro de la muerte.


Como cíclopes de viento aletean edificios de fusas:
voz de órgano en carrera para asir el corazón del infinito,
o catedral en vuelo de diamantes construyendo la luz del arco iris,
o canción de serafines para acunar el sueño de la galaxia,
o combustión de Dios en la pústula de la miseria.


Se cauterizan las heridas de mi alma que supura lodo, angustia, ceniza, polvo, sufrimiento.
No sé si fueron el viento o la llama o la melancolía o la nube
quienes hollaron el tiempo y arrojaron la simiente de tus sones sobre mi venero apasionado
cuyo horizonte se perfila en la hoguera del ocaso ardiendo en nubes como caricias,
incendiado por soles como sueños,
henchido por tus notas como retratos del Eterno.


II


Cuando Ana Magdalena escribió que tus manos fabricaban la armonía con materia de brisa,
¿intuyó que el mismo aire mecería por los siglos, el sueño de lo eterno nacido de tus dedos y enviado como flecha decisiva a nuestros corazones?


Cuando sus ojos fijaban su pupila enamorada en el correr de tus manos sobre el inmóvil teclado, que en la alcoba nocturna sonaba como caricia sobre el centro de su pecho,
¿soñó el largo viaje emprendido por las notas enlazadas como racimos de trinos, verbo de luna percutiendo en el cosmos sobre el alma de los astros?

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martes, 6 de julio de 2010

Aviso

Sólo esta breve nota para avisarles a ustedes de que blogger debe estar sufriendo en primera persona los problemas de esta ola de calor.
Me llegan correos de otros usuarios, y he podido experimentar en propia persona, las tremendas dificultades que hay para publicar comentarios.
Lo digo aquí para evitar malos entendidos.
Digamos que hasta el viernes, en principio, no publicaré otra entrada, a la espera de que se solucionen los problemas... o pase la ola de calor.

lunes, 5 de julio de 2010

El lector de partidos.

Todos los fantasmas balompédicos que invariablemente se me presentan durante un Mundial se dieron cita agolpándose en mi retina en un manojo de minutos, que tornó un partido laborioso en una pesadilla con tintes de maldición insuperable, pero que al contemplar el rostro serio y tranquilo del lector de partidos, me salvó de entrar en el vértigo de una ansiedad inútil.

Cada partido de fútbol (da igual la categoría de los contendientes y el grado de la competición) es como un melón, y hasta que éste no se abre, no se puede calibrar su calidad. El encuentro de cuartos de final de la Copa del Mundo de 2010 en Sudáfrica entre Paraguay y España, más que un melón resultó un pepino duro e insípido.

Es sabido que dos no se pegan si uno no quiera, parece que en esto del fútbol ocurre lo mismo: dos no juegan si uno no quiere. Con un agravante: España no sabe cómo aliñar un partido en el que su adversario no quiere jugar, o quiere jugar a que España no juegue. Parece que nuestros jugadores sólo conocen un camino, marcar pronto para que, advertidos los oponentes de la inutilidad de una derrota, intenten jugar sus bazas en pos, al menos, de volver a equilibrar la balanza.

En el primer partido de este torneo, lo que vengo diciendo se convirtió en obra prodigiosa de antifútbol que concluyó con la guinda (quizá chocolatina sería más apropiado) del gol suizo, uno de los tantos más chusco y frustrantes que se hayan marcado, que en sí mismo merecería una estampa de un instante absurdo y funesto, que por suerte ha quedado en anécdota desagradable.

Ayer, durante prácticamente una hora, más que un partido de fútbol, creí asistir a la tarea de un espeleólogo en medio de una ciénaga. Las crónicas y comentarios de días pasados aseguraron que el partido entre Paraguay y Japón de octavos de final fe uno los peores partidos que se hayan visto en un Mundial. Quizá la emoción del un resultado que se desequilibró en la tanda de penaltis, pudo salvar la necesidad urgente de olvidar el encuentro. Decir esto en un Mundial atravesado de partidos que tienden a lo horroroso, es mucho decir. Pues bien, la primera hora del partido de ayer creo que se podría emparentar con todo lo anterior. No puedo ser objetivo en este asunto, por eso digo que creo, no lo afirmo.

Pero de pronto, a la salida de un saque de esquina, Piqué, uno de nuestros centrales (uno de los mejores de toda la competición), hizo lo mismo que hacen todos los defensas: impedir que el delantero pueda golpear el balón; pero lo hizo tan rematadamente mal, extralimitó tanto su acción que al árbitro guatemalteco no le quedó más opción que señalar el penalti cometido. ¿A qué tantas protestas? El penalti fue clamoroso.

El fantasma de la autosuficiencia emitió su primera carcajada. Esa suficiencia que nos llevó a creer hace cuatro años en Alemania, que podíamos eliminar a Francia sin contar con los franceses; esa misma autosuficiencia que en 1998 nos impidió respetar a Nigeria o Paraguay (otra vez Paraguay).

Cardozo se disponía a hacer lo que mejor sabe: lanzar penaltis, suerte aprendida en los potreros bonaerenses. Pero aquella carcajada no fue suficiente, pues Iker Casillas detuvo el balón. No lo despejó, sino que lo atajó con la seguridad de quien ve venir el esférico decenas de metros más allá, no los once que separan el punto de penalti de la portería.

En el siguiente instante, durante un minuto, rugió la risotada del fantasma de la Furia, sobrenombre con el que nos conocieron en estas lides no hace mucho, y que nos llevó en tiempos no tan pretéritos a jugar partidos como nunca y perderlos como siempre. Es difícil olvidarse de aquel encuentro de octavos de final de 1990 contra Yugoslavia, o aquel otro contra Inglaterra de 1982, incluso el de cuartos contra Bélgica en México 1986, aunque aquí pasaron más cosas. Digo que en la misma jugada, tras el saque de Casillas y tras unos pocos pases verticales como una plomada, Villa cayó derribado en el área contraria, cuando estaba a punto de chutar, solo ante el portero. El árbitro pitó el penalti, sacó tarjeta amarilla al zaguero guaraní, Xabi Alonso marcó…, pero el guatemalteco – ávido de notoriedad – dedujo que una pierna española había pisado el área en la milésima de segundo previa al golpeo del balón. Y era cierto. El reglamento no deja lugar a dudas. No hay posibilidad para la interpretación: o estás dentro o estás fuera. Una pierna es estar dentro. Pero si reconocemos la razón que le asiste al trencilla, entonces, tendremos que ponerle en el debe la no expulsión por el derribo de Villa, ya que igual de claro es el reglamento: empujón por la espalda del último defensor en manifiesta ocasión de gol. Más aún, después de repetir el lanzamiento y tras el rechace del guardameta paraguayo, éste derriba claramente a Cesc Fábregas que estuvo a punto de llegar a pegar a la pelota rebotada. Otro penalti, otra expulsión, la del cancerbero… Demasiado. No se atrevió. Dicho de otro modo, en el mismo lance fue benévolo hasta el perdón en la aplicación del reglamento con los paraguayos y estricto con los españoles…

El fantasma de la injusticia en Corea 2002 o en EEUU 1994, volvía a carcajearse y a hacerme un nudo en el corazón. Son las dos únicas ocasiones en que he maldecido internamente esta afición mía por este deporte. Las demás derrotas o eliminaciones las he visto como lances de un juego cambiante como la vida misma… No, otra vez no podía ser. Este mismo año ingleses y mexicanos entenderán bien mis palabras. Y aunque decir que el gol inglés que el árbitro uruguayo no vio, o el gol argentino que no anuló el italiano, hubieran variado el rumbo y el resultado final del partido es mucho decir, la duda siempre quedará en el aire… Para bien y para mal… Y sé bien lo que me digo… Porque en Corea no es que no fuéramos capaces de meter un gol, sino que el árbitro egipcio se empeñó en anular dos goles legales por supuestos que sólo él y su linier supusieron. En 1994 la cosa es un poco distinta. Es verdad que no pitaron el penalti a Luis Enrique después de que Tasoti le rompiera la nariz con un codazo, pero los italianos ya habían metido un par de goles, los españoles uno, además del clamoroso error de Salinas. Tendríamos que haber marcado el penalti y luego, con suerte, haber superado la prórroga o la tanda de penaltis. No, no es igual. Definitivamente no es lo mismo.

Y el fantasma de la mala suerte, que es el que faltaba por aparecer, comenzó a revolotear por las inmediaciones del estadio de Johanesburgo. Ese fantasma juguetón que en 1986 impidió que pasáramos frente a Bélgica en la tanda de penaltis, o que colaboró arteramente con el de la injusticia en el 2002 ya que también se cayó en otra tanda de penaltis. (Claro que puestos a decir todo, ese mismo año, en el partido anterior, ante Irlanda, Casillas ganó el solo esa tanda).

Pero el lector de partidos no se inmutó. El salmantino serio y afable continuó con su rictus calmoso y concentrado, y ver ese gesto suyo en el banquillo, por una razón inexplicable sirvió para que los fantasmas se alejaran. Hasta que huyeron del todo unos minutos más tarde.

Como había hecho en el partido contra Portugal, decidió dar un golpe de timón, para conseguir que el rumbo virase definitivamente. Y es que el lector de partidos es, además, el capitán de esta embarcación. En realidad ya lo había empezado a hacer en los instantes previos a estos tres o cuatro minutos de pesadilla y adrenalina disparándose por tantos veneros. Y como los buenos lectores, no se quedó en la evidencia, no buscó la solución en apariencia sencilla, sino que, como tantas veces, leyó mejor que nadie por dónde debía seguir la navegación del barco que parecía a punto de zozobrar. Y el fútbol ya casi ajeno a la especulación y revestido de agotamiento permitió la justicia.

Pero no fue tan sencillo. Y el fantasma de la mala suerte, antes de salir de allí, otra vez rió su risa floja y juguetona. Iniesta había construido una filigrana en unos centímetros cuadrados, Pedrito chutó con convicción y la confianza de su insultante juventud ganadora, pero el poste también cumplió con su oficio; el rechace cayó al pie izquierdo de Villa que pateó al lado contrario y hubo otra risotada, pues ese poste debió sentir envidia… pero al final tuvo compasión y en vez de despedir el balón al campo, lo envío de nuevo al poste opuesto que se ablandó y recogió la pelota que cruzó la línea de meta.

Y la pequeña historia de este juego se rompió. Después de una vida, por fin, esta selección ha llegado a unas semifinales de un Mundial. Por vez primera seremos coprotagonistas en la última semana de competición.

Mientras la locura se desataba en hogares, bares, calles o plazas de España, mientras los jóvenes futbolistas construían una torre de cuerpos sobre el de Villa, el lector de partidos, sin un solo gesto, se aposentó con su habitual calma en su asiento y siguió a lo suyo. Probablemente empezaba a leer el próximo partido que esta vez se llama Alemania y tiene como protagonistas a un grupo de chavales que juega al fútbol también con alegría y desparpajo, pero subidos a una apisonadora que ya me parece imparable.

viernes, 2 de julio de 2010

Delación


El Dolor de Oswaldo Guayasamin.
Imagen tomada de Internet .

Ha sido él. Que no os engañe. Ha sido él. ¿No me escucháis? ¿No os dais cuenta de que llevo en mis pupilas cerradas la huella indeleble de su sonrisa criminal? No, no os equivoquéis con los dictámenes médicos, ni con las pistas falsas que os tiende el pasado. Perdonadme esta insistencia machacona, esta repetición compulsiva: ha sido él. Contempladlo, si lo estimáis oportuno. Sí, mirad su rostro arrepentido de chancho sucio, sus lágrimas diáfanas y abundosas, pero no os dejéis seducir, no llora por mí, llora por él, como siempre. No sabe hacer otra cosa; en su puñetera vida ha hecho otra cosa, sólo llorar por él, sólo sentir pena por sí mismo. Cuidado, que no os engañe. Os veo compungidos al dirigiros a su corpachón blandengue, porque sus gimoteos os estremecen; burda patraña, os lo aseguro. Mejor, escuchadme. ¿Por qué no atendéis a mis gritos desgarrados? ¿Es que no os llega mi lamento? Olvidad el suyo, es falso, es disimulo, puro disfraz, como todo él. Os temo. Sois tan superficiales; sois incapaces de comprender lo que de verdad ocurre. Sólo os fijáis en las apariencias, en la superficie, no en el curso profundo de los acontecimientos. Va a quedar impune, lo estoy viendo desde esta atalaya donde el viento verbera con un ulular frío y denso, esta cima oscura adonde me ha enviado su inquina. Ya sé que mi cuerpo no presenta nada que os haga sospechar de él. Sólo sois testigos de la apariencia teatral de sus actos que también a mí me engañaron. No lo dudéis, es un actor consumado. Sólo sois testigos de que me acompañaba por la calle cada tarde; que mercaba en las boticas los fármacos que me prescribíais; que llenaba el capazo azul con la compra, el que reposa vacío tras la puerta de la cocina; que nunca os acompañaba a la hora del partido de fútbol televisado, ni para echar la partida de la sobremesa humosa, ni para el aperitivo del mediodía, porque a esa hora paseaba conmigo despacito, despacito calle arriba, despacito calle abajo. Cuando le preguntabais por mí, sus labios se curvaban en una comba triste, a punto de la lágrima. Pobre, pensabais, sólo pendiente de ella, está tan delicada; se merece un altar con todo lo que está tragando, pensabais. Meneabais la cabeza, sí, lo sé, no me lo neguéis ahora con torpes aspavientos de manos hediondas a nicotina amarilla; movíais la cabeza pensando que la mía estaba desahuciada, que no servía para nada. A mí nunca os dirigíais, para qué tal esfuerzo, si todos estabais al cabo de la calle: una pobre loca que está convirtiendo en calvario la vida de éste. Sí, no me neguéis la evidencia; me teníais lástima, lo sé; pero vuestra compasión no era como la que sentís por cualquier agonizante que va abandonaros, era odio resignado. También me odiáis, no lo neguéis, al menos no se lo neguéis a vuestra inteligencia narcotizada: el autoengaño es la peor de las mentiras. No seáis mezquinos. Me odiáis porque veis en mí la ladrona de vuestro amigo, del gran hombre que se sacrifica un día y otro y otro también por ésta que no vale nada, ni el diezmo del tiempo que le dedica. Neuronas en barbecho, ¿no veis que nos ha engañado a todos? A mí también. También creí que lo que sentía por mí era bondad, entrega pura, amor diáfano. Todo era pose de artista consumado. En el fondo, me odia, porque piensa, como vosotros, que le he destrozado la vida, que le he condenado a existir sobre un público ataúd errante. Además, es un cobarde. Sí, un miedoso desaforado, un pusilánime incapaz de reconocer su cobardía. Es un cobarde porque jamás se atrevió, como vosotros jamás os atrevisteis, a gritar la verdad a los cuatro vientos, a decirme a la cara que le consumía, que le succionaba la voluntad, que le chupaba hasta la última gota de sangre del alma. En esta oscura atalaya, siento frío, mucho frío, y el viento ulula negros gemidos de angustia; pero no me importa. Os lo he de contar todo, para que le escupáis al rostro, para que le alejéis de vuestra compañía con el desprecio más absoluto, para que la verdad no quede secuestrada por la peor de las mentiras, la hipocresía. Os lo repito, ha sido él. ¿Por qué no me escucháis, marmolillos? ¿Es que habéis ensordecido? ¿Por qué le confortáis? No le consoléis, que os engaña. Sabed que está pensando ahora que todo ha sido tan fácil, tan endiabladamente fácil, que se reprocha no haberlo hecho antes. Lamenta haber impedido que lo que hoy pensáis, sucediera entonces. ¿Tenéis miedo del diablo? Sí, un miedo atroz, un pánico cerval. Hasta yo le tengo miedo ahora, ahora que sé más cosas, muchas más. Pues si es así, ¿por qué le consoláis? ¿No os dais cuenta que es Belcebú encarnado en un amorfo verraco repulsivo? Venid, escuchadme. Sí, acercaos hasta aquí, que se me escapan las fuerzas y ya no puedo gritar. Agua, necesito agua, agua, por favor, que tengo la lengua como piedra pómez. Es que nadie va a acercarme un vaso de agua. ¡Malditos, quiero agua! ¿Por qué no me escucháis? ¿Por qué os habéis quedado todos sordos al tiempo? A mí no me engañáis, sé que me oís, pero disimuláis, preferís consolar al mártir que ha entregado todo por mí. Además de no escuchar, ¿tampoco me queréis dar agua? Es igual, no me hace falta para contaros lo que os pienso contar. Lo que no queréis oír, lo escucharéis, estultos. Él me acompañaba cada tarde por la calle, es cierto, no lo negaré, pues sería como negar que en esta atalaya el viento me azota sin piedad; pero, ¿alguno sabéis las veces que me dirigía la palabra? ¿Quién responderá? Hagamos una de esas encuestas que están de moda… No, mejor que una encuesta, juguemos a un concurso, como los que idiotizan las tardes televisivas. Demostrad que sois buenos idiotas. Primera pregunta: ¿En nuestros públicos paseos vespertinos, me dirigía la palabra muchas veces, varias veces, algunas veces, pocas veces, ninguna vez? ¿Quién responde? Ésta es la fácil, ésta es la primera, ésta es la que todos los concursantes saben siempre. No me digáis que no acertaréis. ¿Os calláis? ¿No entendéis la pregunta? Me parece que queréis divertiros a mi costa, y ya no estoy para diversiones. En esta atalaya sopla un vendaval terrible, hace frío, está oscuro. Ánimo, lerdos, la respuesta es muy sencilla. Os repetiré la cuestión, parecéis distraídos niños de primaria ¿En nuestros públicos paseos vespertinos, me dirigía la palabra muchas veces, varias veces, algunas veces, pocas veces, ninguna vez? Me parece que os da vergüenza reconocer que esta cuestión os trae al pairo. Así que esas tenemos, lameculos. Nadie se arriesga. Me conformaría con la aproximación. ¿No? ¿Por qué os calláis, mendrugos? Pues bien, si no queréis escuchar de vuestros labios la verdad desnuda, tendréis que oír mi grito. ¡Ninguna! ¡Nunca me dirigía la palabra por la calle, necios! ¿Qué os parece vuestro mártir? Pero, ¿qué es esto? ¿Ni un solo gesto de repulsa, ni una mirada que repruebe su dureza de corazón? ¿Seguís aliviando sus lágrimas falsas? Os he dicho que no me hablaba, que no me dirigía la palabra. ¿Os da igual? Pues a mí no me da lo mismo, aduladores de pacotilla. Sí, paseábamos agarrados del brazo, pero como si paseara a una perrita. Cada tarde, sus ojos salían disparados a los culos de vuestras hijas adolescentes y de vuestras jóvenes amantes que parecen mártires caídas de las hornacinas de los altares, y se perdían por sus pechos enhiestos, ignorantes de la fuerza de la gravedad. Sí, hacia sus vaginas virginales dirigía su mirada el enamorado, el cautivo de su esposa enferma. ¡Ja! Su esposa enferma. Saludaba a unos, a otros, hasta a desconocidos, para evitar mirarme al rostro siempre triste y sombrío, desesperado y ajado siempre. Muchas tardes llegaba a casa y me daban ganas de ladrarle, de menear el rabo que no tengo, para que, al menos, acariciara mi cabeza, y me dijera, buena chica. ¿No se hace tal cosa con los perros? Por lo que veo, tampoco os afecta esto ¿Es que no tenéis corazón? ¿Es que no os repele tan poca humanidad? No sé si pensar que también sois de su especie, o es que, no me termináis de creer. Pero, si no creéis algo tan simple, y tan evidente, algo que cualquiera podría comprobar con que repasase mínimamente el contenido de su memoria artrítica, ¿cómo creeréis, memos, las demás cosas que os tengo que decir, antes de que vuele, para siempre, de la cima de esta atalaya desolada y ventosa? Si no sois capaces de aceptar que nunca jamás le habéis visto hablando conmigo, ¿cómo admitiréis que en estas cuatro paredes era peor? ¿Seguís sin escuchar, sandios? ¿Seguís sordos a mi delación? No me importa, continuaré con ella, por si os vuelve de pronto la cordura. En esta casa me hablaba, no lo puedo negar; pero hubiera preferido su mutismo. Su voz, que ya no necesitaba el disfraz de la apariencia, se hacía buido reproche frío y cortante, garfio que me sajaba el alma. Durante horas me echaba en cara todo: mi desaliño, mi dejadez, mi aburrimiento, mi tristeza enfermiza, mi desolación, mi ausencia de ganas de vivir. Le dejaba hablar, con mi rostro impasible, pero me desangraba su voz acartonada. A pesar de sus constantes idas y venidas al médico conmigo y de sus perennes visitas a las farmacias, no se creía que estuviera enferma. Nadie se ha creído nunca que estuviera enferma. Sí, hipócritas, todos pensabais que actuaba, que era pura pose, que se trataba de fastidiarle. Ya me hubiera gustado reír, al menos, sonreír, y preocuparme por los vestidos que están de moda, y atender las noticias de los telediarios o las de los boletines horarios de la radio, e interesarme por el último programa televisivo de moda, y buscar recetas novedosas que alegraran la pobreza monótona de un menú asqueroso, y quererle como una mujer, no como un ánima renqueante. ¿Es que os pensáis que no me hubiera gustado? Podré estar loca, ¿qué me vais a contar, bodoques?; pero no soy necia, no soy como vosotros, que os paráis, agotados y jadeantes, en la mera superficie de las cosas y sois incapaces de ir un poco más allá, porque vuestra única neurona está pendiente en exclusiva de la arriada verga verrugosa. Claro que me hubiera gustado ser como todos. Incluso ser cornuda como vuestras mujeres, para poder tener excusas y buscarme a mi nuevo compañero, no esta inútil pocilga sebosa que se pasa la noche roncando. ¿O es que pensáis que vuestras santas no coronan vuestras testas con córneas diademas y no deshacen el lecho conyugal en brazos de jóvenes machos siempre erectos? Me dais pena, panda de ignorantes cornudos. Pero es que no podía, badulaques. Escuchadme bien, mirad como mis labios silabean desde esta atalaya lóbrega: no-po-dí-a, es-ta-ba en-fer-ma. Bah, estúpidos, no sabéis qué es eso. Tener una losa de millones de toneladas aplastando la voluntad, aplastando el cerebro. ¿No os dais cuenta, zafios, que era agotador sólo abrir los ojos? Dad gracias, cerebros de larva, a que desconocéis esto. ¿Qué sabréis del escalofrío de pánico que produce pensar en cruzar el umbral de la puerta? ¿Qué sabréis del desgarro que es mirar un escaparate cubierto de unos trapos que no sirven para nada? No sabéis nada, sólo pensáis en follar con vuestras jóvenes amantes y en el partido de fútbol televisado. Vuestra cabeza de chorlito enano no da para más. Y después de los reproches, todo era peor, porque volvía su mudez que me aplastaba, volvía el alejamiento. Estábamos los dos, enfundados en el más hosco de los silencios. Sentí su odio cada día. Un odio homicida disimulado de cansancio y aburrimiento. Me desesperaba porque no podía hacer absolutamente nada. Sí, zopencos, quería quererle y no podía. Esa sí que es una desgracia. La mayor de las desgracias. Claro que no sabíais nada de esto, bordillos de cemento. ¿Qué habéis de saber, si aunque hubiera querido hablar no me habríais querido escuchar? Ved como tengo razón, todavía no habéis escuchado este grito desgarrado. Todavía no me habéis traído agua que esponje esta piedra pómez que ocupa mi boca. Veo que seguís consolando su aflicción. Patanes, sois unos patanes, ¿o es que sois de su misma condición? Acaso sea esto, acaso estéis interpretando los papeles secundarios de una eterna farsa, pero, en el fondo, os gustaría, ser sus protagonistas… Ruines asesinos… Por Dios os pido, agua, agua que mi garganta arde en medio de este frío sideral de la atalaya ventosa. Agua, por Dios, una gota, una sola gota de agua que humedezca estos labios resecos. ¿No veis que se me están cuarteando como tierra desértica? Es igual, seguiré con mi pliego de descargos. ¿Pensáis que no hay más? No, pardillos, hay más, todavía queda más. Después de la afrenta, llegaba la acusación. Sí, me acusaba de estar matándole en vida. Él que lo daba todo por mí, que se estaba entregando, no recibía nada. Sí, lo decía en silencio, lo escupía con gestos, con miradas de carnero degollado, me abofeteaba con desprecios mudos. Otra mentira. No me daba nada, ni una sonrisa me regalaba. ¿Qué me interesaba que me acompañara por la calle, como el dueño de su perro? ¿Qué me interesaba que llenara el capazo azul de la compra? ¿Qué me interesaba que estuviera a mi lado en la consulta del médico, si callaba como una tumba? ¿Qué me interesaba que comprase un medicamento y otro? ¿Qué me interesaban su silencio amargado, sus insultos mudos, sus desprecios homicidas? Algunos, si me quisierais escuchar, malditos sordos de conveniencia, podríais argüir que me daba el tiempo, su tiempo, que no ha hecho otra cosa estos años. ¡Zafia mentira! Era su corpachón de tostón cebado el que estaba a mi lado, como mojón de martirio. Él no estaba, su cabeza no estaba junto a mí, y menos su corazón o su deseo. Os lo repito, pandilla de termitas, él miraba a vuestras hijas núbiles, a vuestras jóvenes amantes. Ése era su deseo, ése era su pensamiento. Su tiempo, decís, me otorgaba su tiempo, decís. Sólo acepto que digáis, sofistas ineptos, que me daba la carcasa de su tiempo, que me entregaba el tictac de los relojes. Escuchad mi alegato, ratas de alcantarilla, ha sido él quien me ha enviado a esta oscura atalaya donde ulula el gélido frío. No penséis que lo que digan vuestras refinadas autopsias será cierto, aunque sea científicamente demostrable, aunque sus lágrimas de seboso gallináceo os derritan el alma mantecosa. Sí, topos ciegos, mirad a vuestro alrededor. Sí, contemplad las paredes de esta habitación. ¿Veis huellas de palabras agradables? ¿Quedan señales, aun tenues, de caricias comprensivas? ¿Dónde está el eco de sonrisas misericordiosas? ¿Dónde tiembla la llama de un beso consolador sobre la frente? ¿En qué esquina, bazofia de vertedero, vislumbráis el aroma de sonrisas acogedoras? ¿En qué fenda de la tarima, ha quedado el brillo que deja una frase de aliento? Ved, más bien, murciélagos sedientos de menstruo virginal, las esquirlas de insultos solapados, la fetidez de odios perennemente incubados, las melladuras de desprecios silenciosos, la mucosidad viscosa de la inquina, el tamo musgoso de mentiras disimuladas. Dejad de consolarle, botarates, dejad de preocuparos por sus lágrimas frías. ¿No veis que es repulsivo como una babosa? ¿No veis que os sonríe como una víbora hambrienta? ¿No veis, mohosos falos lacios, que se frota las manos, porque esta cama podrá llenarse con los cuerpos de vuestras hijas y de vuestras amantes? Por fin es libre. Eso es lo que buscaba. ¿No lo comprendéis, paralíticos del alma? Cuidaos de su llanto, cuidaos de su pena, porque seducirá a vuestras hijas y copulará con vuestras amantes. ¿Por qué no me escucháis? ¿Por qué mi grito no dispara vuestro odio y le estranguláis aquí mismo, ante mi cadáver que os grita? La ciencia, la inapelable ciencia, tan ciega como vosotros, lémures sin ojos, dirá lo que va a decir. Sus lágrimas serán suficiente argumento exculpatorio. No, no entiendo por qué os habéis quedado sordos de repente. Me estoy desgañitando. Tengo la lengua cual piedra pómez. Dadme agua, por Dios, dadme agua. Oíd, por Dios, mi cargo contra esa serpiente venenosa. Ha jugado bien sus cartas el homicida. Ha estirado su paciencia de vaca solitaria, hasta límites casi infinitos. Algo bueno había de tener ese buey oscuro. Se ha aprovechado de mi maldito error, de mi desesperación de antaño... Cuando no aguanté más, cuando no soporté el peso de la losa que me hacía insufrible pensar, respirar, mirar siquiera, hice lo que todos sabéis. Fue sencillo. Sí, muy sencillo. No había más que estirar el brazo, destapar el tubo, abrir la boca y ensalivar, masticar un poco y tragar despacio, deglutir a conciencia, ingerir sin prisa, sabiendo que era el preludio de mi reposo ansiado. Sí, incapaces, aquellas tres o cuatro veces fui yo. Sí, candelejones, si él no hubiera regresado tan temprano, nada se hubiera podido hacer, y no estaría gritando desesperada desde esta oscura atalaya fría y ventosa. Recuerdo, entre sombras, que su mirada de entonces dudó. Sí, reata de ovejas descerebradas, dudó. Hubiera sido fácil. Cerrar de nuevo la puerta, como si no hubiera entrado, bajar al bar de la esquina, tomar un café, dos quizá; las verdes pastillas, cual liquen muerto, hubieran hecho su efecto. Punto y final. Pero Satán tenía que perfeccionar su obra. No penséis que fue un resto de piedad. No, fue un gesto consumado de guionista de películas de intriga. Aprovecharía hasta el último resquicio para que le compadecierais más aún, para que le adoraseis hasta la eternidad. Pensé, cuando salí del atolladero, lo mismo que pensasteis: me ha salvado, su único afán es mi supervivencia. Nunca le he odiado tanto como cuando llamó a las ambulancias y los médicos me metieron aquellos horribles tubos por la garganta hasta el estómago, para vaciarlo del veneno que me regalaría el descanso. Le odié porque me llevaba la contraria. Le odié, despojos de alquitrán, porque, como siempre, iba en contra de mi voluntad. Le odié, como ahora le odio. ¿No os dais cuenta?, mastuerzos, ha jugado con todos, también con vosotros. Os demuestra su refinada perversidad. Escuchadme, canallas, escuchadme de una maldita vez, escuchadme, os lo suplico. Ha sido él. Lo repito, ha sido él. ¿Cómo queréis que os lo diga? Si susurro, no me escucháis. Si musito, estáis a otra cosa. Si hablo con calma, no me oís. Si voceo, me confundís con el estruendo de la tormenta. Si grito desaforadamente, parecéis asustadas marionetas insípidas. Os lo suplico, hacedme caso de una vez. La autopsia sólo llegará a una conclusión, el resto lo pondrá vuestra podrida imaginación inútil. Esta vez no he sido yo. Desde la última ocasión en que este viscoso escorpión que ahora llora me rescató de las siniestras garras de la bestia, me empeñé en luchar contra el monstruo que me habitaba. Estuve tan cerca del final la última vez, que comprendí que la soledad de esta atalaya ventosa era peor que su compañía silenciosa. Empecé a luchar. Os juro, incrédulos, que empecé a luchar. Sí, escuchadme esto también: luchaba cada jornada por sonreír, por adecentarme, por caminar erguida, por salir a la calle con la mirada dispuesta a contemplar de frente y por derecho a la vida. Sí, os juro que quería quererle. Pero él no estaba por la labor de amarme. Juraría, si jurar me sirve de algo ante la torpeza de vuestro tardo corazón, que le fastidió mi cambio, como un aguijonazo de avispa en los ojos. Siguió a lo suyo, a ese hosco silencio despectivo, a esa indiferencia lacerante, a tratarme como si fuera un fardo de plomo muy, muy pesado. Ayer, sin más, decidió que todo había terminado. Llegó al último renglón del guión espeluznante. Caí en su trampa. Sólo por la sonrisa demoníaca de despedida, descubrí la patraña. Fue su único error. Se inventó un romance sucio, depravado. No se ahorró un detalle de la supuesta traición. Nombre, dirección, fechas, sus posturas preferidas. Extendió su mano de alacrán emponzoñado y me ofreció el tubo de las pastillas de color de liquen muerto, sin que le rilara el pulso, sin lágrimas que rielaran en sus ojos turbios. Cuando acabé con las cápsulas, me sonrió como el diablo, diciéndome que todo era invención. Y bajó a tomar un café, o eso me dijo ¡No, no os marchéis!... Agua, quiero agua… ¡No, no bajéis la tapa del ataúd!... No abandonéis mi cadáver que se desgañita en la cumbre de esta oscura atalaya solitaria donde verbera un denso viento gélido ululando negros gemidos angustiosos…


Escuchadme, imbéciles, escuchadme, ha sido él… No permitáis que os engañe… Ha sido él…