domingo, 31 de octubre de 2010

Intuición.


Imagen tomada de internet


Viene aterido por la aspereza de la tarde. Llega empapado por la lluvia racheada, ante la que su paraguas ha actuado como estorbo y no como escudo. Intuye que el teléfono va a sonar, pero llegará tarde. No alzará en un primer momento el auricular, ni va oír al otro lado su voz de seda cálida, ahora muy asustada y dolorida. Sus piernas, cansadas después de una inútil caminata, no responden con la celeridad que le reclama el corazón que, antes que sus oídos, ha escuchado los dedos de ella a cientos de kilómetros tecleando los dígitos del número que conoce de memoria desde hace unos meses. Al abrir el portal, ha tardado unos segundos más de lo necesario, porque uno de los extremos de la arandela donde apresa sus llaves ha ensartado un hilo suelto de su chaqueta que hace tiempo debería haber arrojado a la basura. Aunque sus latidos y una extraña sensación de vacío le acucian, ha subido con morosidad los escalones que separan la entrada del edificio de la puerta de su vivienda, hoy silenciosa como un mausoleo. Quizá a un rincón lejano su cerebro haya llegado el eco tenue del último timbrazo, pero ha pensado que sonaba en otro domicilio, o que eran imaginaciones, aunque algo le decía que el sonido agudo había jugado como una pelota con las paredes del salón. Después de entrar, y mientras contempla con recelo el silencio que sucede al reverbero, recuerda que ha olvidado el móvil. Tres llamadas perdidas gritan una impaciencia desmesurada. Algo se resquebraja en su conciencia. Responde y nadie contesta. Con más nervios de los que desea reconocer, ahora es él quien teclea el número de ella que desde hace unos meses han memorizado sus dedos, del mismo modo que memorizaron el paisaje de su piel. Un zumbido lejano de tonos largos y rítmicos martillea su cerebro. Aún no sabe que ella ya no puede escuchar su impaciencia.

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viernes, 29 de octubre de 2010

No me importa llorar en público.

Imagen tomada del blog La Isla del Náufrago


Desde hace algunos días, en este país cainita llamado España parece que llorar es sinónimo de pertenecer al ámbito de los excrementos.
Desde hace algunos días la emoción de un ser humano se confunde con la cobardía y con las heces.
Desde hace algunos días, Arturo Pérez Reverte, un escritor muy, pero que muy importante, ha dejado de serlo para mí. Y no porque yo tuviera un especial aprecio al ex ministro, en cuanto a su tarea política; sin embargo, siempre me pareció una persona íntegra y trabajadora, prudente y afable, discreta y dialogante, y que quizá lleve en su conciencia la honda satisfacción de haber salvado más de una vida humana, sino porque si alguien piensa que un hombre (sea cual sea su condición, profesión o estatus) no puede llorar en público, sospecho que ese alguien cree en una humanidad de la que me niego a formar parte.
Creo que sería estúpido por mi parte extenderme más, cuando José Antonio Abella ha escrito un fantástico texto sobre el asunto. Sé que alguno lo ha leído ya, pues su blog está enlazado desde éste, pero para quien le haya pasado desapercibido y esté interesado aquí lo enlazo

miércoles, 27 de octubre de 2010

¿Los habéis visto...?

Imagen tomada de internet

Me gustaría vivir con el mismo gesto que dibujan en su rostro los niños cuando están dibujando.
¿Los habéis visto?
¿Os habéis fijado en sus caras…?
Casi pegan su cabecita al papel, procurando que el límite del mundo coincida con la arista norte del folio. Aprietan los labios, para que no se les escape la idea por la boca, o, por el contrario, sacan la lengua como si paladearan esa misma idea. Agarran los colorines como si pensaran que al perderlos se les evaporaría el sueño. Y se cierran al mundo exterior, porque lo único que cuenta es el sonido del engranaje de su interior y la manera en que éste impulso decidido y firme aterriza sobre la superficie de su paisaje.

Y cuando acaban, se yerguen, contemplan unos segundos el resultado del esfuerzo y te buscan. Buscan al adulto con su mirada. Cuando lo encuentran, con velocidad de vendavales antiguos, empuñan el papel y vuelan hacia ti.
— Mira, mira… — gritan sin más.

Y te entregan su obra. No explican nada. Te la dan. Algunas veces esperan tu opinión o tu pregunta, pero en otras ocasiones, simplemente espían tu mirada. Con eso les basta.

Y se van corriendo, a sus juegos, lo que verdaderamente importa.

domingo, 24 de octubre de 2010

Extraño funcionamiento. (Oniliria II)

Imagen extraíada de Internet


Estimado señor Bonifacio Buendía Bastida:
Ante los calamitosos sucesos que se vienen sucediendo en esta oficina a la que usted debería acudir con más frecuencia, dado que de ella dependen los ingresos de su empresa, no me queda más remedio que elevar, para su consideración, este escrito de queja que, por ser más conciso y eficaz prefiero quede resumido en siete puntos, al objeto de que usted, con su superior criterio, pueda evaluar la gravedad del caso:
  
  1. En esta oficina se trata con excesiva deferencia al público.  Cuando llega un cliente o simple consumidor, se le sonríe, se le saluda con cortesía, se escucha lo que viene a decir… Y lo que es peor, se busca el modo de satisfacer sus deseos. En caso de que esto no sea posible, se llega a indicar otra empresa a la que pueden acudir o se consulta a otro compañero. 
  2. He llegado a observar con estupor que si alguien desea algo con verdadero énfasis y sus posibilidades económicas no le permiten acceder a sus deseos, se procura encontrar una solución satisfactoiria... para el cliente. La atención que se dispensa a las consultas telefónicas parece en exceso amable y pormenorizada. En ningún caso he podido ver algún gesto de fastidio o no he podido escuchar una sola frase en la que se ponga de manifiesto la evidente superioridad de la empresa sobre los deseos del cliente o simple consumidor de alguno de nuestros productos. Por el contrario, y ante mi perplejidad, con demasiada frecuencia me hallo en la tesitura de tener que escuchar disculpas de lo más variopinto. 
  3. Ninguno de los empleados llega tarde a su puesto de trabajo. Ni siquiera un poco tarde. Además no se observa entre ellos ningún tipo de gesto de hastío por tener que acudir al puesto de trabajo. Ni siquiera una remota queja a la escasez del sueldo. Nada. 
  4. Tampoco he detectado, a pesar de mis esfuerzos, desfase en los tiempos dedicados al desayuno o la comida del mediodía.
  5. Las únicas Incapacidades Laborales Transitorias tramitadas durante el último año ante la Tesorería de la Seguridad Social se han debido a dos partos y una gripe.
  6.  Todos los trabajadores abandonan su puesto de trabajo en el momento exacto o unos minutos después de la  hora indicada, si es que alguna tarea urgente les requiere algo más de tiempo o esfuerzo. Me niego, como puede comprender, a extenderme más en este punto.  
  7. No he llegado a escuchar, y le puedo garantizar que lo intento, ninguna queja, ni siquiera un comentario despectivo sobre usted o alguno de los compañeros.
A la vista de todo ello, como usted habrá entendido sobradamente, dada su dilatada experiencia al frente de esta empresa, me veo en la imperiosa necesidada de remitirle con toda mi preocupación este memorándum, para que tome las oportunas medidas que estime necesarias, en orden al más correcto y adecuado funcionamiento de la empresa.

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jueves, 21 de octubre de 2010

Tribulaciones de un escribidor respondiendo a sus comentaristas.

Verán ustedes, ya me lo anunció ancohe Isolda en un correo electrónico que hasta esta mañana no he leído: hoy recibiría muchas comunicaciones. Y así ha sido. También lo imaginaba yo. (Por cierto, no me ha regañado, a pesar de sus vaticinios expuestos en el primer comentario).
Habrán comprobado, si es que han echado un vistazo a los comentarios de la entrada del piso de abajo que Flamenco Rojo, con su habitual inteligencia y capacidad analítica decía refiriéndose a mis respuestas: "(...) hoy espero con expectación tu contestación a este…Para que me digas que el texto es sólo es un relato, que no es una reflexión personal de algo que te esté pasando por la cabeza".

Pues aquí está. Después de leer y publicar sus aportaciones habidas hasta este momento, he pensado que la contestación se merecía un poco más de espacio, que ustedes se merecían un pequeño esfuerzo por mi parte.

Cuando escribí la entrada anterior, mejor dicho, cuando la repasé, lo primero que pensé fue suprimirla. Un momento de duda, de debilidad, como ustedes lo quieran llamar, o como acaba de decir Aro, quizá haya pecado de falsa modestia. Lo mismo, pero no me he dado cuenta sí así ha sido. Eso lo garantizo. Y llegué a la conclusión (y no es que me considere especialmente sagaz) de que esas líneas provocaría precisamente el tipo de comentarios que se han producido, y, qué caray ya no somos niños para que nos pasen la mano por los lomos.

Pero, por otro lado, también reflexioné que no está de más que uno diga lo que realmente siente, que para eso esto es un blog personal. Porque realmente lo pienso, a pesar de lo que ustedes digan o supongan. (Otra amiga se ha pasado esta mañana por donde trabajo, para decirme que las hojas de los castaños florecen cada primavera, y es una pena que no haya escrito ese comentario, aunque fuera con un nick de su invención).
Cuando le contestaba a nuestra amiga Isolda a ese correo citado más arriba, le decía que todo podía ser producto de varias circunstancias.
Una de ellas la inactividad y el cansancio que me ha generado estos meses. Algo así como si se me hubiera pinchado el ánimo, tal que la llanta desgastada de un vehículo... No, no ha sido un reventón repentino y violento, sino que he ido perdiendo fuelle. A uno algunas cosas le duelen, e incluso hieren. Y un día no ocurre nada. Ni al siguiente... Ni al otro. Pasan los días y acontece otra. Y tampoco sucede gran cosas. Uno camina de frente, con gallardía (o eso cree), y sigue firme en sus pretensiones, inmunizado contra el desaliento, convencido de la tarea... Sin embargo en otro instante cae una sola y pequeña gotita de agua. Una sola... Y justo ésa, justo la que menos importancia tiene, la que abulta menos, la que podría evaporarse con sólo mirarla, es la que desborda el vaso, la que convierte en un lodazal el terreno que se pisa, la que encharca los pulmones y amenaza con asfixiarte.
Y luego está el problema real, objetivo, tangible de la falta de tiempo. Pero eso tiene fácil solución: me dosifico, priorizo y ya está. Conclusión, dejo de quejarme.

Sin embargo, al fondo del corazón palpita la criatura. De modo excelente lo ha explicado Mercedes, y hago mías sus palabras: "sólo sé que necesito escribir, porque me he dado cuenta de que el único que me entiende, con toda la profundidad que exijo, es el papel, y que la tinta que derramo en él lo convierte en el único espejo donde gozo mirándome, aunque después, cuando se asoman otros, vean algo muy distinto. ¿Y qué?, a mí me gusta la imagen que veo en él. Con eso me basta". Y añadiría, que aunque otros hallen diferentes cosas de las que yo pretendía, conocer, esos hallazgos me producen también una gran satisfacción, porque los tomo como matices de un paisaje que yo no había vislumbrado y que existían y me enriquecen.

Quizá, en el fondo, la solución la aportan, cada una a su manera, PalomaVerónica aunque se pasen muchos pueblos en sus alabanzas. (Como la mayoría de ustedes, dicho sea de paso y con cariño y nuevamente con agradecimiento).
Quizá también Catherine tenga razón y no convenga que se le dé mucha importancia a esas ideas, podría ser una especie de pesadilla que me obnubiló la mente. Así que por desgracia, Fernando, Leonel, Emejota (la sinceridad con uno mismo es la única opción que queda para no vivir en el engaño perenne), seguiré escribiendo, aunque se me gangrene la herida.
O quizá no se gangrene nada.
Yo qué sé. Ahora mismo no sé nada.
En el fondo debería hacer caso a Evaasecas, es lo más inteligente:
Así habla un lapicero, así lo hace una máquina de escribir, y así un teclado

miércoles, 20 de octubre de 2010

Lapicero sobre pupitre.

Imagen tomada de Internet



Hay un lapicero sobre un pupitre de madera desgastada. Un lapicero que aún conserva las huellas digitales de un niño. Un niño que dejó de serlo hace tanto tiempo… Pero el lapicero continúa sobre la mesa, imperturbable, como si fuera un viaje hacia el pasado. Su presencia es el atisbo de un tiempo estático, bendecido por la quietud. Parece la referencia sobre la que gira nuestro paso por la superficie del planeta. El niño volverá un día, revestido de otra mirada, y le parecerá todo pequeño, de proporciones raquíticas, y no reconocerá ni el pupitre ni el lapicero, quizá tampoco se reconozca a sí mismo.
No somos el que fuimos, y lo malo no es saberlo, lo malo es que pretendemos olvidarlo.

A veces me surgen textos de este tipo, tan extraños, que me sorprenden a mí mismo y me llenan de estupor. Algo parecido a una sorpresa recóndita, inesperada.
Ahora comprendo que no sé escribir. Que no sé por qué empleo tanto tiempo en ordenar ideas o desordenar palabras. Le gustaría a uno volver la vista atrás y simplemente aterrizar sobre el recuerdo, y llenarse las manos con sus viejos aromas y volver ante el papel y arrojarlo, como si espolvoreara lluvia del ayer.
Pero no sé escribir.
He llegado a esa conclusión esta noche, u otra, cualquier otra madrugada. Tengo la impresión de que cuando duermo, padezco insomnio, aunque mi cuerpo no se entere.
Casi nunca me entero de nada.
Tendría que ser valiente conmigo mismo. Tendría que apurar los últimos posos de esta verdad, tan amarga, tan dolorosa. Trazo palabras, muchas palabras. Es verdad. Sin embargo no son nada. Trazo palabras pero son moléculas de la nada. Pretendo ser indulgente conmigo mismo, pero es inútil. Es como pretender atrapar el perfume del viento en una botella vacía.

Lo más sensato sería abandonarlo todo.
Cerrar una puerta y luego otra y después otra y por fin la última. Con fecha de caducidad, como los yogures o las hojas de los castaños.

Y volver al silencio.
Volver a ser viajero de las palabras. Tan sólo sirvo para admirar la belleza que los otros trazan. Siempre tan hermosa.
Lo malo es que me va a doler tanto que quizá prefiera la gangrena, ahogarme en mi propia sangre, engañarme, en la perpetua mentira de mi vida. Jugar el juego al que jugaba aquel niño del pupitre, cuando le preguntaban, '¿Qué vas a ser de mayor?' Y no contestaba. Miraba al lapicero sobre el pupitre y pensaba que quisiera ser constructor de sueños.
Son cosas que suceden y no conviene, tampoco, darle demasiada importancia.

domingo, 17 de octubre de 2010

Kirmen Uribe: Bilbao-New York-Bilbao

Kirmen Uribe.
Imagen tomada de Internet


Los días de vacaciones concluyeron. Para mi desgracia.
¿Descansé? No estoy muy seguro, pero supongo que sí.

De todos modos esta entrada no es para hablar de mí, sino de uno de los dos libros que he leído en estos días.
Bilbao-New York-Bilbao de Kirmen Uribe, es una novela que cuenta cómo se ha escrito la novela.
Dice Kirmen Uribe, en una de sus reflexiones a lo largo del texto, que ha pretendido hacer algo así como lo que hizo Diego Velázquez con Las Meninas. Al fondo del gran cuadro de la historia de la pintura aparece el reflejo de los reyes, que en realidad es el supuesto cuadro que está perfilando el artista. Sin embargo el espectador contempla lo que está alrededor, las meninas, los bufones, el perro…
En esta novela el lector tiene que completar o intuir la historia que, como un espejo lejano y desvaído, cuenta o pretende contar el escritor, pero en realidad lo que se lee es parte de la peripecia personal del escritor durante los años en que ese proyecto ocupó su tiempo.
Kirmen Uribe construye su novela a bordo de un avión que vuela hacia Nueva York vía Bilbao con escala en Francfort. Sus pensamientos, durante el viaje transoceánico van tejiendo la historia de las tres generaciones de la familia (su familia) desde el abuelo Liborio hasta él mismo pasando por su padre, José.
Y el mar.
El mar, probablemente, es el decorado sustancial de la novela, incluso cuando se sobrevuela a varios miles de pies de altura. El mar de las costas vascas, el mar de Rockland en Escocia, el Atlántico inmenso, siempre inmenso.
La verdad es que ya tenía el libro cuando saludé a Kirmen Uribe, pero no lo había leído. Ya saben, la falta de tiempo. O de ganas. O de ánimo. Antes de estrechar su mano, a la salida del Museo Esteban Vicente de Segovia, le había escuchado hablar junto a Santiago Roncagliolo y Félix Romero en uno de los actos a los que asistí con motivo del último Hay Festival de Segovia.
Y me gustó.
Me gustó su sencillez. Me gustó su sinceridad sin retórica. Me gustó que se declare ante todo poeta. Me gustó que la familia fuera el centro de toda la novela. Me gustó su sonrisa. Una sonrisa que podría llegar a ser embaucadora.
Y sé que todas estas cosas no tienen nada que ver con una novela, o con su análisis. Pero es que en esta empresa no me pagan por hacer certeros y sesudos análisis de libros, y menos de libros Importantes, como éste, que obtuvo el año pasado el Premio Nacional de Literatura en Narrativa. Entre otras cosas porque no sé. Porque los libros me gustan o no me gustan con independencia de las modas y de lo que atestigüen los críticos.

La verdadera razón por la que traigo aquí y ahora esta novela es porque hay unos párrafos que revolotean en mi interior, incluso antes de haberlos leído, desde que los citó en la recoleta capilla del Esteban Vicente. Este fragmento se me clava en las entretelas desde entonces. Quiizá por él haya leído este libro antes de leerme otros muchos que tengo pendientes. Se trata de unas líneas que están tan al comienzo del relato que parecen las notas del leiv-motiv de toda la historia.
Cuenta en ella que su abuelo, cuando fue diagnosticado de cáncer, llevó a su nuera (la madre del escritor) a ver un cuadro del pintor Arteta al museo de Bilbao. A raíz de este hecho, en una digresión, el autor explica lo que transcribo, en referencia al artista vasco:
“Me habían contado cómo escapó a México durante la guerra. Tras el bombardeo de Gernika, el gobierono legítimo le encargó que pintara un cuadro emblemático. Se trataba de mostrar al mundo lo que había ocurrido allí, la masacre que habían cometido los nazis. Iba a ser la oportunidad de su vida. Aun así, Arteta declinó el encargo. Arguyó que estaba cansado de la guerra, que lo que él quería era exiliarse y reunirse con su familia en México. Al final el encargo recayó en Pablo Picasso. Lo que vino después es de todos conocido. Pintar el cuadro sobre Gernika hubiera supuesto un salto definitivo en la carrera de Arteta, pero no lo aceptó. Antes que el arte, eligió su vida. Prefirió reunirse con su familia a ser recordado para la posteridad
A muchos les parecerá que la elección de Arteta constituyó un error. Cómo pudo perder la oportunidad de su vida, y todo por una decisión absolutamente circunstancial. Cómo pudo anteponer el amor por su familia a la creación artística. Es más, habrá quienes no le perdonen eso jamás, y piensen que el creador se debe a su obra antes que nada.
En más de una ocasión me he preguntado qué habría hecho yo en la situación de Arteta, cuál habría sido mi elección. No sabría decirlo, para ello hay que haber vivido ese mismo momento. Y, sin embargo, ésas son las encrucijadas a las que se enfrenta el artista. La vida personal o la creación. Arteta eligió la primera opción; Picasso, en cambio, la segunda”
Kirmen Uribe. Bilbao-New York-Bilbao. Págs. 15-16. Editorial Círculo de Lectores, cedido por Seix Barral.

viernes, 15 de octubre de 2010

Oniliria * I.

Imagen tomada de Banco de Imágenes Gratuitas


(Con cariño y emoción a los mineros de la mina San José, a sus familias
y a todo el pueblo chileno y a cuantos  nos han demostrado en estos días
que la unión y el deseo pueden obrar milagro.
Por una vez la tierra no ha sido tumba, sino vientre).

Me gustaría que las estrellas fueran las risas de cristal de los niños cuando sueñan con un mundo lleno de juegos y payasos...
Tampoco me importaría que las estrellas fueran la mirada protectora o el abrazo con el que nos acunan quienes nos dejaron con lágrimas que embruman** nuestro mirar.
No desdeñaría que las estrellas fueran el vestigio de los dedos de Dios, después de acariciar el universo para generar la vida y el latido del universo.
Ni siquiera me importaría que las estrellas fueran las crisálidas donde palpitan los versos para que los poetas insomnes acudan a ellas y encuentren el sendero de sus poemas...


Sin embargo todos sabemos que las estrellas son, en realidad, el rastro sudoroso de los ángeles después de haber concluido la maratón de sus particulares olimpiadas...



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* Oniliria: (Sustantivo. Femenino) Subgénero literario consistente en expresar de forma más o menos lírica sueños o utopías irrealizables e imposibles en el mundo de la razón. (N. del A.)


** Embrumar: Verbo transitivo de la primera conjugación. Cubrirse de bruma el corazón o el cerebro o el sentimiento o la mirada por causa de tristeza, ofuscación, miedo o emoción.
(Palabra debida a la inspiración de la escritora Dácil Martín y que se utiliza por primera vez en este rincón. Por un lamentable error debido a mi falta de memoria equivoqué el nombre, y el fallo ha permanecido hasta que he podido leer el aviso que me envía Inma Vinuesa. Pido mil perdones a Dácil, sólo ha sido un fallo de memoria).

miércoles, 13 de octubre de 2010

Luarca y Severo Ochoa.

Durante mi último viaje a Asturias en el mes de agosto, visitamos Luarca, capital del concejo de Valdés, hacia el Occidente del Principado.

Una de las razones por las que Luarca merece ser visitada es porque en este pueblo marinero nacieron Severo Ochoa, uno de los grandes hombres que en verdad ha dado España al mundo, y otro gran hombre, quizá menos conocido, Álvaro de Albornoz Liminiana.

Para leer el resto del artículo,

domingo, 10 de octubre de 2010

Pan


Hubo un surco que creció,
y se hizo luz,
y se deshabitó de tiempo y miedo,
y se convirtió en útero,
y se cimbreó sobre la esencia del cosmos,
y se aupó sobre la raíz de lo imposible,
y asió con sus manos de alfarero la sonrisa de las estrellas
hasta hacerse hijo del sol,
y sonrisa de los hambrientos…
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jueves, 7 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa Premio Nobel de Literatura 2010... Por fin.

Acabo de enterarme por la Bitácora de Alena Collar de esta gratísima noticia.

(Pasadas unas horas, nuestra amiga Alena ha publicado esta reseña sobre su obra que me parece muy interesante y recomiendo vivamente).

Desde hace años este escribidor esperaba la confirmación de lo que todos sus lectores en el mundo sabíamos: el Nobel es suyo, se lo entreguen los suecos o no. Y además, ya era hora que desde 1990, Octavio Paz, ningún escritor que lo haga en español no lo hubiera recibido, aunque la entrega a José Saramago del suyo nos pilló tan próximos que casi lo consideramos como de los nuestros.
Saben ustedes que me gusta llamarme a mí mismo escribidor. Pues bien, hoy puedo confesar que esta palabra me gusta desde que en mi adolescencia o primera juventud leí La tía Julia y el escribidor, quizá no sea la novela mejor del autor peruano-español, pero a mí me gustó y mucho. Claro que en aquel entonces, por obligación del calendario me tenía que gustar cuanto cayera en mis manos. Si con dieciséis o diecisiete años no me gustaba... Es una historia entre tierna, divertida y feroz, y el personaje del escribidor, aquel oscuro hombre de unos cuarenta y cinco años que se dedicaba a escribir seriales radiofónicos todos con la misma estructura y el mismo tipo de personajes me alucinó. Y me abrió todas las puertas del mundo la propia construcción de la novela, en la que se enlazaba la propia historia de la tía Julia y el escribidor, con los comienzos de cada una de las radionovelas.
Antes ya había leído la La ciudad y los perros y la historia de los jóvenes que estudiaban en la Academia Militar también me caló hondo. Luego vino Pantaleón y las visitadoras
Siempre que he podido he leído las novelas de este hombre, y alguno de sus ensayos. El que me fascinó y del que aprendí (espero) tanto como en el mejor taller literario fue Cartas a un joven novelista, librito no muy extenso, pero del que todo, absolutamente es aprovechable, no por mí, claro, que no dejo de ser un escribidor.
Claro que hay libros que no me gustaron de él. Es muy difícil, por no decir imposible que todos los libros escritos por el mismo autor sean de nuestro gusto. Por ejemplo, Lituma en los Andes o Las cuadernos de Don Rigoberto me dejaron con muy mal sabor de boca. Aunque no es improbable que la culpa sea del lector, en este caso yo mismo.
De hecho, y por culpa de esto, cuando me regalaron La fiesta del Chivo entré con cierta prevención. Pero me deslumbró, ahí estaba nuevamente el gran Vargas Llosa de mi juventud, ese narrador increíble y contundente, ese novelista como la copa de un pino. Y gracias a esta novela y a los buenos consejos, leí con muchos años de retraso Conversación en La Catedral. Quizá sea la novela más importante del escritor, donde la visión de Lima y los limeños, se confunde y se enlaza con la visión del hombre y lo humano.
Sus dos posteriores novelas El paraíso en una esquina y Travesuras de la niña mala mantuvieron el nivel. La primera en una hermosísisma recreación de la vida de Paul Gauguen, sino me equivoco, pues escribo de memoria y con premura, y la segunda una historia crudísima, durísima y teñida de un amor imposible.
Parece, según leo en la prensa, que está a punto de aparecer su próxima novela El sueño del celta.
No sé si fue de ésta, o fue de otra, de la que nos habló en Segovia hace unos años, creo que en 2008 cuando acudió al Hay Festival y llenó el Teatro Juan Bravo.
Sin duda de ningún género fue una de las charlas más emotivas que ha brindado este festival.
Lo normal es que en esta cita con la literatura se establezca una conversación entre el autor y otra persona conocedora de su obra. Pues bien, en el caso de Mario Vargas Llosa, su supuesto entrevistador fue un asistente de lujo, pues el arequipeño se entrevistó a sí mismo en un alarde que embaucó a todo el auditorio. Ahí descubrí, por si ya no se sabía, las dotes que atesora para la escena y la capacidad que tiene para modular su voz..
Lo pude saludar por la Calle Real (no se piensen nada raro, un simple gesto acompañado de una sonrisa) al que correspondió. Firmó libros con total dedicación y humildad. Su sonrisa ancha no se le despintó de los labios.
Desde aquí, mi más cordial, sincera y humilde enhorabuena. Sé que no le llegará entre la barahúnda de las voces que hoy le estarán atosigando, pero aquí queda, por si algunos de ustedes coincide con él y se atreve a felicitarle que lo haga también en mi nombre, en nombre de un lector admirado y que desea fervientmente que su próxima novela ya esté escrita, pues en los próximos meses, será inútil que intente continuar con su redacción.

Foto tomada de El País.com

Tribulaciones de un escribidor en Zaragoza. (O cómo disfrutar de los amigos) (y III)

Domingo, 3 de octubre.

Con el sueño jugueteando por nuestros ojos, el domingo se tiñó de risas y melancolía. Se cerraba la estancia, y teníamos que retornar a nuestra cotidianidad, ésa que convierte en momentos mágicos e inolvidables este tipo de jornadas que se salen de su cauce.

Como no podía ser menos, la novela volvió a ser protagonista de nuestras conversaciones. Y llegaron a producirse momentos hilarantes que, sin embargo, no se pueden relatar, aunque a estas horas existe una versión muy divertida que se debe a Ana Joyanes y que ha ejecutado un trabajo inestimable. Se puede leer aquí.
Estos momentos de distensión son propicios para conocer a quien está a tu vera, y realmente uno descubrió que se encuentra muy cerca de personas con muchas cualidades.
Francisco tiene el don de materializar las ideas. Para ello ejerce el liderazgo potenciando las virtudes del equipo del que se ha rodeado. Nunca, hasta donde he visto, se impone; él expone su idea y deja que los demás la enriquezcan, según su particular visión.
Inmaculada es la ilusión hecha sonrisa. Dice que es la benjamina del grupo por experiencia literaria, pero sus empujones de optimismo se contagian a todos, como su risa gaditana, y quizá porque está en esos comienzos desborda de ganas y de hallazgos.
Ana Joyanes es apasionada y se entrega a lo que hace al ciento diez por ciento. Su sensibilidad es poco frecuente, pero viene acompañada de un sentido del humor envidiable. En esta jornada dominical, por ejemplo, me hizo sonrojar al comentar al resto del grupo su lectura de uno de mis libros.
Dácil Martín es la reflexión sosegada y sensata, que no se detiene hasta no encontrar la coherencia en lo que se hace. Sabe escuchar con atención y paciencia. Y cuando habla, normalmente se ha cargado de razones, por lo que es casi imposible hacer otra cosa que darle la razón, pues suele tenerla.
Anabel Consejo es exigente consigo misma, creo que demasiado, y es sensible, mucho más de lo que aparenta, y su capacidad de trabajo también está fuera de toda duda. En sus letras, de las que espero hablar en poco tiempo, la sensualidad explota como un río inabarcable.
Marcos Alonso es la ironía tranquila. Ha sido el causante de muchas de nuestras risas durante estos días. Pero esta ironía se esparce en la dosis adecuada. Lo que denota una capacidad de análisis y de inteligencia poco frecuentes.

Abandonamos Zaragoza. La furgoneta dejó a su derecha las ruinas de una casa romana y la iglesia de San Juan de los Panetes, junto a la que había paseado a primera hora de la mañana y de la que había contemplado su torre torcida, y enfilamos hacia la circunvalación camino de la A-2
A la altura de Medinaceli, ya en la provincia de Soria, descubrimos que el otoño ya ha enviado sus primeros embajadores que ocupan y doran las hojas de los álamos. El día, en lo meteorológico, se tornaba plomizo y frío. La borrasca que habían anunciado ya llegaba a la zona centro de la Península y es como si la furgoneta púrpura se adentrara en sus entrañas.

Teníamos otros planes, pero el reloj se convirtió en un asalariado de un señor llamado Contratiempos. Alguien mezquino y que puede convertir en losa, lo que había sido una experiencia maravillosa. Por suerte, todo quedó en eso, en una zancadilla de Contratiempos que simplemente nos desequilibró un poquito. Y creo que ahora nos reímos...
La llegada al aeropuerto de Barajas, fue como un pedazo de literatura surrealista entre Miguel Mihura y los hermanos Marx, y por momentos pareció que habíamos entrado en un laberinto de difícil salida. Tuvimos conciencia de que estas grandes ciudades y sus macroinstalaciones están pensadas para que la máquina implacable impida cualquier atisbo a la flexibilidad. Todo se rige por la precisión irracional de la tecnología. La metáfora y la risa son adornos impropios del desarrollo, que parece construido únicamente para la exactitud fría, el cumplimiento inflexible.

Por suerte, y a pesar del cansancio (que es uno de los mejores aliados de este personaje indeseable), la ilusión no fue derrotada por estos inconvenientes de última hora. Por suerte, todo concluyó de buena manera. Marcos tomó sin problemas su avión rumbo a Las Palmas, el primero en surcar el cielo. Tras el último abrazo a mis amigos tinerfeños, Inma, Ana, Dácil, Francisco, mis pies pusieron rumbo hacia el metro de Madrid. De nuevo la precisión y la velocidad del primer día me pusieron en la estación de Príncipe Pío en muy poco tiempo. Ellos, sin embargo, tuvieron una hora de retraso en su vuelo.
A las siete y media de la tarde subí al autobús que me dejó, antes de las nueve, en Segovia, sumida en el vendaval y la lluvia racheada. Dentro de la maleta un puñado de nuevas ilusiones, algunos libros y la esperanza de que estamos a punto de cumplir con un sueño, el sueño de culminar la escritura de una novela hecha a siete manos, a 7 plumas.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Tribulaciones de un escribidor en Zaragoza. (O cómo disfrutar de los amigos) (II)

Sábado, 2 de octubre.

La mañana del sábado amaneció encapotada. A las ocho y media, las calles todavía soportaban los desperdicios de la juerga nocturna. Cazcaleé por la Basílica del Pilar, donde contemplé a un grupo de monaguillos engalanados con su sotanilla roja y su casulla blanca, entré en una de las capillas laterales de La Seo, pasé bajo el Arco del Deán, saludé a los primeros hinchas asturianos que habían llegado a Zaragoza para ver al Sporting de Gijón jugar (y empatar) contra el Real Zaragoza, volví hacia el Ebro y justo cuando estaba en el puente de Piedra, contemplando el lento discurrir de las aguas, recibí un mensaje en que me decían los compañeros que ya estaban en el comedor, desayunando. Volví al hotel y compartí café y buen humor con ellos. En poco tiempo, Anabel y Pilar se encontrarían con nosotros, para ir a la emisora de radio municipal de Cuarte de Huerva, a unos quince kilómetros de la capital, donde el grupo 3d3 también realiza un programa semanal relacionado con la literatura y que se emite los viernes al mediodía.  (Otro de los objetivos del viaje).

En el trayecto hasta la emisora, Pilar Aguarón ejerció de guía improvisada y apasionada, y nos informó de esos detalles de una ciudad que se escapan a los libros y a los guías turísticos y añadía anécdotas personales. Mientras tanto, delante de nuestra furgona púrpura, José Antonio, en su vehículo, nos sacaba de Zaragoza camino de Cuarte de Huerva.
Son anchas las avenidas para la circulación en Zaragoza. El tráfico, como en tantas grandes ciudades, se ha convertido en el protagonista de la vida urbana. Allá tal iglesia, acá tal edificio, un poco más allá el límite de la ciudad en 1808, justo cuando Zaragoza aguantó dos sitios del ejército francés, con tanto heroismo épico, que después del segundo, las tropas de Napoleón, vencedoras del episodio a pesar del heroísmo de Agustina de Aragón, trataron a los zaragozanos con admiración y respeto.
En este trayecto descubrí con sorpresa y envidia la extensión y belleza del Parque Grande. En este caso, y a pesar de la fama maña, puedo asegurar que el nombre se ajusta perfectamente a la realidad, si es que no se queda un escaso.
El sol había vencido a las nubes y la jornada se volvió cálida, casi calurosa.

Ya en el pequeño estudio de la emisora, un tabuquillo cuadrado, asistimos a la grabación de dos programas del grupo 3d3. En el primero se comentó y promocionó la última novela de Pilar Aguarón, Hueles a sándalo, que fue presentado el pasado día veinticuatro de septiembre, si no entendí mal. Por el fragamento que leyeron la propia autora, Anabel y José Antonio, llegué a la conclusión de que tiene pinta de ser muy interesante. Trata de una historia de amor/desamor extendida en el tiempo contemporáneo, desde la Transición a nuestros días, pues se habla de la guerra de Irak y de Afganistán, lo que le permite a Pilar reflexionar sobre la evolución y la situación española, al tiempo que ahonda en la historia de esta pareja.
A continuación, tras un breve descanso, Elena, la conductora del programa, con la inestimable colaboración de Anabel nos hizo una entrevista de una hora. La primera parte de la entrevista consistió en la presentación a cada uno de los componentes de 7 plumas. Este fragmento la construyó Anabel en su totalidad. Así que buen trabajo se llevó la buena de Anabel. En la segunda parte se habló de la aventura que supone escribir esta novela, y creo que se nota perfectamente lo ilusionados que estamos con el proyecto.
Aquí quiero dejar especial mención a la profesionalidad y buen hacer de Elena. No sé si me equivocaré, pero sin desmerecer en nada a la emisora municipal, creo que está llamada a progresar en el mundo de las ondas.
Y ahora añado el enlace a la entrevista, que ya está editada

Tras una rápida comida y velocísimo cambio de vestimenta, acudimos en un raudo taxi conducido por un taxista al que no le debe gustar esperar, al Centro Cívico Teodoro Sánchez Punter, donde se iba a celebrar el recital "SéBreve", el otro gran objetivo del viaje.
El Centro Cívico se ubica en una plaza cerrada y amplia. Se trata de un espacio moderno, sin estrecheces, confortable, donde se desarrolló con toda brillantez el recital en el que bajo el signo del relato breve se leyeron textos de personas llegadas desde Canarias, Lérida, Segovia, Madrid y, por supuesto, Zaragoza.
La acústica del teatro de este centro, que cuenta con muchos más espacios e instalaciones, es fantástica. El acto fue llevado con sencillez y agilidad, a pesar de la duración que estaba prevista. Sobre el escenario, Anabel, José Antonio y Pilar hicieron de anfitriones y presentadores de la mayoría de personas que subimos a leer nuestros textos. El acto contó como conductor al periodista de Aragón Radio Javier Vázquez, periodista zaragozano de amplia sonrisa, ilusión contagiosa y gran dominio de la voz y el gesto.
Disfruté de una diversidad amplia de textos y estilos. Además, a cada participante, los organizadores nos obsequiaron con libros, una libreta, un diploma. Parte de los textos leídos en el acto ya se pueden consultar aquí.
Pero no sólo fueron textos encuadrados en el género del microrrelato o minirelato. Hubo poemas. También hubo teatro leído excepcionalmente en las dos ocasiones, tanto la versión del texto la obra de Miguel Hernández El labrador de más aire, leída-interpretada por Javier Vázquez, Petri Vadillo y Maribel Valle, como el fragmento de Bodas de Sangre de  Federico García Lorca, a cargo de Piluca Falo Villanueva, prometedora y joven actriz aragonesa. Además Julio Donoso representó uno de sus monólogos. Asimismo el cantautor Mario Iriarte interpretó dos de sus temas.
Fueron casi cuatro horas, pero, como todos dijimos a la salida, se hicieron ágiles.
Y por si todo fuera poco, como guinda, tuve la suerte de conocer en persona a nuestra amiga Neko, una de las comentaristas de este blog, que, muy bien acompañada, asistió a todo el acto y tuvo el detalle de regalarme una rosa hecha de papel. Una ‘manitas’ nuestra amiga, no como otro que yo me sé.

A la vera de una de las torres del Pilar, muy cerca del hotel, cenamos junto con un buen grupo de los escritores zaragozanos. Gracias a la iniciativa de Carlos Agorreta, nos mezclamos los grupos, y así pude departir con José Antonio Prades, María Otal, la propia Pilar Aguarón, Ester (esposa de José Antonio), Carmen Molinero y Belén López.
El viento se hizo niño revoltoso y díscolo y, poco a poco, la noche fue entrando en ese fresquecillo más propio de las fechas indicadas por el calendario. La cena fue lenta debido a circunstancias que no vienen al caso, lo que implicó que la charla se hiciera especialmente amplia también.
Por desgracia, Anabel ya se había marchado a su ciudad de residencia habitual, y no pudimos compartir con ella las copas de cava que, hacia las tres de la madrugada, cerraron esta jornada tan cargada de momentos para el recuerdo.

Acabará mañana.

Los de 7 plumas, a la salida de un bar maño en la madrugada del viernes al sábado.
 De arriba abajo y de izquierda a derecha: el escribidor, Marcos Alonso, Francisco Concepción.
Dácil Martín, Ana Joyanes, Anabel Consejo e Inma Vinuesa.
(Foto tomada por Pilar Aguarón Ezpeleta con el móvil de Francisco)

martes, 5 de octubre de 2010

Tribulaciones de un escribidor en Zaragoza. (O cómo disfrutar de los amigos) (I)


Ustedes perdonarán mi retraso y el tremendo abandono en que tengo este rincón. Tampoco sé cómo me pondré al día, aunque ¿qué significa eso de ponerse al día? Por no saber, desconozco si retornaré a los ritmos medidos a los que estábamos todos acostumbrados este escribidor y sus pacientes lectores. Muchos proyectos, todos muy interesantes y otras ocupaciones, además de cierta sensación de estrés, me obligan a intentar dosificarme.
Si es que puedo y sé.
En fin, mejor no desesperarse por nada y dejar que las cosas sucedan a su propio ritmo y con su propia cadencia.

Pero no venía yo por aquí para darles la murga con mis cuitas blogueras, sino para hacerles partícipe de mi último fin de semana en Caesar Augusta, más conocida por Zaragoza, donde nos esperaba Anabel Consejo, quien forma parte del grupo 7 plumas y que nos había invitado al primer recital de narrativa breve SéBreve, organizado por 3de3 Liter-Art, grupo de quien también forma parte junto con Pilar Aguarón y José Antonio Prades. Aún así, y a pesar de todo, demoraré el ritmo de la crónica, convirtiéndola en un pedacito de diario.

Viernes, 1 de octubre
Muchas veces lo importante no es la meta, sino el camino. Esta idea se ha dicho de muchas maneras y este fin de semana este escribidor lo ha experimentado en carne propia.
Verán ustedes, el viernes a eso de las dos de la tarde se puede decir que comenzó el encuentro de 7 plumas. Este escribidor había llegado al Aeropuerto internacional Madrid-Barajas un par de horas antes, desde Segovia. La puntualidad de la combinación autobús-metro desde Segovia a Madrid fue máxima. En los andenes del metro de la capital no tuve que esperar ni un solo minuto y tuve que tomar dos metros, el que me llevó desde Moncloa a Nuevos Ministerios, y en esta estación el que se dirige raudo hacia el aeropuerto.
A pesar de las dudas de algunos (la mía en primer lugar), habíamos alquilado una furgoneta de nueve plazas para hacer el trayecto Madrid-Zaragoza. Lo cual, para muchos era un poco tonto, puesto que ya existe AVE entre ambas ciudades. Sin embargo se decidió lo de la ‘furgona’, como dice Marcos Alonso y uno acató la decisión mayoritaria con alegría, eso sí, previo aviso de que no tomaría el volante del vehículo, pues no poseo (como ya saben los lectores más veteranos de este rincón) ningún tipo de licencia que me habilite para semejante acto. Salvo conducir carritos de compra y coches de bebé, nunca he guiado vehículos de ninguna clase, ni siquiera una bicicleta.
Estuve convencido desde el primer día en que empezamos a preparar este viaje (no recuerdo hace cuántos meses) que sería una experiencia fantástica, además de ser completamente imprescindible, tal y como va la novela de 7 plumas. Y cuando nos abrazamos en la T-1 del aeropuerto, sentí que me reencontraba con viejos amigos, y eso que era la primera vez que nos veíamos en carne y hueso.
La primera sorpresa de este viaje nos la dio la casa de alquiler de vehículos, pues había dispuesto para nuestro uso durante el fin de semana de un vehículo de color púrpura. Esto nos pareció una señal. Aunque yo pensé que probablemente el encargado es lector de 7 plumas y sabe de la existencia del grupo Purplestone.
Una vez que nos pusimos en marcha el tiempo dejó de contar. Lo importante era el viaje. Sólo me di cuenta más tarde, pero creo que en la mente de Francisco Concepción instigador de la idea de la furgoneta, estaba desde el primer momento ese objetivo. Dejar que el amplio y cómodo habitáculo del coche sirviera como sala de estar de una casa.
Una especie de larga sobremesas... Claro que primero hacía falta comer.
La primera parada, fue a escasos cincuenta kilómetros de la salida. Guadalajara. A la entrada de la ciudad alcarreña aparcamos y nos dedicamos a pasear, avenida abajo, hacia zonas más céntricas donde poder comer. La comida (que no será recordada por su exquisitez, aunque sirvió para aliviar esa hambre) fue larga y relajada.
Cuando Dácil Martín dejó su lugar al volante, en una estación de servicio de la provincia de Soria, hicimos otra parada. A penas habían transcurrido unos cien kilómetros más. La conversación, poco a poco, fluía con la velocidad propia que otorga el aumento de la confianza y el ambiente que se genera en un espacio compartido y sin otras interferencias del exterior, salvo alguna llamada al móvil de algún familiar o amigo. Paulatinamente la novela, nuestra novela, fue tomando protagonismo de nuestras palabras.
La cosa empezó con los comentarios sobre los lectores, sobre su fidelidad, sobre su trabajo e influencia en el propio destino del texto de la novela. Mientras la tarde se arropaba y descendía la iluminación para acurrucarse en brazos de la noche, se continuó con la entrevista que Ana Joyanes e Inma Vinuesa intentaron hacer sobre mí, para que revelara los misterios que se encerraban en el capítulo 45 del relato. Salí bastante indemne de su tentativa, con algunas respuestas vagas y no revelé casi nada de lo que había escrito y se publicaría en la tarde del domingo.
Nos fue oscureciendo en territorio aragonés, poco después de que Dácil viese un unicornio en el cielo de la meseta, que más parece en esa parte de su lindero nororiental una llamada a las caricias, por lo ondulado y solitario del paisaje.
Tras superar algún atasco propio de las entradas a las grandes ciudades un viernes y la sorpresa de algunas obras que modificaban las direcciones de la ruta a seguir, llegamos al hotel. La única damnificada de este viaje tan tranquilo para nosotros, fue Anabel, que hasta casi las nueve de la noche no pudimos ver y besar.
Ya estábamos los siete juntos, por fin.
Y con ella, aparecieron sus socios Pilar y José Antonio. Repito, los tres juntos forman el grupo 3de3 que era el organizador del recital al que acudíamos con toda ilusión y ganas. Y por tanto, conocimos a otros dos escritores que, además son personas espléndidas, como nos demostraron desde esa noche y hasta el sábado en la madrugada, ejerciendo no sólo de anfitriones, sino de verdaderos compañeros.

Tras una ducha rápida, paseamos por la Plaza del Pilar, nos asomamos al Ebro, junto al Puente románico de piedra, contemplamos de cerca el Ayuntamiento, la Lonja, La Seo, para acabar en El Tubo zaragozano, donde ya bullía la fiesta. Allí mismo otro grupo de escritores y críticos disfrutaban de una magnífica noche, extraña para la ciudad maña a estas alturas del año.
Tras el tapeo al aire libre, en medio del bullicio, Anabel, por fin, consiguió que encontráramos un hueco para hablar de la novela (uno de los tres objetivos del viaje). Obviamente, al menos por mi parte, ustedes entenderán que calle el contenido de tan sesudas deliberaciones entre cafés y cervezas. Sólo diré una cosa: no hemos roto el espíritu con el que nació este proyecto. Por tanto, si el principio de esta aventura arrancó tras un sorteo, otro sorteo, esta vez dirigido por Pilar, ha dictaminado su final, del que solo sabemos autor@ y fecha.
Pura coherencia.
La noche maña, a pesar de la doble ventana de la habitación del hotel, se colaba con contundencia en mi habitación. En Zaragoza los jóvenes disfrutan de la madrugada, como si siempre fuera Nochevieja.

Continurá mañana