Ustedes perdonarán mi retraso y el tremendo abandono en que tengo este rincón. Tampoco sé cómo me pondré al día, aunque ¿qué significa eso de ponerse al día? Por no saber, desconozco si retornaré a los ritmos medidos a los que estábamos todos acostumbrados este escribidor y sus pacientes lectores. Muchos proyectos, todos muy interesantes y otras ocupaciones, además de cierta sensación de estrés, me obligan a intentar dosificarme.
Si es que puedo y sé.
En fin, mejor no desesperarse por nada y dejar que las cosas sucedan a su propio ritmo y con su propia cadencia.
Pero no venía yo por aquí para darles la murga con mis cuitas blogueras, sino para hacerles partícipe de mi último fin de semana en Caesar Augusta, más conocida por Zaragoza, donde nos esperaba
Anabel Consejo, quien forma parte del grupo
7 plumas y que nos había invitado al primer recital de narrativa breve
SéBreve, organizado por
3de3 Liter-Art, grupo de quien también forma parte junto con
Pilar Aguarón y José Antonio Prades. Aún así, y a pesar de todo, demoraré el ritmo de la crónica, convirtiéndola en un pedacito de diario.
Viernes, 1 de octubre
Muchas veces lo importante no es la meta, sino el camino. Esta idea se ha dicho de muchas maneras y este fin de semana este escribidor lo ha experimentado en carne propia.
Verán ustedes, el viernes a eso de las dos de la tarde se puede decir que comenzó el encuentro de 7 plumas. Este escribidor había llegado al Aeropuerto internacional Madrid-Barajas un par de horas antes, desde Segovia. La puntualidad de la combinación autobús-metro desde Segovia a Madrid fue máxima. En los andenes del metro de la capital no tuve que esperar ni un solo minuto y tuve que tomar dos metros, el que me llevó desde Moncloa a Nuevos Ministerios, y en esta estación el que se dirige raudo hacia el aeropuerto.
A pesar de las dudas de algunos (la mía en primer lugar), habíamos alquilado una furgoneta de nueve plazas para hacer el trayecto Madrid-Zaragoza. Lo cual, para muchos era un poco tonto, puesto que ya existe AVE entre ambas ciudades. Sin embargo se decidió lo de la ‘furgona’, como dice
Marcos Alonso y uno acató la decisión mayoritaria con alegría, eso sí, previo aviso de que no tomaría el volante del vehículo, pues no poseo (como ya saben los lectores más veteranos de este rincón) ningún tipo de licencia que me habilite para semejante acto. Salvo conducir carritos de compra y coches de bebé, nunca he guiado vehículos de ninguna clase, ni siquiera una bicicleta.
Estuve convencido desde el primer día en que empezamos a preparar este viaje (no recuerdo hace cuántos meses) que sería una experiencia fantástica, además de ser completamente imprescindible, tal y como va la novela de 7 plumas. Y cuando nos abrazamos en la T-1 del aeropuerto, sentí que me reencontraba con viejos amigos, y eso que era la primera vez que nos veíamos en carne y hueso.
La primera sorpresa de este viaje nos la dio la casa de alquiler de vehículos, pues había dispuesto para nuestro uso durante el fin de semana de un vehículo de color púrpura. Esto nos pareció una señal. Aunque yo pensé que probablemente el encargado es lector de 7 plumas y sabe de la existencia del grupo Purplestone.
Una vez que nos pusimos en marcha el tiempo dejó de contar. Lo importante era el viaje. Sólo me di cuenta más tarde, pero creo que en la mente de
Francisco Concepción instigador de la idea de la furgoneta, estaba desde el primer momento ese objetivo. Dejar que el amplio y cómodo habitáculo del coche sirviera como sala de estar de una casa.
Una especie de larga sobremesas... Claro que primero hacía falta comer.
La primera parada, fue a escasos cincuenta kilómetros de la salida. Guadalajara. A la entrada de la ciudad alcarreña aparcamos y nos dedicamos a pasear, avenida abajo, hacia zonas más céntricas donde poder comer. La comida (que no será recordada por su exquisitez, aunque sirvió para aliviar esa hambre) fue larga y relajada.
Cuando
Dácil Martín dejó su lugar al volante, en una estación de servicio de la provincia de Soria, hicimos otra parada. A penas habían transcurrido unos cien kilómetros más. La conversación, poco a poco, fluía con la velocidad propia que otorga el aumento de la confianza y el ambiente que se genera en un espacio compartido y sin otras interferencias del exterior, salvo alguna llamada al móvil de algún familiar o amigo. Paulatinamente la novela, nuestra novela, fue tomando protagonismo de nuestras palabras.
La cosa empezó con los comentarios sobre los lectores, sobre su fidelidad, sobre su trabajo e influencia en el propio destino del texto de la novela. Mientras la tarde se arropaba y descendía la iluminación para acurrucarse en brazos de la noche, se continuó con la entrevista que
Ana Joyanes e
Inma Vinuesa intentaron hacer sobre mí, para que revelara los misterios que se encerraban en el
capítulo 45 del relato. Salí bastante indemne de su tentativa, con algunas respuestas vagas y no revelé casi nada de lo que había escrito y se publicaría en la tarde del domingo.
Nos fue oscureciendo en territorio aragonés, poco después de que Dácil viese un unicornio en el cielo de la meseta, que más parece en esa parte de su lindero nororiental una llamada a las caricias, por lo ondulado y solitario del paisaje.
Tras superar algún atasco propio de las entradas a las grandes ciudades un viernes y la sorpresa de algunas obras que modificaban las direcciones de la ruta a seguir, llegamos al hotel. La única damnificada de este viaje tan tranquilo para nosotros, fue Anabel, que hasta casi las nueve de la noche no pudimos ver y besar.
Ya estábamos los siete juntos, por fin.
Y con ella, aparecieron sus socios Pilar y José Antonio. Repito, los tres juntos forman el grupo 3de3 que era el organizador del recital al que acudíamos con toda ilusión y ganas. Y por tanto, conocimos a otros dos escritores que, además son personas espléndidas, como nos demostraron desde esa noche y hasta el sábado en la madrugada, ejerciendo no sólo de anfitriones, sino de verdaderos compañeros.
Tras una ducha rápida, paseamos por la Plaza del Pilar, nos asomamos al Ebro, junto al Puente románico de piedra, contemplamos de cerca el Ayuntamiento, la Lonja, La Seo, para acabar en El Tubo zaragozano, donde ya bullía la fiesta. Allí mismo otro grupo de escritores y críticos disfrutaban de una magnífica noche, extraña para la ciudad maña a estas alturas del año.
Tras el tapeo al aire libre, en medio del bullicio, Anabel, por fin, consiguió que encontráramos un hueco para hablar de la novela (uno de los tres objetivos del viaje). Obviamente, al menos por mi parte, ustedes entenderán que calle el contenido de tan sesudas deliberaciones entre cafés y cervezas. Sólo diré una cosa: no hemos roto el espíritu con el que nació este proyecto. Por tanto, si el principio de esta aventura arrancó tras un sorteo, otro sorteo, esta vez dirigido por Pilar, ha dictaminado su final, del que solo sabemos autor@ y fecha.
Pura coherencia.
La noche maña, a pesar de la doble ventana de la habitación del hotel, se colaba con contundencia en mi habitación. En Zaragoza los jóvenes disfrutan de la madrugada, como si siempre fuera Nochevieja.
Continurá mañana