sábado, 29 de octubre de 2011

¿Cómo ser trino y pájaro en tus ojos?



Cuando tanto huracán muerde tu sien
y hace sangrar el miedo en tu mirada,
cuando la tempestad funde tu playa
y hace olvidar la risa en los relojes,
cuando tus ojos siembran tantas llagas
y hacen crecer el hielo en la memoria,
cuando tus labios riegan tantas tumbas
y hacen brotar infierno entre la hierba,
cuando tus manos lloran tantos ángeles
y hacen gemir al musgo entre las nubes…

¿Cómo puedo ser borde de tu lágrima,
cómo puedo ser lluvia de tu aliento,
cómo puedo ser brida de tu angustia
cómo puedo ser agua en tu desierto,
cómo puedo ser cepo de esa fiera?



¿Cómo ser la sandalia de tus surcos…
cómo ser el perfil de tus pisadas...,
cómo ser el contorno de tu estrella...
cómo ser el latido de tus besos...
cómo ser trino y pájaro en tus ojos...?

miércoles, 26 de octubre de 2011

Confusión

¡Maldita la hora en que el cisne quiso ser pato! ¡Maldita la hora en que el pato quiso ser trucha! ¡Maldita la hora en que la trucha quiso ser rana! ¡Maldita la hora en que la rana quiso ser abejaruco! ¡Maldita la hora en que el abejaruco quiso ser gato! ¡Maldita la hora en que el gato quiso ser caballo! ¡Maldita la hora en que el caballo quiso ser viento! ¡Maldita la hora en que el viento quiso ser cisne! Al final no hubo ni cisne, ni pato, ni trucha, ni rana, ni abejaruco, ni gato, ni caballo, ni viento…

lunes, 24 de octubre de 2011

Estaba decretada esta derrota


No hay ninguna palabra para el desasosiego,
ni tampoco hay caricias.
Sólo siento tu ausencia:
una montaña rusa
                                     enredada en el viento
que convierte esta tarde en intestino
transformando el recuerdo
                                                     en lodo maloliente.

El otoño construye la memoria,
y la melancolía.
Sus hojas amarillas suspiran cada tarde
como un niño de fiebre y de cristal.

¿Cómo no hacer parada en el recuerdo
de otras tardes, espejos de esta tarde,
o de tantas mañanas disfrazadas de ocaso,
cuando era un gran delito soñar,
o tomar esta pluma para llorar despacio
y en silencio, silencio de mil versos
perdidos en las páginas endebles
de mis neuronas tristes?

También me he levantado
antes de que se hubieran dibujado los labios
los tejados carmín de la ciudad,
ni siquiera los pájaros
habían regresado desde la madrugada,
lejana y ominosa…

                    (Tampoco estabas hoy…
Es la cama un desierto de caricias,
un inmenso ataúd,
donde yacen los besos no nacidos,
y la sábana olvida tus fragancias).

Es difícil que el viento
                                           ordene las palabras,
aunque uno se despierte con premura
y perfume sus dientes
con aromas de bosques milenarios
intentando engañar al roedor nocturno,
y obligue a la bombilla
a resucitar versos trashumantes.

El día no ha evitado convertirse en
necrosado intestino como asfalto
ahíto de miserias y cenizas.
El día no ha evitado convertirse en
cementerio de versos moribundos,
con perfume de lágrima.

Pero no se ha rendido mi trinchera,
aunque la escaramuza era derrota,
por más que se empeñara mi sonrisa.

Antes que la ciudad se engalanara
con el mismo vestido que cuelga cada noche
para que las estrellas lo abrillanten,
he alzado mi estrategia entre las manos,
he perfilado un reto contra la nostalgia;
pero he errado mi cálculo:
tu ausencia
                        ha derrumbado los cimientos
sobre los que apoyaba mi defensa,
el puente no ha aguantado mi sonrisa,
ni ha soportado un verso de esperanza,
estaba decretada esta derrota…
                     (Tampoco estabas hoy…
Es la cama un desierto de caricias,
un inmenso ataúd,
donde yacen los besos no nacidos,
y la sábana olvida tus fragancias).

sábado, 22 de octubre de 2011

Tu ola de espuma es mi silencio







Mientras la noche esconde
una danza de estruendos y caderas insomnes,
acudo a los misterios del recuerdo,
deteniendo el tictac confuso de mis sueños.
No encuentro las piquetas necesarias
en mis pestañas secas, sin auroras,
para horadar las rocas que confiscan
aromas, tiempo y versos.
Necesito beber un vaso de tu esencia
para que se evapore el mineral
que me acecha y confunde.
Necesito sentir cada latido
de tu cuerpo sin piel,
tan libre como el aire y como el sueño,
estrechándose al eco de mis pasos
y a mis plegarias mudas,
porque tu ola de espuma es mi silencio,
caricia de mis noches.
La calle revestida de caireles
sucumbe al precipicio de la hoguera
de nieve y estraperlo.
Nada igual a tus besos,
se yergue sobre el labio de la acera,
orín de perro y pulpa de una lágrima.
A lo lejos, la marcha de los muertos
enfunda las pisadas como seda
de un gato de mil lunas.
Un pájaro nocturno arrulla el miedo
de la especie y sonríe
                                          al fresno del otoño.
Después de tantas horas,
me pesan estas páginas vacías.
Mis manos se ensortijan con tu sangre
y rozan el brocal del tiempo al que me asomo.
Temblar no es la respuesta, pero tiemblo.
Siento mi cicatriz drenando oscura,
como puerta cerrada para siempre.
¿Quién me vende algún dedo de tu esencia?
¿Quién me acariciará con sus esporas?
Necesito la piel de tu pureza,
y envolverme en su embozo y su misterio,
y encontrar el sendero que me acerque
a tu brisa, a tu playa, a tu marea,
a la verdad que aguarda
para quien peregrina hasta tu altar
y se postra desnudo en tu regazo,
porque tu ola de espuma es mi silencio,
caricia de mis noches.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El máuser

En el sótano de mi cerebro, alguna neurona arqueóloga encontró un máuser que primero se adjudicó a un fusilado. Sin embargo, a pesar de las investigaciones supervisadas por la melancolía del entresuelo, tal suposición, intuición o hipótesis no se confirmó, al no hallarse huellas ni restos –ni un poso artificial, ni un mal verso enquistado en viscosos fangales- que dieran pistas sobre el dueño del referido fusil.
Después, en dos despachos del entresuelo (oscuros, sin ventilación y sin horizontes), se ordenó una doble vía de investigación con la resolución taxativa de evitar cualquier comunicación entre ambas oficinas, ni mediante refinados gestos invisibles para un pétalo de mirto. El encargado de mandar y dirigir estos trabajos dictaminó un primer ramal que estudiara de modo pormenorizado, exhaustivo y aséptico, como si se hubiera de escribir un listín telefónico, las características, disposición anímica, actitud, aptitud y color de ojos de los usuarios de tal arma, según un método de análisis comparativo sobre los protagonistas de novelas, películas, anécdotas, noticiarios, reportajes, artículos que lo hubieran empuñado, al menos durante treinta y dos minutos y quince segundos.
-No son necesarios nombres propios… de momento –concluyó el jefe del entresuelo.
En el otro despacho, donde el invierno siempre jugaba al mus, y el funcionario trabajaba con abrigo, dispuso similar estudio, pero, en este caso, sobre este rifle: número de disparos, defectos de fábrica, procedencia, posibles objetivos, análisis de los países o viviendas o armeros o despensas donde había participado en alguna misión, conflicto o juerga.
-Para ello –dijo- podrá aplicar la técnica del carbono 14, o cualquier otro carbono –apostilló, probablemente confundido por algún pensamiento obsceno que vino a sacarle de su férrea concentración intransitiva además de intransigente. Asimismo, sugirió que se indagara la pista de alguno de los proyectiles que brotaron, como esperma asesino, desde su entraña. Esta petición fue anotada entre interrogantes por el probo funcionario. El hecho –inaudito e incomprensible dada la responsabilidad del servidor público- pasó desapercibido para el jefe de planta.
Entretanto, el máuser subió hasta el segundo piso para ser vigilado sin descanso. El encargado de tarea tan delicada, recorría un pasadizo estrecho y blanco, y taconeaba a ritmo sincopado de silva blanca, aunque, a veces, frenaba su paso según un repentino sosiego alejandrino. Después de cuatro días, dieciséis horas cuarenta y tres minutos y un puñado de segundos –entre quince y veinte-, decidió elevar una tajante protesta a su superior, puesto que no encontraba razón de ser en semejante laboreo, ya que el fusil, ensimismado en sueños pálidos, no le hacía ningún caso, ni siquiera apreciaba la cadencia de ese taconeo rítmico: un, dos, tres, cuatro, cinco, tacón, siete, ocho, nueve, diez y once (pausa); un, dos, tres, cuatro, cinco, tacón, siete, ocho, nueve, diez y once (pausa); un, dos, tres, cuatro, cinco, tacón y siete, (pausa); etcétera. Cuando el superior comprendió la raíz de la protesta, sugirió un ritmo asimétrico, sincopado y libre, para evitar que el propio equilibrio de la armonía se convirtiera en almohada donde el arma recostara su pasado. Le necesitaban menos relajado, más fuera de la honda tranquila de aquella vigilancia demasiado previsible. Le costó trabajo al vigilante, pero unas ciento treinta y tres horas y doce minutos después, el máuser ya no podía adentrarse con tanta facilidad en sus silencios. Se diría que comenzaba a respirar.
Cuando el vigilante se percató por vez primera del detalle, anduvo en círculos, y de puntillas, alrededor de aquel arma secular; no volvió a ver ese movimiento de hálito tranquilo y pensó que había sido producto de sus muchas horas de vigilancia ininterrumpida; pero cuando regresaba sobre sus pasos, retornando a su actividad de encontrar ritmos sin ritmo, volvió a percibirlo. Esta vez estaba seguro, lo había visto. Respiraba como si dentro de su frío cañón ardiese aún el deseo de acariciar una nube. Aún no hizo nada y esperó. Un buen vigilante ha de cerciorarse de los acontecimientos, antes de dar parte pormenorizado. Intuyó que gracias a su tarea aparentemente anárquica pero apasionante, la escopeta se había olvidado de su condición inanimada y había pretendido comprender algo de lo que sucedía a su alrededor. Al acercar una de sus extremidades, el artilugio se dobló, se encogió, retrocedió sobre la culata y respiró cuatro veces y media. Tras esa mitad inconclusa, pensó que había muerto, a consecuencia del pánico: un ataque de angustia. Pero no, no había pasado nada especial.
Decidió avisar a su superior que había subido a la tercera planta, donde había sido llamado para discernir sobre la posibilidad de que en el último lance del partido televisado hubiera habido penalti o, por el contrario, el delantero hubiera decidido tirarse como derribado por un disparo, sin que nadie le hubiera empujado, zancadilleado, pateado, placado ni, por supuesto, disparado, y menos con aquella vieja arma que seguía custodiada y tranquila un piso más abajo. La repetición no ofrecía dudas: no había sido penalti, pero no había habido mala fe por parte del delantero, tropezó con la singladura de un gato asustado y cayó sobre el césped. Después de alzar los brazos, el árbitro comenzó a planear sobre el estadio.
Cuando el oficial de la segunda planta ya regresaba, asomó el cabezal su subordinado. Pidió permiso con una mirada de lago tranquilo, y ambos controladores de planta decidieron prestarle atención. Al referir que el máuser respiraba, y en contra de lo que él suponía, ambos jefes de planta no apreciaron en él anomalía, ni locura transitoria, ni intento de engaño, ni siquiera lo acusaron de inventarse nada. Se levantaron de inmediato y descendieron por la barra de emergencia desde un nivel a otro.
Al llegar él, los observó como si mirara una puesta de sol demasiado breve. Allí estaban rodeando al artefacto, sin tocarle, musitándole algo entre dientes, acunándole con besos. Se acercó convertido en eco de una sombra, y escuchó, a modo de salmodia cantada a dos voces:
-¿Quién fue tu dueño? ¿Cómo has llegado hasta mí? ¿Qué pretendes? ¿Mataste a alguien mientras eras empuñado por sus manos…?
El fusil de repetición seguía quieto, mudo, tembloroso, encogido. De vez en cuando respiraba.
-Quizá no deberían asustarle –soltó en endecasílabo perfecto, sin esfuerzo-. Mejor dejar que él solo se decida. Mejor que no le empujen de este modo.
Ambos asintieron y se alejaron sin abandonar la planta.
Él siguió creando paseos en verso libre, unas veces con rimas asonantes, casi difuminadas, y otras, próximas a un versículo. De pronto todos lo oyeron:
-Tú… Nunca me fui… Que recuerdes… No lo sé, pero fueron demasiados.
En pocos minutos, el informe quedó elaborado y se evacuó a la central de datos de la cuarta planta que últimamente funcionaba muy mal. Desde allí, se ordenó el fin del resto de trabajos en las otras oficinas.
El máuser fue archivado en su correspondiente anaquel de la memoria, el de 1918, cuando mi cerebro era joven y pertenecía a un soldado alemán recién indultado de su condena a muerte, tras haber sido hecho prisionero, después de luchar varios meses en el frente francés, en la entraña de una húmeda trinchera.

lunes, 17 de octubre de 2011

Sin sonrisa

Cuando a la mañana siguiente, después de una noche de extraños sueños, y con sabor de tierra en la lengua, llegó a la oficina, ya no sonreía, aunque aún no se había dado cuenta. Sólo había percibido cierta dificultad para elevar la comisura de sus labios. Era como si dos plomadas invisibles le obligaran a apuntar el gesto hacia el centro de la tierra.
Mientras se afeitaba no prestó atención al gesto de su faz. Se tenía muy visto y el sueño aún le abrazaba, como esos pelmas que no saben beber, y con dos copas de más, únicamente sirven para colocar sus brazos por encima de hombros ajenos mientras perpetran canciones a voz en grito.
A esas horas en que uno duda si estarán puestas las calles, no tenía necesidad de sonreír a nadie, pues las paredes de su apartamento no solían responderle de ningún modo, ni siquiera con un vago gesto de desprecio.
Cuando llegó ella a la oficina, y sintió que entonces empezaba a amanecer, notó un peso extraño en las esquinas de la boca. Por más que se esforzaba era imposible que aquellas dos rayas alcanzaran la forma de una barquichuela. Ni siquiera consiguió que quedaran en posición paralela a la de su mesa.
Se asustó.
Salió precipitadamente hacia el baño. Su jefe sonrió maliciosamente, pensando en una diarrea incontrolable. Frente al espejo volvió a intentar el gesto y comprendió que no podía alzar los labios. Llegó a temer que se le produjera un desgarro en la piel. Era como si, para llegar a la posición de sonrisa, la boca tuviera que hacer un tremendo ejercicio de halterofilia.
Intentó tranquilizarse. Respiró hondo. Movió las mejillas, pero cuando ese movimiento era de subida, también era imposible. Llegó a pensar en una parálisis facial.
El miedo dio paso al pánico.
Optó por lavarse la cara, con la vaga esperanza de que el agua, o bien se llevase aquel lastre invisible, o bien acelerase la circulación sanguínea reactivando aquellos músculos anquilosados o postrados.
También fue inútil.
Al volver a su puesto de trabajo, decidió olvidarse de aquel incidente, esperando que, igual que había llegado de improviso, se marchase sin otro tipo de formalidad. Pero fue un intento vano. En realidad era lo único que tenía dentro de su cabeza. Cada poco tiempo lo intentaba, pero cada vez era más doloroso.
Ella pensó que se había enfadado. Se acercó a él discretamente, con una excusa absurda y le preguntó sin preámbulos, “¿Te he hecho algo?” Él miró alarmado aquel rostro pecoso, y no supo qué responder. Ella insistió. Él, en un supremo esfuerzo, intentó una sonrisa, pero el dolor le atravesó el gesto. Entonces ella empezó a sospechar que algo ocurría. Él decidió que era mejor confiarle el secreto. “No puedo sonreír”, musitó. Ella no entendió, pero el miedo de su mirada se atemperó. “¿Cómo que no puedes sonreír?” “Sí, que no puedo sonreír… Que lo intento, y mis labios no responden… Siento que algo de la cara se me va a desgarrar…”.
El jefe se impacientaba. “Señores, ya está bien de cháchara. Estamos trabajando, no en la hora del almuerzo”. No hizo falta más para que cada uno se enfrascase en sus respectivas tareas; pero de vez en cuando, alzaban la cabeza y se miraban. El gesto de él, cada vez se parecía más al de un condenado.
Aunque aparentaba su habitual concentración, en realidad no sabía lo que hacía. Al emitir aquellas pocas palabras se había dado cuenta que pronunciar la i y la e provocaba un pinchazo intenso de aguja en sus músculos. Comprendió que ello se debía a que los labios para dejar pasar el aire de ambas vocales, tenían que moverse hacia la postura de la sonrisa. Sin que su jefe se percatase, se dedicó a mover en silencio la boca colocándola en todas las posiciones que requiere la articulación de cada fonema.
Pensó que se volvería loco.
A este paso, no sólo es que no pudiera sonreír, sino que enmudecería, pues hablar podía ser como un tormento. No le cupo duda de que estaba padeciendo una parálisis facial progresiva, y, además, a altísima velocidad, pues a penas podía abrir la boca sin sentir un dolor agudo y penetrante. Cada vez más agudo y más penetrante. Ya no era una aguja sobre la piel, sino cientos de agujas candentes que le atravesaban, como si le cosiesen apresuradamente los labios. Fueron las peores siete horas de su vida. Aunque temió que sólo fuera el principio de una terrible agonía.
A la salida, ella se empeñó en que le acompañara a su casa. Estaba sinceramente preocupada, y sabía que no podía dejarle solo durante aquella tarde. “¿Y si después de comer nos acercamos a urgencias?”, propuso dulcemente, mientras le acariciaba el rostro.
A pesar de la preocupación que, en realidad, ya era obsesión, él sintió aquella primera caricia (tantas veces deseada) como la puerta de entrada en algún paraíso. Intentó responder, pero no pudo. Asintió como quien muestra la bandera blanca de rendición.
“Al menos”, pensó durante una fracción de segundo, “mi agonía no será una agonía solitaria. Ella estará conmigo”.
No probó bocado sólido. Sólo pudo beber con una pajita algunos zumos.
De pronto, ella empezó a esquivar mirarle al rostro. Cada vez que le hablaba dirigía la vista a cualquier lugar, cualquier parte, incluso el suelo, era mejor que su cara. Lo notó de inmediato. Entonces empezó otra lucha contra sí mismo: “¿Y si voy al baño y me miro al espejo?”
Pero aquella extraña reacción de ella era como un aviso para que se estuviera quieto y no hiciera nada. Sin saber por qué, al percatarse de esos movimientos esquivos de la mirada femenina, pensó en el movimiento de las serpientes y recordó, con terror, que durante la última madrugada había soñado que se convertía en serpiente.

sábado, 15 de octubre de 2011

Quiero hacer



Ya sabes que mis dedos son niños balbucientes,
y tiemblan al sentir el peso de los días,
ese peso que cuaja como nieve
y me hunde en pensamientos de ceniza:
miedosos como túneles
y oscuros como pájaros nocturnos.
Pero cuando contemplo tu cansancio
-tantas generaciones de derrotas
matando la esperanza-,
quiero hacer de mis manos un andamio.


Quiero hacer de mis manos un andamio
donde tus sufrimientos
se olviden de ese fardo que te aplasta.
Quiero hacer de mis manos un andamio
donde puedas dejar
la piedra del dolor que te ciega y te ahoga.
Quiero hacer de mis manos un andamio
donde puedas secar
el plomo de las lágrimas que roe tu mirada.
Quiero hacer de mis manos un andamio
donde puedas soñar
para alzar tu cobijo y tu futuro.

Ya sabes que soy brisa de la tarde
rota con el aullido de la noche,
y mi voluntad cruje
como madera seca o crepitar de huesos
en medio de la hoguera
que cercena el presente y abrasa los recuerdos.
Pero cuando contemplo tu abandono
-tantas generaciones de desprecio
matando la autoestima-,
quiero hacer de mi vida andarivel.

Quiero hacer de mi vida andarivel
en donde te acomodes
y salves la hondonada
que acecha los minutos y los labios.
Quiero hacer de mi vida andarivel
donde puedas dormir
cuando te venza el miedo y el dolor.
Quiero hacer de mi vida andarivel
donde puedas soñar
cuando sientas la risa del futuro.
Quiero hacer de mi vida andarivel
donde puedas mirar
la estela del mañana al acercarse,
y alzando los anhelos, te subas a su cima
para elevarte al vuelo de la vida.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Japón sin tópicos: "Frente al Pacífico" de Montserrat Sanz

Portada del libro



El pasado once de marzo de este año, Japón saltó a las cabeceras de todos los medios de comunicación a causa del terrible terremoto que provocó un devastador tsunami. Esta ola gigante y voraz se llevó por delante varias ciudades costeras, engulló vidas, haciendas, infraestructuras, hospitales, escuelas, negocios y casi destruyó una central nuclear, con lo que el problema se hizo mayor y todavía preocupa a nuestra sociedad.
En junio de este mismo año, la editorial Isla del Náufrago (cuyos libros sólo pueden adquirirse a través deInternet) editó Frente al Pacífico escrito por Montserrat Sanz Yagüe (Segovia, 1966), filóloga que vive y trabaja en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe (Japón) donde ocupa una cátedra desde 1996.
(Para leer el resto del artículo pinchad aquí)

La autora,
Montserrat Sanz Yagüe
(Foto tomada de la web Isla del Naúfrago)

domingo, 9 de octubre de 2011

Ahora que el domingo tiene por nombre luz. (Oniliria XI)



Danza del amanecer
Acrílico sobre tabla. 32 x 30 cm.
© Mariano Carabias


En la entraña del frío, la luz de este domingo se asoma y me sonríe abrazada al silencio, alejando a las sombras. Cuando la luz pregunta por las cosas, las mece con susurros de limón y besa sus contornos bendiciéndolos. A estas horas la casa es un sigilo, donde sólo hay respiros de relojes acostados en sombras y maitines. Llega el amanecer: instante mariposa, temblor, fuga y misterio.
Ahora que el domingo tiene por nombre luz, quisiera reabrir aquel desván donde duerme la infancia cascabel, y quisiera halitar de nuevo los aromas de los días de antaño, cuando este día siempre era festivo: los rítmicos poemas, la aventura soñada, el carrusel de risas, la oración silenciosa, casi muda… la verdadera música de Dios.
Montaré en el tiovivo y cumpliré el mandato haciendo santa esta jornada luz…
Y rezará mi voz por las miserias, e intentaré escribir un salmo de alabanza.
Porque en medio del frío entra la luz, llamándome a la vida. Acampa en este barro, convirtiéndolo en barro iluminado.
Porque en la misma entraña del dolor, hay hombres y hay mujeres que allí ponen sus manos cargadas de caricias y sonríen con lágrimas mordidas, aun en mitad de heridas pestilentes.
Porque en este mar lleno de cadáveres, hay hombres y hay mujeres buceando al rescate de agonías, alejando a la muerte con sus sueños.
Porque ante la muralla de injusticias que acechan tantas vidas, hay hombres y hay mujeres en eternas tareas de derribo, inmunes al cansancio, al desaliento, en eterna batalla contra los asesinos del futuro.
Porque contra los falsos dioses muertos, hay hombres y hay mujeres poniendo el corazón en la miseria y haciéndose de barro para que sea luz siempre, cada jornada, para que también lunes, tenga por nombre luz y siempre sea barro iluminado.

sábado, 8 de octubre de 2011

Sueños. (Oniliria X)



Reflejos de Nenúfares
Autor, Nabuco


Sería conveniente romper todos los anclajes. Levar amarras nunca es suficiente, pues me convierto en caracol, o en ostra. Quizá pudiera hallarse una perla en su interior viscoso, pero para qué se quiere una perla sino hay dónde engarzarla. Ni siquiera hay lugar donde colgar el collar, la pulsera o el pendiente. Llevar una perla guardada en un bolsillo es como esconder un beso en el brocal del corazón.
De niño soñaba con aprender a escribir sobre mis sentimientos y sobre historias como las de Julio Verne o Enid Blyton (aunque pronto me asomé a ellos, otros me parecieron siempre astros inalcanzables). Ahora la niñez es un cuarto oscuro, donde casi nunca entro.
Quisiera saber escribir para no sufrir, para que esta sensación tan extraña me deje contemplarlo con total atención, sin distancias, el gorgoteo de una fuente. Pero probablemente sea lo contrario, escribir es sufrir más de una vez. Todas las veces.
Pero el jardín -al menos a estas horas camufladas en esmeraldas y oros- está asaeteado por el insoportable ruido de una ciudad que transita en sus vehículos.
¿Por qué una ciudad como ésta tiene la cantidad de tráfico que tiene?
Nunca lo he entendido.
Estoy escribiendo. Alrededor oigo ruidos: la vida se manifiesta en un precario estado rudimentario y selvático. Porque el silencio es una conquista, una expresión más elevada de civilización.
Estadistas del mundo, uníos contra el ruido.
Soñar no es difícil, lo difícil es recordar los sueños y es más difícil aún cumplirlos, si es que se recuerdan.
Aún no tengo claro si los sueños son como un laboratorio, o son un aviso o son un vertedero para el reciclaje del subconsciente.
Quizá haya sueños de diversas categorías. Y entonces se añade otra dificultad, cómo establecer los filtros o drenajes que alejen de la conciencia las pesadillas o las premoniciones de dolor y muerte.
Tendría que hacerme ingeniero de canales, para abrir un túnel que una y comunique mis sueños y mis dedos.

jueves, 6 de octubre de 2011

Mañana de domingo







Mañana de domingo,
dos de octubre del año dos mil once;
me he subido al periódico,
y la muerte viajaba en cada línea,
felino agazapado e insaciable.
Tras una singladura de vértigo y asfixia
vuelvo como coágulo de vómito…
En el Puente de Brooklyn se alzan gritos
contra ese falso dios que nos doblega,
gritos como puñales de lágrimas y viento,
gritos como los salmos redentores,
como árboles erguidos y valientes,
y el miedo ha traspasado las paredes
del templo donde mora
el diablo que blasfema: Wall Street.
Pero sus sacerdotes han mandado jaurías
de mastines con órdenes precisas.
Un inicio de náusea me avisa,
pero he hecho caso omiso.
En la ciudad de Juba,
capital del más joven estado del Planeta,
Sudán del Sur, Alphonse, catorce años,
vive en el corredor de la agonía
esperando el perdón, esperando la horca,
por un asesinato indemostrable.
He sentido la náusea crecer,
eclipse de razón.
Sus ojos detenidos ante mí,
eran carbón a punto de abrasarme.
En el país más joven habita la venganza
más vieja y más injusta.
La arcada no es aviso, sino hecho irrefutable.
En Irán, viejo estado milenario,
un hombre es condenado a muerte por cristiano,
por impedir que su hijo se instruyese
según las santas normas del Corán.
El vómito me impide el pensamiento:
si en el nombre de un dios se mata a un dios,
o alguno de sus fieles,
o nadie entiende a dios, o dios no existe.
Luego he visto el retrato de Salvador Iborra.
En realidad he visto al joven que fumaba,
el rostro placentero de un joven, cuyo nombre
era desconocido para mí.
Ha muerto en Barcelona, su ciudad,
en pleno Barrio Gótico, su barrio.
Murió a una hora lírica y hermosa,
murió porque encontró la bicicleta
robada de un amigo, y los ladrones,
durante la pelea, lo mataron.
(Un suceso ni lírico ni hermoso.
Quizá, si Salvador no fuera poeta,
su foto no estaría en un periódico.
¿Y tiene algo que ver su asesinato
con que este Salvador fuese un joven poeta?
¿Influyeron sus versos de algún modo?)
He sentido la náusea ocupándome,
como inmenso volcán.
De nuevo he comprobado que la vida
carece de valor en cualquier parte.
También he comprobado que algunos periodistas
se atreven con metáforas difíciles,
que buscan marear a sus lectores.
Desde luego en mi caso lo han logrado.
Al menos he llegado a convencerme
que Salvador murió por ser poeta,
y no por pretender que aquella bici
retornase a las manos de su amigo,
porque si así no fuera,
la conclusión sería detestable:
aunque la vida vale casi nada,
hay muertes que decoran más que otras.
Mañana de domingo,
dos de octubre del año dos mil once,
me apeo del periódico.
Tras una singladura de vértigo y asfixia,
vuelvo como coágulo de vómito.
Quizá sea mejor vivir dentro de un verso.

lunes, 3 de octubre de 2011

Cerviz uncida en yugo inapelable (Nueva versión)

(En el post de ayer hablaba de la comunicación con amigos y amigas sobre los textos que voy publicando en este espacio. Una de las últimas fue a raíz de la publicación de este poema el pasado lunes 19 de septiembre. Una amiga que prefiere permanecer en el anonimato por pudor, me hizo una serie de consideraciones sobre aquella primera versión que se puede leer AQUI. Considerando que el interés que le movía para opinar de ese modo era la mejora de mis versos, repasé el poema a la luz de esas ideas y llegué a la conclusión de que tenía razón. Así que me puse manos a la obra. El resultado es el que ahora ofrezco. Gracias infinitas a esta consejera y amiga a quien, obviamente dedico el poema. Hoy es anónimo, pero si algún día estos versos forman parte de algún poemario, su nombre ha de figurar impreso).

Tus dedos son un verso ensangrentado,
azul huella de espanto acariciándome
la piel indiferente a tu prisión,
insensible al desgarro que te asfixia,
el desgarro y la cárcel invisibles
para estas dos retinas siempre en fiesta
oropel cimentado en tu miseria,
fiesta endeble, tan frágil como un sueño
tan fugaz como el brillo del diamante.

Entorno a mi cintura, tu sudor
es tejido invisible que me cubre,
un sudor que ha castrado tu futuro,
un sudor como yugo con candado
que aprisiona cerviz y pensamiento,
impidiendo al destino de su vuelo
encontrar las respuestas que caminan
hacia la misma dársena común…
Mientras, la huella esclava de tus dedos
aún sangra en los tejidos que me cubren
como invisible verso maniatado,
como llanto de lágrima sin grito.

Si tus pupilas arden con el fuego,
el mismo que da vida a mi mirada,
el mismo que calienta mis latidos,
el mismo que ilumina mi sendero,
¿por qué tu esclavitud no me desgarra,
por qué el brutal silencio genocida
no cesa de crecer cada jornada…?

¿Por qué, si tu materia es mi materia,
este dolor me importa más que el tuyo?
¿Por qué, si tu materia es mi materia,
no cuento tu llorar entre mi llanto,
ni cuento tu prisión como mi cárcel?

¿Por qué, si tu materia es mi materia,
no cuento la injusticia que te llaga
como una inmensa losa que me asfixia,
ni cuento tus heridas como mías,
ni tu muerte conmueve mis entrañas?

¿En qué parte del viaje compartido
en esta nave azul y milenaria
se decidió que tanta esclavitud
sería el pedestal para mi dicha?

Y ahora que me acecha la mentira,
y ahora que ese yugo crece y crece,
como las sombras negras de la tarde
y aproxima sus fauces a mi cuello
y asedian sus colmillos mis arterias,
quizá ya sea tarde y no haya tiempo
que evite compartir nuestro destino:
pues mi carne también como la tuya
será un verso de piel ensangrentada,
macerada en barrotes de vergüenza:
cerviz uncida en yugo inapelable.

sábado, 1 de octubre de 2011

Tribulaciones de un escribidor cambiando el rumbo

Verán ustedes, llevo un tiempo dudando si dejarlo por escrito, o si no hacerlo para evitar las contradicciones. Pero he llegado a dos conclusiones. Si no lo digo no me quedaré a gusto, y desde ya reivindico el derecho a la más pura y dura contradicción.
Me explicaré, porque esto puede convertirse en un galimatías.
Pavesas y cenizas está próximo a cumplir tres años de edad lo cual para un blog no está mal. Un blog que procuro renovar con cierta frecuencia. Al menos un par de entradas por semana, aunque no siempre cumplo con este ritmo.
Acabo de mirar las estadísticas a las que tengo acceso, las mismas que ustedes podrán ver si se dirigen a la parte inferior del blog. Llevaba meses sin hacerlo. Lo cierto es que no me interesan mucho o nada. Si en alguna ocasión me hubieran preocupado, quizá hubiera buscado alguna solución. En fin, digo que he mirado las estadísticas y resulta que este blog ha pasado de las sesenta y siete mil visitas que, groso modo, significan unas sesenta y cinco visitas diarias. Aún desconociendo si el contador tiene en cuenta las mías propias, todavía estoy maravillado de que este espacio reúna a tantas personas, sobre todo si uno es consciente de la cantidad de blog que existen y la excelente calidad de la mayoría de ellos. Es cierto –y soy perfectamente consciente- que el ritmo de visitantes no es el mismo en el último año que en los anteriores, sobre todo el primero. Uno actúa de un modo determinado, lo que tiene consecuencias.
Todo esto para decir que, definitivamente, este blog va a pasar a ser un blog donde aparecerán básicamente mis textos poéticos (poemas, estampas, onilirias) y los relatos cortos. Los trabajos de más extensión, si es que alguna vez los llevo a buen puerto, engrosarán otro de mis blog: Euritmia en la red, que lleva seis meses sin entrada, y seguiré –ese sí casi de modo incesante- escribiendo El surco de los días, el tercero de mis blog, mi diario. No necesito más. No puedo con más. No me interesa más. Aporto poco en estos campos, desde luego, pero no aporto nada en otros, por tanto sobran otro tipo de post.
He llegado a múltiples conclusiones en este tiempo, pero sobre todo he llegado a la certeza de la presencia de excelentísimas personas en la red, personas que me dan y me seguirán dando su amistad y su confianza. He descubierto que cuando alguien me quiere de verdad y tiene algo que decirme sobre mis textos, lo hace mucho más a gusto en privado, y más desde que por la falta de tiempo no contesto como debiera cada una de las intervenciones de los lectores, que siempre he agradecido, pues suponen un esfuerzo. Pronto habrá una prueba de lo que digo. He comprobado que parece existir entre los blogueros una ley no escrita en la que se comenta, si tú comentas, algo así como una devolución de visita. Y quizá haya de ser así, pues el comentario es el único modo de hacerse visible en otra página. Y he concluido, con mi habitual pericia de efecto retardado, que no soy un bloguero, sino que uso de este medio para dejar volar mis palabras, sean éstas interesantes, o meras ocurrencias insustanciales.
Por ello y para evitar que nadie se sienta obligado a un comentario forzoso, he decidido eliminar los comentarios. Sé que esto es tirar, no piedras, sino bombas contra una de las esencias de un blog, pero Pavesas y cenizas, a partir de este artículo, se convierte en un poemario y en un almacén de pequeños relatos, quizá también aparezcan algunas noticias sobre algún acto que me importe o la reseña de algún libro, poco más…
Por supuesto, continuaré comentando en los blogs amigos, seguiré visitando y leyendo y aprendiendo de los blogs de las amigas y de los amigos e incluso de quienes no conozco nada, salvo su tarea en la blogosfera.
Me interesa, a esta altura de mi vida, escribir y dar a la luz, quizá, lo que se escriba, pero no me encuentro con ánimos ni con tiempo para llevar un blog como se debe.
Y claro está, a partir de este momento, empezarán las contradicciones.