miércoles, 29 de agosto de 2012

A las doce de la noche


(Para Ana Joyanes Romo. Microrrelato.
Basado  en hechos, más que reales, cotidianos)

A las doce de la noche me torno calabacilla a punto del desahucio.
Algunas veces procuro continuar rodando; pero carezco de ruedas, ni siquiera cuento con algún pedículo que pudiera funcionar como pie, pezuña, pata… Nada. Alguna madrugada me haré daño de verdad.
El tiempo avanza inexorable. Ella sospecha que no juega limpio.
—Seguro que se dopa —dice—. Parece que las doce llegan antes cada día. Como si no fuera bastante con esta limitación absurda —murmura desazonada—. Hay horas con minutos de treinta segundos y con sólo setenta u ochenta centésimas. —A tanto llega la desesperación que farfulla—: Tiene un pacto con Cronos, estoy segura… Así es imposible.
No es que mi Cenicienta esté quieta durante el baile, esperando de brazos cruzados a que el príncipe se fije en ella. Sabe que si actuase con tal desidia (acaso orgullo) todo sería imposible, pues en este baile cotidiano las bellezas simpáticas, inteligentes y originales abundan.
Bien lo sabe ella.
Cuando la acerco al baile cada tarde, negocia con el hada. Pretende que le permita estar más horas cerca de las mansiones, aunque sea antes del inicio de la fiesta.
—Quizá el príncipe acabaría fijándose en mí —suspira.
Pero el hada es inflexible, aunque siempre le habla con cariño, yo diría que con ternura, cosa que Cenicienta no aprecia lo suficiente.
—Tienes desde ahora hasta las doce, ya lo sabes. En vez de protestar, agradece que te permitan seguir acudiendo cada día. Tendrás que ser más inteligente y más constante, tendrás que saber cómo mirar al príncipe para que él aprecie tu presencia.
Cada jornada se repite la conversación, cada día es lo único que escucho; ya no sé nada más, porque el viaje de regreso nunca lo hago. Siempre me quedo tirada junto a la verja de acceso, convertida en calabaza agotada, casi desahuciada.
Alguna vez he intentado llamar su atención para que regresase antes de la hora y hacer por una vez el retorno como corresponde. En tal caso le diría que quizá ya ha pasado su tiempo, que su zapato de cristal se hizo añicos; pero, repito, es una pretensión inútil. A partir de las doce de la noche, aunque me arrastre por este camino de piedras que me torturan, sólo veo cómo Cenicienta corre y corre, a veces envuelta en llanto, a veces con ganas de gritar, siempre descalza. Llegará desolada a su casa; quizá tarde en conciliar el sueño, pero sus hermanastras, en silencio, ya le han preparado las tareas que antes de las siete de la mañana tiene que empezar a ejecutar o, de lo contrario, ni siquiera tendrá derecho al baile diario, aunque concluya demasiado temprano: a las doce de la noche.

viernes, 24 de agosto de 2012

Silencio


Hay momentos, cuya duración no se puede medir aplicando criterio humano, en que conviene más el silencio. No se trata este silencio necesario de una inacción perezosa, ni viene provocado por una acidia del alma (ni del ánima, ni del ánimo). Quizá pudiera parecer lo contrario, pero el silencio al que aludo, provoca la misma extenuación que cualquier frenesí, porque se trata de hacerme todo escucha, como radar dispuesto a intentar captar hasta el latido de las alas quietas de un insecto. Es, pues, un silencio que contempla y que, por ello, requiere del concurso de cada una de mis potencias, por frágiles que sean.
Hay momentos en que importa más, dejarse hacer que hacer, porque para poder entregar algo, primero es imprescindible tenerlo, y para poseerlo es necesario haberlo encontrado, o haber encontrado el modo de entregarlo. (A veces sucede que uno posee lo que busca, pero si no acierta a darlo, no lo tiene). Dando por cierto que sólo halla quien busca, no es menos cierto que la pesquisa es eficaz cuando cada sentido está pendiente del hallazgo.
[También es posible —pero esto forma parte del proceso de búsqueda y de la atenta escucha— que no haya nada más, que se haya agotado mi tiempo. Es posible, aunque intuyo que no probable, pero es menester prever cualquier posibilidad por muy improbable que parezca].
En fin, quizá perciba a lo lejos el murmurio de la fuente, pero necesito adentrarme en el sendero correcto que desemboque en su manadero, o de lo contrario, aunque no esté lejos, mis pasos sólo serán un cazcaleo sin brújula, sin tino. Es noche cerrada, apretada. Sé que camino al borde del cantil y más que nunca preciso no errar la dirección de mis pasos, para que, al fin, mis ojos vean su mirada.

viernes, 3 de agosto de 2012

Pasión. (Oniliria XIV)

(Imagen tomada de Internet:
“Éstrellas calientes de Joaquín Rodríguez Martín, Nabuco)).





Su vida había sido una pasión: descubrir la belleza del Universo. A ese afán dedicó los latidos de sus días desde que recordaba, desde que su memoria le acompañaba como sombra de la mente. Una noche de insomnio, casi una vida después, una noche de temperatura cálida y cielo despejado, pero huérfano de luna, salió a la calle y miró a lo alto. Entonces decidió que abandonaría el telescopio. Buscaría donde sólo puede estar la respuesta.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Llegarás, muerte





llegarás, muerte,
lenta como segundo,
siempre presente


llegarás, muerte,
veloz como universo, 
siempre en camino


llegarás, muerte,
fugaz como la historia, 
siempre a la espalda


llegarás, muerte,
libre como un aroma, 
flor invisible


llegarás, muerte, 
callada como un alba,
no será pronto


llegarás, muerte,
callada como ocaso, 
no será tarde


llegarás, muerte,
beso, horca o guadaña,
y será tu hora


llegarás, muerte,
luz de sol o de estrella, 
inexorable