domingo, 30 de septiembre de 2012

Quicio de septiembre (Oniliria XVI)


Mañana de septiembre sentado ante la lluvia. La melancolía se pasea desnuda y me contempla con lujuria. Quiero apartar mis ojos de ella, pero es tan atractiva, tan hermosa. Intento escribir versos, aunque sean oscuros, cualquier idea absurda como una cebra azul que me distraiga, pues sé el peligro que me acecha.
Pero no puedo, nada se me ocurre. Ella ante mí, sinuosa, cantándome con voz de mil campanas que alumbran esqueletos, mostrándome su cuerpo sin pudor y sin obscenidad: la serena pureza del tiempo y la costumbre.
Le falta sonreírme, guiñarme un ojo, hacerme ese gesto inequívoco; pero ella no sonríe, excepto cuando llora, excepto cuando sabe que tendrá más fuerza el brillo de sus ojos que la curva delgada de sus labios.
Llueve en el quicio de septiembre. La mañana es hermosa casi como una perla, y ella danza ante mí. Cómo cimbrea el cuerpo apetecible: sin rubor y sin prisa. Me conoce y está segura de que me entregaré a sus brazos, incrustándome a sus poros, recorriendo centímetro a centímetro su piel con mis labios como dedos. Intuye que mis dedos como labios libarán cada pliegue de su anatomía. Y desembocaré, labio, surtidor o dedo, en su entraña, mandorla de vacío.
Se acerca tal que niebla, extendiendo su brazo de alga y mirlo. Se acerca como arroyo y sombra de una estrella. Continúo sentado en la mañana, y sus ojos me imantan como un lago infinito, y mis ojos ahora son incapaces de mirar a otra parte, ya casi son un surtidor, un dedo, un labio perdiéndose en su entraña.
Pero he de contenerme, no dar el paso. Dejaré que sea ella quien baile ante mí, quien muestre sus encantos, todos ellos. Intentaré vencerme, vencer mi inclinación. Si quiere mis caricias, mis besos y mi entraña, tendrá que venir hasta aquí, tendrá que desnudarme, y abrazarme y besarme y llevarme, muriendo, hasta su centro.

sábado, 22 de septiembre de 2012

En cada corazón, en cada sangre




A veces todavía
pretendo buscar el poema,
transitando enormes palabras
de esdrújulos significados,
con tetrasílabo sentido
—que sea pentasílabo deseo algunas veces—,
e hiperbólica trascendencia.
Parezco explorador de naciones telúricas,
o astronauta de hiperbatones
y de confusas paradojas,
o inextricables sombras de metáforas,
como pesadillas nocturnas
enterradas en laberintos,
donde no encuentro nada,
quizá por mi torpeza,
quizá por mi hipermetropía.
A veces, todavía,
no entiendo que el poema no se busca,
sino que me interroga,
me ilumina y me sacia;
y más que aparecer, renace, brota,
como brota una brizna
de hierba en los resquicios de dos losas
de un adoquín estéril y prosaico.
Mis versos son palabras cortas,
de llanas acepciones,
de monosílabo sentido
—bisílabo por accidente—
y trascendencia cotidiana.
Más que explorador o astronauta,
soy arador confuso
de un breve surco expuesto al hielo,
la nieve, o el granizo,
o al pedrisco asesino de cosechas,
o al chubasco y la lluvia y el orvallo,
al viento y a la brisa,
al sol, a las estrellas, a la luna.
A veces, también soy el transeúnte
subido a zapatillas viejas
que pasea por calles y plazuelas
y choca con pupilas desahuciadas,
o encuentra un corazón exangüe,
o es testigo de un llanto milenario.
Entonces me convierto en grito o en desgarro.
Se nutre mi poema de la arcilla
que alimenta y alumbra mis latidos,
como toda la arcilla que arde y vuela,
en cada corazón, en cada sangre. 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Amanece




Amanece despacio el día
como si se pensara,
como si no tuviera decidido
el número de sílabas precisas
para sus versos,
o su estricta cadencia
para que en su latido
quepa la vida entera:
pulsos, sueños, angustia,
dudas, besos y risas
sobre este campo
de amapolas, de trigo y de lavanda.
Amanece un cristal traslúcido,
un aroma de nubes,
una lluvia de pétalos
de colores muy lentos tal que dedos
sin aristas filosas o áridas melladuras.
Amanece una copa intacta,
ni siquiera un pedazo con astillas
como una frente atormentada,
sobre este campo
de amapolas, de trigo y de lavanda.
Ni mi dolor de lágrima nocturna
podría ennegrecer tanta belleza
como de acogedor vientre materno.
Ni este desgarro oculto por donde me desangro,
por donde se despeña mi horizonte,
por donde crece la tragedia,
podría apagar su llama que ya alumbra
sobre este campo
de amapolas, de trigo y de lavanda.
A pesar del desgarro,
aunque me duela respirar,
amanece despacio:
un lánguido pensarse,
un aroma de nubes,
una lluvia de pétalos:
copa intacta, cristal traslúcido…
llama creciente,
sobre este campo
de amapolas, de trigo y de lavanda.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Hay noches que... (Oniliria XV)



Hay noches que me cuesta fugarme de mi piel para encontrar tus pasos, para sentir tu llama, para entender tu sueño. Hay noches que mis poros se me cierran y amordazan el vuelo como si un guardián persiguiera con saña mis afanes.
Quizá piel y alma sean haz y envés de una hoja fugitiva: alentada materia, espíritu embarrado, pero hay noches que siento una persecución de alacrán impaciente entre mi piel y mi latido.
Durante algunas noches, como si el escorpión fuera metal, siento un miedo de aristas incendiadas, sospecho que está próximo —a la distancia de un latido—, la victoria del alacrán.
Ya sé, parezco un niño, pero hay noches que me cuesta fugarme de mi piel para encontrar tus pasos, para sentir tu llama, para entender tu sueño.

martes, 4 de septiembre de 2012

Eterna Luz Sonora (Un poemario como un blog)


Después de unas semanas de lecturas y reflexión, he decidido reeditar en formato blog mi poemario Eterna Luz Sonora.
A diferencia de otros blog al uso, nace con todas sus entradas publicadas. Se trata de un poemario que ya lleva un tiempo escrito, y que en su versión de 2010 fue publicada en la plataforma digital Literatura Nova.
No pretendo engañar a nadie, ni crear falsas expectativas, por ello transcribo aquí este fragmento del prólogo a esta edición que allí podéis leer completa, donde se intuye con claridad el tema del poemario:
Al principio —finales de 2002, inicios de 2003—, creí que se trataba solamente de las resonancias que en mí despertaba la música de Juan Sebastián Bach. Y así era (y sigue siéndolo). Pero con el paso del tiempo fui descubriendo que tales reverberos alojan el reflejo de algo sustancial en mí. O dicho de otro modo, lo que me parece que viene a proponer la música de Bach no es otra cosa —pero dicha en el idioma más hermoso de la humanidad—, que la búsqueda y el encuentro entre criatura y creador.
[Para evitar malas interpretaciones, me apresuro a aclarar que no estoy hablando de religión, si de espiritualidad. La distinción quizá sea simplista o sutil para muchos, pero baste enunciarla para señalar que, según lo veo, existen diferencias entre una y otra cosa. A veces excesivas. Quizá por ello huí desde la primera redacción de las obras ‘litúrgicas’ —que son la mayoría— del ‘Viejo Peluca’, quizá por ello me dejé llevar por las Suites para violonchelo, Los conciertos de Brandenburgo, Los conciertos para violín, los dos libros de El Clave bien temperado, y El Arte de la Fuga.]
Ahora doy otro paso. Comparto este poemario en esta versión. Quizá podría haber optado por otro formato incluso digital, pero por alguna razón que aún no soy capaz de expresar de modo racional, he decidido hacerlo de esta manera, quizá simplemente porque me apetecía mucho y porque en este formato me encuentro a gusto.
Aquí os dejo el enlace al blog, para que si os apetece, cuando os apetezca, os deis una vuelta por él. Sólo aclarar que cada poema, o entrada (los prólogos, por ejemplo) están en una página, por tanto hay que navegar por el blog pulsando al final de cada entrada, donde dice: entradas anteriores, o entradas más antiguas. También se puede pinchar en las etiquetas. De este modo se pueden leer varias entradas agrupadas bajo el mismo criterio.