domingo, 24 de febrero de 2013

Ana Joyanes Romo: "Noa y los dioses del tiempo"

Noa y los dioses del tiempo
Ana Joyanes Romo. 
Ediciones Idea y Ediciones Aguere 
Santa Cruz de Tenerife 2012.  275 páginas.

La escritora Ana Joyanes firmando
ejemplares de su obra
Escribir acerca de una nueva novela de Ana Joyanes Romo es uno de los placeres que me reservaron como premio inesperado al entrar en este mundo de los blogs. Inesperado y escondido en aquel noviembre de 2008 que ahora parece tan lejano y, sin embargo, como síntoma de contradicción, está tan próximo y tan presente en el recuerdo. No es el único premio que he recibido, pues, en esta misma categoría de escritores y de amigos podría citar varios nombres, desde luego nada secretos, camuflados o escondidos.
Pero mejor no andarse por las ramas, mejor ir al grano, y cuanto antes, respecto de esta novela, que es lo que debe ocupar estas líneas.

En esta novela me atrevo a destacar tres pivotes sobre los que avanza o giran, tanto el argumento como el tema central: tiempo, mitología y humanidad. Procuraré explicarme.

En su anterior novela (Sangre y fuego), el tema del tiempo asoma como algo trascendente. Si alguien lo ha olvidado, o aún no lo ha leído (¿Alguien no lo ha leído aún?), Sangre y fuego es una novela en la que sus protagonistas viven sus peripecias desde el año 175 d. C. hasta 2009. Y el tiempo también era importante respecto de la arquitectura de la novela, con esos saltos cronológicos, esos avances y retrocesos durante la trama que van tejiendo el argumento con una precisión milimétrica. Pero, a pesar de esta importancia indudable, el tiempo no llega a ser uno de los temas o cuestiones capitales en la obra, simplemente es, de una parte, referencia narrativa y, por otra, material de construcción para el autor, permítaseme el símil.
Portada del libro
Sin embargo, en Noa y los dioses del tiempo, ya desde el título, el lector ha de asumir que el tiempo no va a ser un ingrediente decorativo, es absolutamente trascendente. Y después de leer la primera frase de la novela, esta suposición se convierte en confirmación expectante. Abre así Ana su obra:
El día que Noa nació duró 25 horas, aunque nadie pareció percatarse.
Pero, a medida que se avanza en su lectura, el lector comprobará que el tiempo es clave, tanto para lo bueno, como para lo malo.

Cuando comenté la primera novela publicada por Ana (Lágrimas mágicas) hablé de la literatura fantástica. La autora, como no puede ser menos, sigue siendo fiel a este tipo de literatura en esta tercera novela individual, pero uno, que ya está rendido por la potencia de sus letras por la energía y plasticidad que atesora en cada párrafo, no es nada reticente a esta cuestión. En este caso, además, podría decir que es menos fantástica que otras, pero acaso porque uno, desde hace mucho tiempo está acostumbrado a la mitología y no considera el Olimpo como parte del género fantástico.
¿Por qué?
Es algo que me pregunto desde el segundo capítulo. Sólo se me ocurre una respuesta: porque otro de los pilares sobre los que se sostiene esta novela (y también el título lo sugiere) es la creación de una mitología, en este caso canaria. No me resisto a copiar el inicio de este capítulo que incluye en pocas pinceladas lo esencial del olimpo canario creado por Ana:
El aburrimiento de Berés se contaba por siglos. Desde su observatorio, contemplaba el lento devenir del universo y se desesperaba.

Surcaba las vías estelares una y otra vez, contemplando las estrellas nuevas, las viejas sendas intergalácticas.

—No interfieras en la labor de los otros dioses —había sido la consigna de su madre, Meia—, esta morada que nos estamos construyendo necesita del trabajo de todos nosotros. No estás solo y no eres todopoderoso, tienes tus límites, como todos.
Como uno intuye nada más leer estas líneas, estos dioses no van a ser muy diferentes de los dioses a los que estamos más acostumbrados gracias a nuestra tradición greco-latina: Zeus o Júpiter, Mercurio, Marte, Venus, Afrodita, Cronos, Hermes, Neptuno… y todos los demás. Así, si en Lágrimas mágicas las criaturas fantásticas que poblaban sus páginas eran elfos, gnomos, hadas, trolls, suelfos, trasgos... y en Sangre y fuego vampiros y otros monstruos, en Noa y los dioses del tiempo, Ana Joyanes se atreve a crear nada menos que una mitología cuyo centro de operaciones en esta peripecia son las Islas Canarias —Marinia en la novela—. 
Imitando o siguiendo la estela que el ser humano desde antiguo ha trazado a la hora de componer sus mitologías, Ana Joyanes otorga a las inmensas e imprevisibles fuerzas de las naturaleza la condición de deidad. El hombre desde siempre se ha preguntado por la sucesión de los días y las noches, los ciclos de las lluvias o las sequías, las razones por las cuales, de improviso, una catástrofe natural (terremoto, huracán, erupción volcánica, tempestad, galerna, tornado, incendios...) sembraban miedo, horror, destrucción o muerte. Y el ser humano se respondió en casi todas partes con la creación de divinidades que explicaban tal o cual suceso. Del mismo modo que nuestros predecesores ha actuado la escritora, y mostrando su portentosa imaginación y sensibilidad, ha sido capaz de crear un parnaso canario con once deidades, de momento: Adea, Berés, Detor, Faura, Koya, Madin, Meia, Pau, Pitileia, Sera y Tesay.
Pero al crear esta mitología, Ana lo que hace, en realidad, es rendir homenaje y plasmar su amor a la tierra donde vive desde hace años, una tierra que no la vio nacer, pero a la que adora. Un archipiélago donde el equilibrio entre el sol, los vientos, tierra, mar y la entraña viva y ardiente del planeta conviven en un equilibrio que da como resultado algo parecido al paraíso. 

Como he dicho más arriba, otro de los puntos de apoyo de la obra, como siempre sucede en la narrativa de Ana Joyanes, es el ser humano. En las mitologías (en cualquiera) no sólo se explica cómo son los dioses que rigen el Universo, sino que se da a conocer el mundo de los humanos. Las mitologías sólo tienen sentido desde los humanos. Así ha sido siempre, y ésa quizá sea la mayor prueba de que los únicos dioses somos los hombres; pero esto es otra historia. En Noa y los dioses del tiempo la autora traza también una. Y como sucede con cualquier mitología, la humanidad que se dibuja es la contemporánea al autor(a) que la escribe. El retrato que Joyanes hace de esta humanidad es desolador, para qué engañarnos, sobre todo en lo que respecta a los políticos y dirigentes marinios, especialmente extrapolables a los actuales dirigentes españoles. En esta parte, para desgracia de todos, la novela es realista, a pesar de que no se profundice excesivamente en el asunto. Pero al mismo tiempo, pone la lupa —porque esto es lo que más interesa a la escritora— sobre aquellos que viven e intuyen que la verdadera salida no está en quienes imitan los caprichos de los dioses, sino en quienes aman. En este sentido, los personajes de los abuelos son un prodigio de ternura, que no de sentimentalismo.
Y como en toda creación mitológica, en Noa y los dioses del tiempo nos encontramos con unas criaturas casi humanas, los oceánicos, que no sé si interpretar como una vuelta atrás en la evolución —ya que son casi anfibios pues sin agua no pueden vivir— o, por el contrario, un paso adelante, a modo de aviso de lo que puede ocurrir si el calentamiento del planeta continúa y acrece el nivel del mar hasta territorios hasta ahora impensables.

Me leí la novela en dos días. Como siempre me ocurre con la literatura de Ana Joyanes, cuando empiezo, ya no puedo parar. 
Su narrativa se caracteriza formalmente, por ser una literatura de músculo y nervio, sin apenas adornos y en constante avance. La narración esencial, en donde los verbos —y por tanto la sensación de movimiento— prevalecen sobre cualquier otra categoría lingüística. Más aún, los adjetivos tienden a desaparecer, y cuando se muestran brillan con más intensidad. Sin embargo, en esta novela, hay hermosísimos pasajes que rozan la descripción poética, momentos que rompen el ritmo trepidante y sosiegan la respiración del lector, si es que éste tiene paciencia y no se ve impelido por la historia a avanzar en el argumento, que no voy a reproducir, por obvias razones de respeto a los lectores. Aún así, sin desvelar mucho, aquí dejo lo que para mí es el núcleo que desencadena todo lo que sucederá: la impaciencia y la envidia de los dioses hacen de la Tierra, y más en concreto de Marinia, objeto de sus deseos.
En un rápido periplo por los confines del universo, un pequeño lugar aún inconcluso había llamado su atención, un planeta minúsculo, condensado y cálido. Tal vez le hubiera pasado desapercibido si no fuera porque distinguió en él la mano amorosa de Tesay. Era notorio que su hermano sentía predilección por este rincón, lo conocía bien. Podía percibir cómo lo moldeaba, despacio, con mimo, sin las grandes muestras pirotécnicas con que despachaba la creación de otros lugares o los cataclismos con que destruía lo que consideraba inútil o inadecuado.

Y Berés deseó poseer lo que su hermano tenía.
(El subrayado es mío)

Lo malo de este deseo de Berés es que el enfrentamiento con Tesay en diferentes eones del Universo, supone el dolor, el sufrimiento, incluso la muerte de los humanos que habitan los territorios objeto de su anhelo desmedido.
En uno de los últimos enfrentamientos de Tesay y Berés —en el eón que nos corresponde hoy en día—, una jovencita marinia llamada Noa, poseedora de cualidades especiales, tiene una trascendencia fundamental, que sólo en las últimas páginas del relato se resuelve.

Esta entrada es sólo una reseña, por tanto, a pesar de que me cuesta trabajo, no debo avanzar en el comentario del argumento del libro, pues desvelaría más de lo que debo. Pero tampoco debo olvidarme, para que el lector sepa con lo que se va encontrar, de la entraña de la narración. Más allá de lo trepidante de este relato, que encaja sin esfuerzo en la categoría de novela de aventuras, o, si se quiere emplear un término más contemporáneo thriller, más allá de la creación de una mitología, más allá de la existencia o no existencia del pasado, el presente o el futuro y de su modo de manifestarse y superponerse, el tema principal de la novela —bien sujeto por estos pivotes—, es el amor, la entrega absoluta como única posibilidad para romper lo inevitable.

Quizá por ello sea tan atractiva esta novela, quizá por todo ello sea imposible no dejar sus páginas una vez iniciada la lectura. Son temas eternos en la literatura, y son eternos porque a cualquier lector de cualquier época interesan estos asuntos relacionados con los miedos más ancestrales y los deseos más hondos, esos que mueven cada vida, todas las vidas.

lunes, 4 de febrero de 2013

No hay santo sin octava.


Hoy hará una semana que Quizá un martes de otoño fue presentado en el café literario Libertad 8 de Madrid.
Sin embargo hasta estos momentos he permanecido en silencio, no porque las cosas fueran mal o regular allí —más bien sucedió lo contrario—, sino porque quien de algún modo protagoniza el poemario, aunque esté oculta en la sombra y sea referencia de los versos, volvió a sufrir en su organismo otro martes terrible, no el de otoño que da título al libro, sino en pleno invierno.
Pero por suerte, y a pesar de estos días tan difíciles, la amistad toma el mando de las operaciones.
Fer es alguien muy especial para mí. Nada tiene que ver con el mundo de la poesía, pero tuvo el ánimo de presentarse en el café. No sólo él, sino su gran compañera, su cámara fotográfica, con la que plasma pedazos de su vida. Parte de estos instantes poco a poco, los va subiendo al blog que lleva: FdeGustín. Momentos fotográficos.
Aquí os dejo el enlace a la entrada que se ha convertido en un reportaje sobre aquella tarde que fue hermosa, muy hermosa, a pesar de que el filo de la navaja ya se abría siniestro. Y que tiene el valor añadido (al menos a mi modo de ver) de tratarse de la mirada ajena al mundillo poético. Es decir una mirada diferente de otras que puedan haberse producido, o se produzcan.
Aquí dejo también una de las fotografías de su reportaje: 

Un aspecto general de la sala con parte
de los asistentes al acto.