martes, 28 de mayo de 2013

Amelia Díaz Benlliure. Tuya es la voz (Texto de la presentación)

Momento de la presentación. En el centro Amelia Díaz Benlliure.
A la derecha de la imagen Norberto García Herranz. Fotografía de
Mónica Serra

Aquí dejo parte del acto de la presentación en Segovia de Tuya es la voz. Obviamente el acto fue mucho más: las palabras de Norberto, las de Amelia, los poemas recitados, las preguntas de los asistentes, la amabilidad de Maite...

I.- PREÁMBULO A LA PRESENTACIÓN EN SEGOVIA
Muy buenas tardes a todos, amigas y amigos.
En primer lugar agradezco a Maite que haya cedido su establecimiento para este acto y, de paso, dejar pública constancia de que fue a Norberto a quien se le ocurrió la idea. El lugar es magnífico para presentar este libro en Segovia, porque aglutina parte de lo que más quiere la protagonista de la velada, Amelia Díaz Benlliure: la literatura y el afán por llegar con ella a los más desfavorecidos. Recalar en este lugar subraya la esencia de su tarea como poeta comprometida con su tiempo y con el dolor de quienes sufren o están olvidados y de su afán como editora que ha publicado varios libros de obras colectivas, en prosa y verso —en dos de los cuales he colaborado—, cuyos beneficios se destinan a proyectos solidarios.
En segundo lugar quería dar las gracias más efusivas a Amelia por haberse atrevido a pedirme que le presente su poemario.
Amelia Díaz Benlliure es matemática —como Norberto, casualmente—, poeta y editora (amén de hija, madre y amiga de sus amigos); seis características que conviene tener presentes, pues ninguna de ellas es completamente ajena al resto. Como dice en algún lugar —más tarde quizá lo explique—, las Matemáticas y la poesía —junto con la música— tienen mucho en común, sobre todo la capacidad de abstracción. Sin embargo, su pasión por la poesía no le llega por sus concomitancias con las Matemáticas, sino porque su padre (el dueño de la voz a la que se refiere el libro que presentamos), sembró esta semilla en su corazón desde la infancia. Como ella afirma, su padre sembró más cosas que luego ella ha convertido en su forma de vida, en concreto ayudar a otros, no tolerar la injusticia, a repartir, a defender a los indefensos… Como madre, como profesora de matemáticas, como poeta, ha comprendido que este mundo precisa luces que alumbren la oscuridad en que nos movemos. Ahora que el sistema en que vivimos parece agonizar en medio de una crisis que es más profunda que la pura economía, ha comprendido que el futuro está, siempre está ahí, en la educación que reciban los niños. Y ella, en mitad del terremoto, dio el paso. No se quedó de brazos cruzados. En julio de 2012 decidió fundar su editorial —Urania Ediciones— cuyos pilares básicos, aunque no únicos, son la literatura infantil y la poesía.
Al poco de crear la editorial, aceptó un manuscrito mío que en el mes de febrero —rodeados de nieve y frío— Norberto presentó en Segovia. Esa primera visita sirvió además, para que conociera a algunos libreros de la ciudad. Y a través de Blanca, la propietaria de la librería Antares, se concretó el proyecto de presentar en un colegio su colección de literatura infantil. Entretanto la editorial Libros de la Frontera en su colección El Bardo (que inauguró sus publicaciones con un poemario de Gabriel Celaya en 1964) le ha editado Tuya es la voz, el libro que nos congrega. ¿Por qué no aprovechar este viaje? ¿Por qué Segovia no podía tener noticia de este poemario? Y aquí estamos, ya dispuestos a hablar del libro.

Portada del libro

II.- MI APROXIMACIÓN AL LIBRO
Al poco de conocer a Amelia, gracias a los milagros que a veces Internet regala, recibí la versión en PDF del poemario. No puedo precisar si fue antes o después de que ella supiera que la editorial Los libros de la frontera iba a publicarlo en su colección de poesía El Bardo actualmente dirigida por Amelia Romero. Recuerdo, eso sí, que desde su primera lectura tuve la impresión de que estaba ante un texto cuya esencia era la sinceridad más descarnada, a ratos casi brutal.
Como la autora anuncia en una breve y emocionante nota preliminar, el libro la invadió. Repito para que no pase desapercibido: el libro la invadió, la invadió… Todos sabemos lo que significa ser invadidos por algo o alguien, mas no siempre una invasión es una catástrofe. ¿No se dice a veces, estoy invadido por la felicidad? Cuando el escritor en general, y el poeta en particular, siente la ‘invasión’ de un libro en su interior, pierde su autonomía, se convierte en una especie de máquina transcriptora. Es decir, no tiene opción de no escribir, pues si se niega a hacerlo, todo el magma que arde en las entrañas, dañará o destruirá su interior. Precisamente a causa de esta necesidad irrenunciable, la sinceridad es nota esencial del resultado. Se trata de coherencia, pues ocultar, esconder, siquiera camuflar algo que se lleva dentro carece de sentido, desvirtuaría el texto.
También comprendí, al leer Tuya es la voz, que estaba ante una joya de la literatura pensada para decirse con la naturalidad con la que se habla, sin los engolamientos propios de los grandes discursos en que las palabras resuenan como truenos, pero no dicen nada, o casi nada, o tuercen su verdadero sentido.
Para que no se piense que me refiero a cosas extrañas, tomo prestada una reflexión de Manuel Rivas que se lee en su última novela, Las voces bajas:
«No sabemos bien lo que la literatura es, pero sí que detectamos la boca de la literatura. Tiene la forma de un rumor. De un murmullo. Puede ser escandalosa, incontinente, enigmática, malhablada, balbuciente. Yo conocí muy pronto esa boca. En aquel momento era, ni más ni menos, la boca de mi madre hablando sola»
Creo que no es casualidad que tanto Manuel Rivas como Amelia Díaz hayan usado la palabra voz, para ahormar el título de sus obras…
Voz: modo en que nuestro pensamiento cruza el aire para llegar a otro, a otros. Voz: arcilla inmaterial que funda la palabra como materia prima de la comunicación. Voz: palabra entrando a través de los oídos y anidando en el corazón. Voz: instrumento musical perfecto, según afirman quienes más saben.
En el caso de Amelia esta voz del título no es la suya —aunque esto se matizará más tarde—, sino la de su padre. No estoy descubro nada del libro pues en la nota preliminar, a la que me he referido, termina con estas palabras:
«Sin embargo, cuando terminé [el libro] sentí la necesidad de reflejar mi yo. Mi yo desde el otro lado del espejo mirando ya desde la vida, desde la esperanza, desde la reflexión, el tiempo pasado entre hospicios y hospitales, descubriendo que sí, que su voz se quedó. Que habita en mí»

III.- TEMA
Pero esa voz que, como acabo de señalar, se queda a habitar en la autora ¿qué dice? ¿De qué habla Tuya es al voz?
Somos, en buena parte, nuestra memoria. Cuando el individuo pierde su pasado en el olvido, deja de ser quien fue. Su organismo, su aspecto, su gesto se asemejarán a lo que sus allegados o conocidos recuerden, sin embargo no-será la persona que fue… Es más, probablemente no será. De esto sabe mucho esta época que nos ha tocado vivir, pues las enfermedades que afectan a los recuerdos se han extendido como una moderna plaga. Nadie, por desgracia, es ajeno a la posibilidad de padecerlas: da lo mismo que el sujeto haya sido catedrático, labrador o mendigo, intelectual, artesano o mecánico. Pues bien, lo mismo que sucede con el individuo, acontece con los grupos: familias, pueblos, ciudades, naciones… Si la especie humana no fuese social —es decir no viviera colectivamente—, quizá no sucedería de este modo. Pero así somos. Somos sociales y necesitamos de los otros para ser nosotros mismos, para crecer y para ayudar al crecimiento general.
Sucede a veces que la necesidad vital del individuo coincide con la del colectivo. Y ocurre el milagro de que el libro, partiendo de una experiencia autobiográfica, coincide con la necesidad del grupo. Esto ha sucedido con Tuya es la voz. Antonio Tello lo dice mejor en el prólogo:
«(…) En Tuya es la voz Amelia Díaz Benlliure cumple con estas premisas a partir de una historia particular que proyecta su verdad esencial sobre la comunidad. El libro (…) confronta la memoria, la realidad de la historia, con sus proyecciones especulares en un gesto desesperado contra el olvido que hace posible la impunidad»
Este es el meollo del libro: la memoria, mejor dicho, la urgente necesidad de que el olvido no la destruya, la imperante necesidad de seguir siendo nosotros mismos desde el recuerdo de lo que fuimos, y lo que fueron quienes nos precedieron, pues su olvido sería como cercenarnos nuestras raíces.
Habréis observado o sabréis que cuando alguien vive lejos de sus orígenes hay un tiempo complicado de adaptación. Por muy buenas que sean las condiciones del lugar donde haya ido, será extranjero: es decir, como una planta arrancada de la tierra. Pues bien, cuando arrancamos —o nos arrancan— el pasado, o sea el lugar del que venimos, sufrimos, perdemos las referencias, casi el equilibrio. Como las plantas, somos seres en busca de luz, pero como ellas también necesitamos de la tierra para crecer. Somos un proyecto encaminado hacia el futuro, es verdad, pero sin nuestra memoria, no existirá sendero por donde avanzar.
Por ello la literatura una vez y otra vuelve al recuerdo —personal y colectivo—, y realiza un perenne e infatigable ejercicio de memoria. Se trata de mantener atado junto al corazón, junto al presente, lo que nos explica, lo que debe ayudarnos a no olvidar. Se trata, además, de una medida preventiva que evite repetir errores.
Tuya es la voz es el ejercicio y la necesidad de una gran poeta, que primero es hija, de fijar para siempre recuerdos esenciales de la figura de su padre articulados en torno a dos momentos de la biografía paterna que se concretan en dos palabras: el hospicio donde se crió y el hospital donde murió. Dos palabras que llevan hacia el dolor, la desolación, la dificultad, el sufrimiento, pero que, al mismo tiempo, y como señala Amelia, comparten etimología con hospitalario, hospitalidad.
A veces convendría darle la vuelta a los significados de las palabras para ahondar en su esencia. Hablamos de un hospital, de un hospicio y nos invaden imágenes tristes o preocupantes… ¿Por qué no pensar que estos establecimientos sirven para intentar atemperar esa situación? ¿Qué sería de nosotros sin los hospitales? ¿Qué hubiera sido de tantos seres humanos sin los hospicios? ¿Qué sería la humanidad sin hospitalidad?
Cuenta Amelia en la nota previa que mientras esas dos palabras (hospicio, hospital) le rondaban, también recordó que su padre era muy hospitalario y acaso con las tres se podría explicar su vida. Dice la contraportada del libro:
Tuya es la voz es la poesía grito contra la desmemoria, contra el olvido pactado. Es un profundo anhelo de justicia que ordene el mundo bajo los parámetros de la felicidad y la belleza.
¿Pero es sólo esto, aunque esto sea tanto?
A mi modo de ver es algo más. O mejor dicho, es el rescate en plenitud de la memoria, a través de un ejercicio de asumirla en la propia esencia.
Está muy bien y es necesario, como vengo sosteniendo, evitar el olvido; pero esto se puede hacer de diferentes modos, y el que mejor garantiza el éxito es lograr que esos recuerdos pasen al circuito de nuestra existencia. Es decir, la memoria no es sólo archivo o museo o álbum fotográfico: la memoria es la forma de vivir, el modo en que los recuerdos logran pasar al caudal de nuestro tiempo.
Tuya es la voz no es sólo un catálogo de vivencias, de hitos fundamentales para la existencia de la autora y de su padre. Amelia se enfrenta a esos recuerdos con la misma naturalidad con la que nos enfrentamos a nuestra imagen en un espejo al levantarnos por la mañana. Ella no se limita a contar poéticamente tal o cual momento en el hospital o en el hospicio, sino que pregunta o se deja interpelar, se rebela, admite, llora, lamenta, desea, propone, proyecta. Por tanto también su voz, la de la poeta, aparece en este libro.

IV.- ALGUNOS DETALLES FORMALES
Esta actitud tiene su reflejo en la estructura del poemario.
En sus páginas impares leemos el asunto biográfico relacionado con el recuerdo de su padre. En las pares, la reacción que tal suceso está produciendo o produjo en Amelia. Es decir, entraña ese recuerdo, incorporándolo a su forma de ser.
Y como se trata de dos planos diferentes —aunque ambos repercutan en la misma persona—, el modo en que se manifiestan es distinto también: dos modos de escribir poesía, dentro del mismo estilo. Así, los poemas de las páginas pares son más breves y de un tono más íntimo aún, más misterioso, más reflexivo.
En general la poética de Amelia se caracteriza por poemas breves y rítmicos, como de inmediato capta el lector y por un lenguaje sobrio en la forma, pero brillante en la imagen. Como queda apuntado, la poeta afirma que, junto con la música, las matemáticas y la poesía comparten la capacidad para la abstracción. En su consecuencia, la poética de Amelia apuesta por la esencia, lo que le acerca a formas de abstracción. A ver si me explico. El asunto concreto del que parte el poema —o el poemario— al final es casi invisible, como el hilo de la cometa. Lo que importa es el modo en que vuela, no el hilo que la sujeta a su propietario; y sin embargo, sin ese hilo, el artefacto acabaría por desaparecer, quedando a merced de los vientos o de sus ausencias, perdido para siempre. Quizá exagere, pero acaso así se podría definir el modo en que escribe Amelia. Muchas veces el asunto queda casi invisible a la vista del lector que emprende vuelo en los versos, pero a poco que se reflexione, enseguida uno atisba nuevamente ese hilo que sujeta su vuelo.
Para Amelia el poema es un conjunto y todo tiene que estar a disposición del significado, no sólo la semántica de las palabras. En su consecuencia, también la tipografía ha de estar al servicio del poema. Como comprobamos cuantos leímos Manual para entender las distancias (su primer poemario individual), la tipografía es un elemento más del significado del poema. No se trata sólo de algo más o menos bello, sino que tiene que reforzar el contenido. Para ello distribuye los poemas en el espacio de la página como quien piensa la estructura de un escenario, elige el tamaño de las letras para anunciar su estado de indignación, usa la letra cursiva para resaltar que leemos su reflexiones más íntimas, tanto que a veces alcanzan el tono de la oración un tanto despechada con el creador.

miércoles, 8 de mayo de 2013

3d3: Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas


Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas
Anabel Consejo Pano, Jose Antonio Prades, Pilar Aguarón Ezpeleta
Edita 3d3 LiterArt
Preliminar
Portada del libro. Ilustración
Pilar Aguarón Ezpeleta
3d3, o lo que es lo mismo, Anabel Consejo, José Antonio Prades y Pilar Aguarón, ponen en manos del lector su tercera entrega como grupo. Su afán por el trabajo en equipo y por promocionar con todas sus fuerzas el relato breve —o de tiro corto como dice alguno de ellos—, avanza otro paso en este complicado e intrincado mundo de las letras. Así que, antes de entrar en algunos pormenores de este libro —tampoco excesivos, porque se trata de invitar a la lectura, no de sustituirla—, conviene felicitarse y felicitar a los autores por no rendirse, por continuar por esta senda y desear fervientemente que pronto haya una cuarta.
Como su título indica, Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas, se adentra con decisión en un tema en apariencia de fácil comprensión para el lector, pues el amor, el desamor y las correspondientes reacciones químicas que ambos afectos segregan en el ser humano —¿o era al revés?—, han sido, son y serán vividas por la inmensa mayoría del género humano en uno o varios momentos de la existencia; sin embargo, es precisamente aquí donde empieza el problema para un escritor, que, además, se agranda cuando se toma conciencia de que estos sentimientos son la base de una buenísima parte de la literatura. Si uno tuviera que arriesgarse a dar una cifra, seguro que diría que más de dos tercios de las obras literarias pergeñadas por el género humano a lo largo de la historia tienen como tema el amor o alguna de sus variantes, desde las más edulcoradas y empalagosas, hasta las más podridas y sangrientas. Más aún, uno diría que hay un trípode sobre el que se apoya el nacimiento y desarrollo de la literatura, comenzando por la oral: los relatos religiosos o míticos que explican la creación del mundo y del ser humano, los cantares de gesta de todas las civilizaciones y los poemas que tienen que ver con el amor o el desamor. Y no sólo me refiero a nuestra tradición que bebe de los orígenes griegos y judíos, sino al resto de las literaturas de cualquier civilización o tradición que pueblan la Tierra.
Una vez leídos todos los relatos, estoy convencido de que los tres componentes del grupo aragonés eran bien conscientes de lo que se traían entre manos al afrontar esta aventura, porque —aunque no hay nada nuevo bajo el sol— en cada relato intentan salirse de lo más trillado, de lo más evidente, de lo que en apariencia uno podría sospechar al iniciar su lectura. Con innegable afán de exploradores viajan por las diferentes edades y condiciones del ser humano: hombres y mujeres; jóvenes, maduros y ancianos; heterosexuales y homosexuales; sinceros y ladinos; torpes y hábiles; valientes y cobardes; prácticos y soñadores; felices y tristes; rebeldes y resignados; enamorados y desenamorados…
Es verdad que el tema general es el del amor en sus vertientes, pero, a la postre, ante nosotros desfila un nutrido elenco de seres humanos con tantos matices que, en general, se hacen bastante reconocibles.
La primera conclusión, pues, es que si los protagonistas de estos relatos son seres como cualquiera de nosotros, entonces es probable que la historia que nos narran, también haya sido vivida o pueda ser vivida por otros, tanto las más felices, como las que nos muestran el hedor que a veces es el aroma de algunos individuos de esta especie; tanto las más normales —suponiendo que se pueda llegar al consenso respecto de la normalidad—, como las más inverosímiles.

La puesta en escena
Si en las anteriores entregas del colectivo, sus autores habían utilizado diversas variantes para presentarse ante los lectores: bien un número determinado de palabras por relato, bien utilizar la misma frase de arranque, bien aprovechar la frase final de uno de los compañeros para escribir su propuesta, en esta ocasión han decidido explorar otro método de trabajo, con dos estrambotes, por así decir.
Han usado para su beneficio y el de los lectores, claro está, lo que tanto se hace últimamente en el mundo del cine o la televisión. Cada autor ha escrito un relato, con el tema genérico del amor al fondo. Es decir, tenemos nueve relatos base. Una vez escritos estos, los otros dos miembros de la terna escribían sendos relatos que fueran bien secuela, bien precuela, incluso spin off del texto del que partían. En consecuencia el lector se halla con nueve epígrafes o capítulos, cada uno de ellos con tres relatos cortos.
He hablado de dos estrambotes. El capítulo décimo lo componen tres relatos escritos en común por el trío de escritores y el undécimo, como para respirar, son tres relatos independientes, en los que Pilar, Anabel y José Antonio ofrecen un botón de su muestrario personal.

¿Qué hay ahí dentro?
A la izquierda, Anabel Consejo.
En el centro Pilar Aguarón.
A la derecha José Antonio Prades
Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas, no sólo es una especie de composición pitagórica, donde el tres, con su magia particular (tres autores en su tercer libro en común escriben tres relatos enlazados de algún modo por el mismo ambiente, o personaje o historia), sino que se trata de un conjunto de relatos en los que la literatura diferente de cada uno de ellos se armoniza en busca de un sonido polifónico y bien orquestado. Es decir, más allá de la atractiva puesta en escena, son las historias que se desgranan entre los dedos del lector, las que van dotando de hondura al libro.
Efectivamente lo importante del libro está en la exploración que cada autor hace sobre algunos matices de lo que todos entendemos más o menos por amor o por desamor, es decir, el tejido que se forma entre las personas cuando fundan, mantienen, desgastan o matan una relación de pareja.
Al avanzar por el libro el lector se encontrará con treinta y tres relatos (otra vez el baile del tres) estructurados —como ya he señalado en once capítulos—. Ahora, sin embargo, me referiré a los nueve primeros, los que confieren el tono y el ritmo del volumen. El lector encontrará el relato que aborda la indecisión y el deseo por conseguir la respuesta favorable de quien ama o desea y que no es otra que la compañera de trabajo de toda la vida. También entrará en el tono oscuro de una vida arruinada por un amor que se convirtió en dolor a causa de la cobardía y el engaño. Temblará emocionado al acompañar ese amor que atraviesa toda la existencia y sobrevive a los años y a la enfermedad. Quizá se identifique con ese sentimiento que los sueños confunden al teñir la realidad de sus pigmentos oníricos. Sonreirá y acaso se haga alguna pregunta cuando se le proponga que hay amores y relaciones que ni siquiera concluyen con una tumba ocupada por uno de los miembros de la pareja. Es probable que más de un o una lectora recuerde aquel amor suyo que, en realidad, fue la ardiente pasión de un verano. Comprobará también que algunas veces la razón pretende derrotar, sin éxito, lo que otras reacciones corporales están gritando. Cómo no sentir un pellizco de melancolía al revivir ese primer amor truncado. Se lamentará también con ese amor que empieza en forma de incendio y acaba convertido en cenizas…
Cada una de estas propuestas iniciales —atractivas por sí mismas—, en manos de los otros miembros del equipo, adquiere un quiebro o una mirada que enriquece la inicial. Me parece importante señalar, porque es uno de los innegables valores del libro, que este enriquecimiento no es una mera adición o continuación de la historia, sino más bien porque se produce una alteración en la perspectiva. La literatura no es lo que se dice, sino cómo se dice, o sea, el matiz, el punto de vista en que el escritor ubica al lector. Un paisaje, cualquier paisaje, es el mismo en cualquier circunstancia, sin embargo no parece igual visto a ras de suelo que montado sobre un globo o puesto en medio de él. Desde esta consideración me parece una aportación a tener en cuenta la que hacen José Antonio, Pilar y Anabel.
Los capítulos décimo y undécimo son un colofón que abrocha el modo de hacer anterior. En el décimo capítulo, los tres relatos escritos a tres manos, por así decir, parecen hechos por una sola, tan bien han ensamblado sus voces. Acaso el recurso del diálogo haya sido un buen mecanismo para engrasar las piezas.
El undécimo epígrafe, donde cada autor vuela libre y en la dirección que desea, nos muestra bien a las claras tres autores de fuste que conocen a la perfección los mecanismos y engranaje de un relato.

Estilos
Como vengo diciendo Pilar, Anabel y José Antonio armonizan su propio modo de decir para que éste no desentone con el de sus compañeros. Sin embargo en ningún caso, salvo en el capítulo décimo, pretenden camuflar su estilo. Es más, al lector le extrañaría que José Antonio escribiera como Anabel o que ésta quisiera imitar a Pilar.
Es verdad que en el caso de los relatos cortos es más difícil discriminar diferencias, pero el lector las apreciará rápidamente, como el buen oyente distingue la melodía del tenor respecto de la del barítono o la de la soprano o la contralto.
A mi modo de ver 3d3 logra que sus respectivas personalidades y estilos no desaparezcan o se camuflen y, al mismo tiempo, consiguen que no hagan disonancia con los estilos de sus dos socios.
Y si hago esta referencia justo antes de concluir, es porque me parece uno de los varios logros del libro.

Conclusión
Escribir un libro colectivo puede consistir en juntar bajo un mismo volumen un número determinado de textos. Pero no todos los libros que aglutinan varios relatos escritos por diferentes autores, son meros libros colectivos. Algunos, como Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas además de ser colectivos son libros hechos en equipo. La diferencia parece sutil, pero no es baladí.
Esta forma de narrar requiere disciplina y respeto a la tarea del compañero, pero, al mismo tiempo, permite la suficiente libertad como para dar rienda suelta a la voz propia de cada uno de los autores. Esto quiere decir que el lector no se encuentra con uniformidad de estilo, lo que lastraría el resultado final de la obra, sino que se encontrará con el singular modo de decir de Anabel, José Antonio y Pilar, con lo que el resultado se asemeja al de una obra polifónica en la que cada voz resuena con su matiz individual, pero siempre afinada en el mismo tono, el que da el tema de la obra: el amor, el desamor y las reacciones químicas que a su alrededor crecen.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Iré.


(Un día como el de hoy me ha empujado a esta reflexión que no me importa compartir con vosotros).
SIRVE de poco acudir a una manifestación. Mejor dicho: nunca sirve de nada tal y como deben ser. Quizá las violentas logren cambiar algo que está mal más deprisa, pero éstas son las que abomino, desprecio y repudio, y a largo plazo acarrean más problemas de los que supuestamente solucionaron.
Pasearse por las calles enarbolando banderas, sosteniendo pancartas, luciendo pegatinas, cantando o gritando consignas más o menos reivindicativas, agresivas, u originales, es apenas un desfogue del ánimo y, si acaso, una llamada de atención que la insensibilidad de cualquier gobernante desprecia sin más.
Sin embargo este año, como el anterior, aunque la protesta pacífica sirva sólo de desfogue, y, quizá testimonio visual del descontento, desconfianza e indignación generales, habrá que ir.
Iré.
Nada convencido, pero iré. Sabiendo que mi presencia será usada por los intereses poco nítidos de las centrales sindicales que también se están tornando en monstruos que fagocitan a los individuos en pro de la sacrosanta organización.
Iré porque mis hijas merecen un futuro mejor del que ahora mismo se dibuja. Iré porque es injusto y doloroso el sufrimiento de Marián, Míriam, Mariano, Antonio, Elena, Mª Ángeles, Gerardo, Pedro, Marta, José Antonio… y tantos millones de parados o personas que tienen un trabajo con la misma consistencia que un castillo de arena junto a la playa al inicio de la pleamar.
Iré porque no aguanto más tanta desidia, tanta dejación de funciones, tanta cobardía, tanta miseria moral y tanta banalización y prostitución del lenguaje. Estoy harto de que mi inteligencia sea ofendida todos los días varias veces por el discurso de sepulcro blanqueado que repiten nuestros gobernantes.
Iré porque hasta veo en peligro mi cada vez más lejana jubilación. Empiezo a intuir que nunca dispondré de aquello que más ansío, que no es dinero, precisamente, sino tiempo; y cuando éste me llegue —si es que llega—, mi salud andará resquebrajada y mi ánimo disminuido, como suele suceder en muchos ancianos.
Iré aunque mi presencia o mi ausencia no altere ni en una diezmillonésima la estadística que se arrojen unos a otros cuando la jornada haya concluido.
Iré porque se está demoliendo el pilar más sagrado de la verdadera democracia con la torpe excusa de la crisis económica; me refiero a la igualdad de oportunidades. Gracias a medidas que van cercenando lo público (sanidad, educación, justicia, investigación, cultura…) con una cadencia de tortura insoportable, sólo tendrán acceso a los mejores puestos y a la prestación de los mejores servicios quienes los paguen. No soporto más tiempo el argumento homicida que sostiene toda esta política: ¿Desde cuándo el principal valor para medir la eficacia de la sanidad, educación, justicia, investigación, cultura… es su rentabilidad económica? ¿Además, qué es rentabilidad económica: lo que cuesta la prestación del servicio en términos monetarios o la calidad de vida que aporta a los ciudadanos con menos recursos? La brecha entre quienes más tienen y los que menos tenemos, ya no es la típica pendiente por muy abrupta y escabrosa que fuese; ahora se parece a una sima de altísimas paredes verticales. Es tan profundo el abismo, que quienes ocupan su cima —para evitar nuestra reacción—, empiezan a necesitar la debilidad física y la estulticia mental de quienes vivimos en la penuria oscura, fría e insalubre de su fondo. No me gustaría acertar, pero sospecho que esta es la verdadera razón que lleva al desmantelamiento de lo público y a potenciar la iniciativa privada. Hasta que se privatizaron las televisiones, creí en la necesidad de la iniciativa privada, también en los sectores citados; pero nunca defendí que la iniciativa privada compitiera contra unos servicios públicos paupérrimos y anémicos; al contrario, la iniciativa privada que interesa a una sociedad verdaderamente democrática es aquella que logra equipararse a un sector público potente y robusto.
Aunque las cifras oficiales que transmitan las policías de cada ciudad, se corresponderán con la mitad o poco más de los que realmente asistamos, y a pesar de la ceguera interesada que asola a nuestros más ineptos gobernantes de la llamada democracia española, el presidente del Gobierno y sus ministros y sus delegados de gobierno harán mentalmente el cálculo real. En silencio y para sus adentros doblarán los números que les faciliten, y comprenderán al hacerlo que el tiempo de travesía que les resta al frente del puente de mando, se acorta.
Su cobardía, y ciega obediencia a las directrices dictadas por los jerifaltes europeos que sólo nos ven como un número porcentual del que se puede prescindir de cualquier modo, tienen una penitencia: el odio y la indignación que provocan. A pesar de que van a intentar perpetuarse con medidas que alivien un poco tanto sufrimiento, no va a ser suficiente.
Estos años se están haciendo interminables, como un desierto al mediodía de agosto. La sensación no es sólo mía, a más de una persona he oído lo mismo. Si antes no zozobra la embarcación —que todo es posible—, dentro de dos años harán las maletas.
Aunque tampoco se puede ser muy optimista con los recambios que ahora mismo aguardan tomar el relevo. Y además me temo que tanta indignación, sufrimiento y desesperación recorriendo nuestras sangres, provocarán que el resultado de las próximas elecciones se parezca más bien al estado en que queda un vaso cuando ha estallado sobre el suelo…