miércoles, 25 de marzo de 2015

Sus Labios (R)

Queridos lectores, queridos amigos:
Este poema fue publicado en el blog el 18 de noviembre de 2012, el día de su cuarto aniversario. Mi deseo, al volverlo a publicar, es establecer una declaración de principios y anunciar a los cuatro vientos el propósito de desempolvar el blog. Sus entradas no serán tan frecuentes como otrora (eso seguro), pero intentaré que no pase tanto tiempo entre una y otra.
En todo caso, gracias por vuestra fidelidad, gracias por vuestra generosidad y gracias, sobre todo, por leerme a pesar de tantísimas lagunas...



Ahora que la albada está tan lejos,
y la noche parece emperatriz
de todos los latidos
—el mío, el de la especie, el del futuro
y hasta el de las semillas de los sueños—,
camino inerme y ciego, recorro un laberinto,
atravieso cadáveres sin nombre
y pinto mi bandera con sus labios,
nación para los besos,
donde me olvido
durante eternidades o segundos
de este dolor que arrastro
como una piedra inútil que desgarra arterias
por donde escapa el horizonte
y el fuego de la luz va agonizando.
Lo sé:
es mi verbo clamor de una derrota:
ni puedo vencer al dolor,
ni puedo derrotar al sufrimiento,
ni puedo cercenar a la injusticia.
Sin embargo me empuja un verso
inútil aunque inapelable.
Si no soy ciego sordomudo:
¿cómo cantar ocasos,
caricias, pétalos o aromas,
mientras crece el galope de la sangre
y los cuatro jinetes destruyen el planeta?
Lo sé:
mis versos son palabras féretro,
pólvora sin perfume,
pétalos sin metralla…
Mi voz quisiera
subir a los andamios o a los barcos
y bajar a los túneles mineros,
a pesar de mi vértigo y mi claustrofobia;
diseminarse en surcos cereales
y crecer junto al torno y al martillo,
a pesar de lo endeble de mis manos;
mecerse entre chupetes y pañales
y volar entre tizas y recreos,
a pesar de la atrofia de mis sueños;
zambullirse en las lágrimas y el luto
y respirar el pus de las heridas,
a pesar de las prisas de la vida…
Pero a pesar de todo,
ni entrego mi esperanza,
ni apago mi linterna,
ni termino mis sueños
                                porque debéis saber
que al acabar vencido la jornada
—siempre vencido— ,
vestido del hedor de la derrota
—diario el fracaso de la especie
y mi fracaso, diario —,
su labio alivia mi dolencia.