domingo, 28 de junio de 2015

Sea imposible tanto infierno




(Mari Luz Baticón, Berta Martín, Jesús Pastor -alma del evento-, David Benedicte, Estuardo Álvarez José Manuel García González y yo mismo participamos en el recital del 20 de junio de 2015 en el Colegio de Arquitectos de Segovia en el marco del Mercadillo de Artesanía Solidaria que organiza cada año la "Asociación de amigos del Pueblo Saharaui de Segovia", donde leí cuatro poemas, éste entre ellos. Mi último poema hasta el día de la fecha.
Con mi agradecimiento a Jesús Pastor, por haberse acordado de mí para esta ocasión, y porque eso mismo me ha empujado a estar trabajando en estas dos últimas semanas sobre esta idea).

Mi deneí afirma que en junio de 2015
son cincuenta y tres las veces
que he dado la vuelta sol:
la edad roja, según Joan Margarit.
De ellos, cuarenta son veneno y pasmo
cada vez que me asomo al mundo
un poco más allá de mis miserias,
un poco más allá de nuestro ombligo
donde la libertad merodea
aunque sea un caballo cojitranco
de lento caminar y corta alzada.
¿Por qué se nos olvida cada día
que occidente no es el mundo,
que esta bola de sílice que gira
sin voluntad en un rincón del cosmos
es un viejo tranvía de muerte e injusticias?
Ya sé, lo escribió Gil de Biedma,
que el único argumento de la obra
es envejecer y morir;
y también sé que soy apenas un paréntesis
entre dos decisiones que no me pertenecen,
pues alguien me nació y alguien me morirá…
Pero no hablo de ese destino inapelable.
Hablo de la agonía de esta casa común,
del estruendo que ciega el agua,
de las grietas que hieren nuestro cielo,
del beso avaricioso que lo asfixia.
Hablo de explotación, de homicidio hablo;
hablo de tantas guerras y de tanta hambre hablo;
y de la libertad encadenada
entre barrotes de miseria.
Y hablo de las mujeres secuestradas,
taladas para ser fosas de sierpes
recipientes de semen y de golpes,
de lágrimas y heridas.
Y hablo de tanta infancia arrebatada,
tantas niñas y niños convertidos
en menguado paréntesis, sin juegos y sin letras,
y que aún así sonríen.
Y hablo también de pueblos sojuzgados,
encadenados a su tierra encarcelada,
o aquellos expulsados de su cuna,
sajado su horizonte.
Y ahora que he cumplido los cincuenta y tres
—recordad, la frontera, la edad roja—,
mi venero enarbola su impotencia
como cuando, sin alcanzar los veinte,
me asomaba al balcón del mundo
un poco más allá de mis miserias,
un poco más allá de nuestro ombligo,
y con un estupor como el de hoy
contemplaba este mismo infierno:
tanta ruina en los muros transparentes del planeta,
tanto dolor y tanta guerra,
tantas tiranías y exilios,
tanta injusticia y tanta hambre,
tantos destierros y cadenas,
tanto pueblo atrapado y olvidado.
Soñaba entonces que mis versos jóvenes
podrían ser semillas,
pequeñas catapultas de vida y libertad,
para pensar, para soñar, para decir:
sea imposible tanto infierno.
Hoy, pasados ya tantos años,
mi esperanza es adagio, marcha fúnebre,
mas como antes, mi sangre se encabrita
y enarbola su inútil impotencia
cada vez que me asomo al mundo
un poco más allá de mis miserias,
un poco más allá de nuestro ombligo
y compruebo que el mundo sigue siendo
ese viejo tranvía de muertes e injusticias…
Como un mastín, tozudo y convencido,
con mis años y mi tristeza a cuestas,
con mi ritmo de adagio o marcha fúnebre,
no cejo en el empeño
y arrojo algunos versos como quien siembra trigo
soñando que mañana serán pan,
y arrojo algunos versos como quien reza un salmo:
sea imposible tanto infierno



sábado, 20 de junio de 2015

Recital poético Amigos del pueblo Saharaui

Vengo con el calor aún prendido en la piel. No he podido quedarme, como hubiera querido, a tomarme unas cervezas con quienes hemos leído en el recital de poesía organizado por la “Asociación de amigos del Pueblo Saharuai de Segovia”.
Cartel de la feria
Empiezan ahora mismo las fiestas de la ciudad. A los pies del acueducto, como cada año, se presentarán a la reina y a las damas, se leerá el pregón, se declararán inauguradas las fiestas y Luz Casal hará que la noche de esta ciudad se meza con la melodía de sus letras que abrazan el amor y empujan también por caminos de libertad.
Tampoco iré.
El reloj, implacable, avanzará y el despertador cumplirá con su misión a las cinco y media, cuando la primera yema del dedo del amanecer asome detrás de la ventana.
La poesía no es acontecimiento multitudinario, y menos un sábado caluroso —el último de la primavera—en que se inauguran las fiestas de la ciudad y, además, apenas se ha promocionado en los medios; para más inri, los poemas serían ‘aparaguados’ por la sombra de la solidaridad con el pueblo saharaui que, reconozcámoslo, es una cuestión que se parece más bien a una vergüenza colectiva de la que quisiéramos zafarnos, frente a la que actuamos como si no existiera, pero que, de vez en cuando, surge y genera una sensación de mala conciencia que se pretende disimular con poco o nulo éxito.
Desde hace más de veinte años, para los segovianos escuchar Sahara, es familiar, gracias a esta asociación que, entre otras cosas, consigue cada verano traer un puñado de niños y niñas para que disfruten durante unas semanas de un verano diferente, para que puedan olvidar su realidad de personas casi encarceladas en su propia tierra, o, peor aún, en esos campamentos de refugiados que ofenden cualquier sensibilidad por muy escasa que se tenga.
Otra de las actividades de esta asociación es la subasta de obras de arte que ceden gratuitamente los artistas segovianos, y que luego se subastan. Desde hace un par de años se celebra, además, un mercadillo de artesanía en el que los artesanos de nuestra ciudad también ceden parte de su tarea y, además, se pone a la venta una muestra de la artesanía saharaui. Pues bien, en este marco, se ha celebrado por primera vez un recital de poesía.
El alma del acto, desde su organización, ha sido Jesús Pastor como nos consta a muchos, es un enamorado de la literatura, la enseña con pasión de fuego, escribe sus poemas y sus libros sobre Segovia. Por si fuera poco, junto a su mujer Carmen, y sus hijos, ha sido familia de acogida durante dos años de una niña saharaui; pero es que, además, digo, admira la poesía escrita en esa parte del planeta a la que hemos abandonado a su suerte, olvidando nuestra obligación en tanto que España fue antigua metrópoli. Él ha comenzado el recital leyendo tres poemas de su autoría, en los que directamente se refería a la tierra saharaui, a sus gentes, a ese dolor y a esa dignidad que les son propios.
Estuardo Álvarez, poeta guatemalteco residente en Segovia, poseedor de una sensibilidad desbordante que se concreta también en sus creaciones pictóricas e ilustradoras, ha leído un poema —que además llevaba ilustrado por él mismo— de una belleza y una sensibilidad exquisitas. Un poema lleno de la magia que tantas veces ilumina los versos que nos regalan y comparten los poetas sudamericanos. Un poema que hablaba de la solidaridad que siempre es posible y que —a pesar de todos los pesares— siempre, y en cualquier parte, aparece.
José Manuel García González ha leído tres poemas, uno suyo, otro de Félix Grande y otro de Ángel Fernández que aparecen en una antología poética editada en Madrid y que tiene como telón de fondo estos momentos de crisis en que aún nos encontramos y que van a ser difíciles de superar, por más que algunos se empeñen en afirmar lo contrario. Es decir, tienen como fondo la crítica a quienes han permitido tanto daño y tanto dolor
Berta Martín, la más joven del elenco, ha leído tres microrrelatos de su autoría, en los que su mirada se fija en los no triunfadores, sino en los que caminan en pos de la esencia y de lo que importa.
Mari Luz Baticón nos ha leído varios poemas cortos, ensartados como perlas de collar, en donde la protagonista era la mujer, esa mujer en tantas ocasiones devorada por un mundo que está mal, entre otras cosas, porque no se ha dado verdadera voz a la hembra de esta especie. El macho, encargado de dirigir el timón desde hace tantos siglos que ya hemos perdido la cuenta, normalmente sustituye su voluntad por un exceso de testosterona y todo lo soluciona de un modo similar desde hace miles y miles de años: matando a su hermano por envidia o por avaricia o por orgullo o por miedo… En el Sahara —la necesidad obliga— se vive casi en un matriarcado, acaso que algo deberíamos aprender.
David Benedicte, como siempre, ha usado de esa poesía repleta de sarcasmo y acidez, un humor corrosivo, para poner el dedo en la llaga provocando algunas sonrisas. A lo mejor, el lector —oyente en este caso— poco avisado, se puede quedar en la superficie de la primera lectura —audición—, en la primera evidencia que surge del texto; pero una lectura —escucha— más atenta descubre de inmediato los juegos de palabras, esa capacidad suya para jugar con el sonido de la palabra que empuja a una significado muy distinto, el que se vale de la similitud con el vocablo al que realmente alude.
Yo he leído cuatro poemas, y el último, escrito especialmente para la ocasión, lo publicaré un día de estos.
El acto ha concluido con la lectura por parte de Jesús de dos poemas de la poeta saharaui residente en Bilbao, Fatma Galia Mohamed incluidos en su último poemario.
Y uno tiene la impresión, ahora que la noche ha caído y Luz Casal está a puntito de iniciar su actuación, que la poesía sigue siendo como una floresta, como una inmensa arboleda en que comparten territorio el ciprés, el pino, el olmo, el tilo, el sauce, la encina, el cerezo, el almendro, el abeto, la secuoya, la palmera… Todos son árboles, todos son necesarios, todos cumplen su misión, todos nos ofrecen su sombra, su fruto, el cobijo necesario para las aves, para sus trinos, para su amor, para edificar sus nidos…


lunes, 15 de junio de 2015

Marian Raméntol, "Primaria decisiva e inaprensible" (poemario)

A la sombra ardiente de la sangre
Primaria, decisiva e inaprensible.
Marian Raméntol, Serratosa.
Poesía. editorial Alkaid, Valladolid 2015

Portada del libro
«Primaria, decisiva e inaprensible» es un paso más en la fluvial escritura de Marian Raméntol, quien, a lo largo del último lustro o más, nos deslumbra con su poesía al ritmo de una respiración de ser humano fieramente herido (o malherido) por un sentimiento de deseo, de vacío y dolor en lo más profundo del abismo personal, que sólo se puede aliviar con la más honda y quirúrgica de las alquimias inventadas por la humanidad: la palabra poética.
Como siempre, al menos hasta donde alcanza mi lectura de sus poemarios, sus versos riman con el subconsciente herido y solitario, amedrentado e insatisfecho, dubitativo y sediento, como si brotaran o destilaran de ese magma ardiente e imparable, aunque quizá invisible para muchos, pero esto es otro tema.
Alguien dijo (con revolucionaria exactitud) que lo más profundo del ser humano es su piel. Marian Raméntol excavó en la frase y la tornó disparo certero, un diez sobre el centro de la diana: la piel es cuanto llamamos cuerpo u organismo. Todo (nos) sucede sobre él o dentro de él o en sus márgenes o, como muy lejos, en el horizonte de la mirada, quizá de un sueño. Todo sucede, digo, en esa selva de huesos, arterias, venas, vísceras, músculos, tendones, nervios, neuronas… Todo sucede, reitero, en esta selva tan hermosa y precisa, armónica y exuberante, donde la vida —como océano o como huracán o como arpegio de vacío y soledad— nos zarandea y donde transcurre la agonía de existir.
En este poemario subyace un dolor que tiene que ver —creo— con un vacío, con una ausencia irreparable y que cruza en vertical los versos, puesto que el ‘relato’ del poemario, más que avanzar se zambulle, bucea hacia la fosa abisal del corazón a través de las arterias, de las miradas, del pensamiento, de las caricias, del sexo deseado.
Si siempre el lector culmina con su lectura la escritura de un libro, en el caso de la poesía es algo, además de indudable, determinante. Pues bien, en la poesía de M. R. (espeleóloga, por no decir habitante, del subconsciente, de lo onírico, de lo sub-real —acaso lo más real, aunque también lo más irracional y hermético, lo que provoca dificultades para el lector medio, apenas entrenado para algo diferente del cartesianismo racional que impera en occidente—) tal cualidad se eleva a la enésima potencia. Para leer su poesía es necesaria una sobredosis de participación del lector en la ‘re-creación’ del poema, porque el sentido evocativo del lenguaje poético adquiere su máximo esplendor y si, además —como sucede siempre con la poesía de Marian— asistimos con mirada de amanecer a las imágenes, sinestesias, metáforas, alegorías, continuas y cada vez más arriesgadas e inconformistas (como vencejos esquivando los dedos del aire), llegamos al paroxismo absoluto, casi a la ‘re-escritura’ incesante del poema. ¿Cómo encontrar unánime o mayoritaria interpretación en imágenes que tienen la virtud de hacer flexible hasta extremos de horizontes marítimos la semántica de las palabras  más sencillas y cotidianas? 
Creo que nadie podrá tacharme de excesivo si afirmo que en el caso de «Primaria, decisiva e inaprensible» hay tantas versiones, no como lectores, sino como lecturas, como si Marian hubiera escrito un inimitable poemario que, al mismo tiempo, tiene la virtud de ser un andamiaje para que cada mirada  y cada experiencia, cada vacío y cada dolor, cada miedo y cada deseo construya —mientras lee— el edificio necesario con su diseño personal, con los materiales a su alcance, propios e intransferibles.
Marian Raméntol recitando, una de sus pasiones
(Foto tomada de su blog)
Y así, entre el dolor esencial de la especie —insustituible, incurable, acaso nutricio mal que nos pese, pues el deseo, en el fondo, es prueba evidente de carencia— y la reflexión continua sobre la esencia de su poética, discurre, a mi modo de ver, este poemario que concluye con un cegador fogonazo, con un iluminador relámpago de esperanza y eternidad emparentado —así lo ha sentido mi escalofrío— con el famoso soneto de Quevedo. Escribió el poeta del siglo XVII: «serán ceniza, mas tendrán sentido / polvo serán mas polvo enamorado». Dice nuestra poeta del siglo XXI: «y brotaré primaria, decisiva, inaprensible / sobre la sombra de mi muerte».
Uno no sabe si se refiere a sí misma o a la poesía (que, intuyo, ha personificado durante buena parte del poemario) o, lo más probable, a ambas; pero desde ya me lo apunto en el fardel de mis deseos y esperanzas, desde ya lo acumulo a mi respiro y mi horizonte.


jueves, 4 de junio de 2015

Ana Joyanes y Francisco Concepción "El caso de la Pensión Padrón"

Ayer me llegó el último poemario de Marian Ramentol, Primaria, decisiva e inaprensible, del que daré cumplida cuenta en su momento. Sólo con la dedicatoria tan sugestiva —“Todo cuanto he escrito no existe todavía”— merecerá la pena zambullirse de nuevo en su poesía surreal, intensa, precisa, insobornable a modas, gustos de la galería.
Pero hoy me debo a otro libro.
Portada de "El caso de la Pensión Padrón"

Al regresar de la oficina, en casa me esperaba El caso de la Pensión Padrón, escrito a escote, a cuatro manos, por mis amigos Ana Joyanes y Francisco Concepción. De esta novela, sin leer el ejemplar que me acompaña, ya puedo hablar, ya quiero hablar, ya necesito hablar.
A lo largo de este tiempo, unos dos años si no me equivoco, ¿cuántas veces he deseado hacerme eco de su contenido, de su proceso de escritura incluyendo la pasión, el deseo, las dudas que han ido jalonando este tiempo?
Podría buscar, pero no me apetece hacerlo ahora, los primeros rastros, los balbuceos iniciales que dieron pie a la obra que ha visto la luz, allá en Santa Cruz de Tenerife los últimos días del mes de mayo.
Ahora la ilusión me desborda, pues bien sé la cantidad de tiempo que ha llevado a sus autores arribar en buen puerto esta tremenda historia.
Me llegan ecos de las reacciones (algunas no las comprendo muy bien) que se están produciendo en la isla respecto del libro, puesto que está basado en un hecho real que conmocionó la vida santacrucera durante unos meses. En el fondo no me extraña el revuelo. Era de esperar. Transcribo el arranque de la novela, o sea que no desvelo nada del texto:
Un cadáver entre colchones
Crónica: Samuel Nava
Agentes de la Policía Local de Santa Cruz de Tenerife han encontrado un esqueleto humano debajo de los colchones sobre los que durante los últimos dos años ha estado durmiendo una pareja, en la tercera planta de la Pensión Padrón de la capital tinerfeña.
Nadie ha podido dar una explicación a este macabro suceso, ni siquiera la propietaria del inmueble, de avanzada edad.
Efectivamente, se trata de un hecho tan macabro y tan real como recogen estos párrafos publicados en prensa, párrafos que sirvieron de inspiración o espoleta para que Ana y Francisco, años más tarde del suceso, empezaran a edificar su relato. Es decir, ellos, simplemente se han limitado a rescatar un hecho casi olvidado y sobre unos mimbres de realidad han creado una ficción bastante plausible.
Conozco con suficiente profundidad el texto como para hacer una reseña del mismo. Podría resaltar la facilidad con que se han imbricado dos estilos de autores tan distintos como Ana y Francisco. Podría hacer hincapié en la fluidez lograda por el texto. Podría enfatizar la originalidad de mezclar dos puntos de vista para narrar la novela: por una parte el objetivismo casi absoluto, emparentado con documentales o con ese tipo de cine en que el director se ‘limita’ a poner en funcionamiento la cámara para que ésta recoja lo que sucede ante su foco; y por otro lado el subjetivismo del autor omnisciente que penetra en los más profundos pensamientos de uno de los grupos de protagonistas, el del periodista y la investigadora que se empeñan en intentar descubrir la verdad. Podría ahondar en un tema casi filosófico que crece poco a poco, a medida que el argumento avanza y que desemboca en una pregunta que el lector atento se hará tras alcanzar el punto y final: ¿Qué es la verdad? Y por último, debería referirme inexorablemente a la valentía de Francisco Concepción y Ana Joyanes por asomarse a uno de los aposentos del infierno y habérnoslo trasladado con la mirada transparente de quien no juzga, de quien simplemente se da cuenta de que el averno no está tan lejos de nosotros, acaso a nuestro lado y que el sufrimiento de quien allí habita alcanza proporciones casi imposibles de digerir para la inmensa mayoría. Por suerte, añado. Y a colación de esto último, quizá debería reflexionar sobre la verdadera dimensión ética del escritor, que no debiera ser juzgar los hechos, sino intentar presentarlos al lector con la mayor objetividad posible y con el mayor número de puntos de vista a su alcance para que el lector pueda decidir por su cuenta, con suficiente conocimiento de causa. Determinar que algo sea bueno o malo, admirable o reprobable, admisible o inadmisible, no es misión de quien escribe, sino de quien lee; pero para que su juicio sea recto debe contar con todos los elementos o con la mayoría de ellos. A veces de un matiz, uno solo, depende llegar a una conclusión o a su contraria.
Pero todo esto lo dejo a otros, lo cito como quien prende un par de candelabros para apenas iluminar un camino, el sendero por donde se adentre el lector.
Porque, con ser importante cuanto vengo diciendo, a mí me importa más la pasión y la ilusión que durante dos años han puesto Ana y Francisco. Sin esa dosis de amor ilimitado y loco por este oficio, hubiera sido imposible culminar el proyecto. Ese ánimo se transparenta en muchas páginas del texto, pero yo diría que, de modo especial, en el respeto y cariño con que retratan a los personajes, sobre todo algunos de los más repulsivos a priori, pues forman parte de los parias desalojados de nuestra sociedad, unas veces por voluntad propia, otras porque la vida los ha arrojado al rincón más hediondo del estercolero.
Han sido varias decenas de correos electrónicos, tres o cuatro relecturas, algún pobre consejo, alguna mínima corrección y muchas horas de reflexión compartida como para no sentirme implicado de modo tan especial en El caso de la Pensión Padrón. Sé que no soy el único, sé que otros buenos amigos (Miguel Ángel Brito, Iván González Barrios, Inma Vinuesa, José Antonio Perales, Alexia Sálamo y Sara Sálamo) han estado muy presentes aconsejando, iluminando y animando —mucho más y mejor que yo—, pero también sé que he sido honrado con su confianza y que, al fin, todo el esfuerzo ha merecido la pena.
Además he tenido la bendición, gracias a que me implicaron en el proyecto, de aprender que incluso en medio de la realidad más repulsiva, cabe un resquicio para cierta luz, para un relámpago de amistad, aunque todo concluya del modo en que el lector conoce desde el primer párrafo de la novela.
Como recoge la nota introductoria, Jacques H. Bernardin de Saint Pierre dejó escrito: “El hombre es el único ser sensible que se destruye a sí mismo en estado de libertad”. Nada que objetar. De hecho añadiría que el hombre es esa parte de la creación capaz de hacer del infierno un territorio habitable en esta vida, sin necesidad de esperar a otra. Pero también añadiría que es ese ser capaz de asomarse a sus estancias y arrojar sobre ellas una mirada de misericordia.
Concluyo con un aviso: la novela puede herir determinadas sensibilidades, pero también puede abrir muchos ojos, y ojalá que unos cuantos corazones. De lo que estoy seguro es de que El caso dela Pensión Padrón no dejará indiferente a nadie, pues al fondo del relato, el lector sabe desde el principio que, tanto horror no fue ficción.